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El infierno de Gabriel_1

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—No respondiste a mi nota —comentó él, rompiendo el<br />

silencio—, la que te envié con las gar<strong>de</strong>nias.<br />

—Te envié un correo electrónico.<br />

—Pero te olvidaste <strong>de</strong> una cosa.<br />

Julia tardó unos segundos en contestar.<br />

—No sabía cómo respon<strong>de</strong>r a lo <strong>de</strong> la domesticación.<br />

—Me dijiste que ese diálogo entre el Principito y el zorro era tu<br />

favorito. Pensé que te quedaría claro.<br />

<strong>El</strong>la negó con la cabeza.<br />

—Sé lo que quería <strong>de</strong>cir el zorro, pero no tengo tan claro lo que<br />

significa para ti.<br />

—Entonces te lo aclararé. No espero que confíes en mí, pero me<br />

gustaría ganarme tu confianza. Tal vez cuando logre que confíes en<br />

mí con la mente, puedas confiarme también tu cuerpo. Ése era el tipo<br />

<strong>de</strong> domesticación al que me refería. Quiero estar pendiente <strong>de</strong> ti... <strong>de</strong><br />

tus necesida<strong>de</strong>s y tus <strong>de</strong>seos... y quiero <strong>de</strong>dicarles todo el tiempo que<br />

se merecen.<br />

—¿Cómo me domesticarás?<br />

—Mostrándote con mis actos que soy digno <strong>de</strong> confianza. Y así.<br />

Le sujetó la cara entre las manos y acercó su boca a la <strong>de</strong> ella<br />

hasta que estuvieron casi rozándose. Julia cerró los ojos y aguardó,<br />

conteniendo el aliento, a que sus labios se tocaran.<br />

Pero no lo hicieron.<br />

<strong>El</strong> aire cálido que salía <strong>de</strong> los labios entreabiertos <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> le<br />

acariciaba la boca. Con la punta <strong>de</strong> la lengua, Julia se hume<strong>de</strong>ció el<br />

labio inferior. Al sentir el aliento <strong>de</strong> él sobre la humedad <strong>de</strong> sus labios,<br />

un escalofrío le recorrió la espalda.<br />

—Estás temblando —susurró <strong>Gabriel</strong>, enviándole una nueva<br />

oleada <strong>de</strong> aliento cálido junto con sus palabras.<br />

Julia se ruborizó entre sus manos. <strong>El</strong> calor se extendió por su<br />

rostro y <strong>de</strong>scendió por su cuello.<br />

—Noto cómo te ruborizas. Tu piel florece y se llena <strong>de</strong> color.<br />

Le acarició las cejas. Al abrir los ojos, Julia se encontró con dos<br />

estanques <strong>de</strong> agua azul oscuro.<br />

—Tienes las pupilas dilatadas —siguió <strong>de</strong>scribiendo <strong>Gabriel</strong>, con<br />

una sonrisa— y tu respiración se ha acelerado. ¿Sabes lo que eso<br />

significa?<br />

—Él <strong>de</strong>cía que era frígida —confesó Julia, avergonzada—. Fría<br />

como la nieve. Y eso lo enfurecía.<br />

—Sólo un niñato que no sabe nada <strong>de</strong> mujeres pue<strong>de</strong> estar tan

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