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El infierno de Gabriel_1

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ecuerdos <strong>de</strong> un día en una granja <strong>de</strong> la Toscana durante el año que<br />

pasó en el extranjero. Un niño italiano la había llevado a ver los<br />

campos y Julia había acariciado las puntas <strong>de</strong> las espigas con la<br />

palma <strong>de</strong> la mano. <strong>El</strong> pelo <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> era suave como una pluma, o<br />

como las susurrantes espigas italianas.<br />

Le acarició el pelo, como <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> hacerlo Grace en el pasado.<br />

<strong>Gabriel</strong> permitió que le acariciara también la mejilla, que le trazara la<br />

angulosa línea <strong>de</strong> la barbilla y le rascara suavemente la barba que le<br />

empezaba a salir. Le resiguió el leve hoyuelo <strong>de</strong> la barbilla y volvió a<br />

subir la mano para rozarle los pómulos, altos y nobles. Nunca volvería<br />

a estar tan cerca <strong>de</strong> él. Si estuviera <strong>de</strong>spierto, no le permitiría tocarlo<br />

<strong>de</strong> esa manera. Estaba segura <strong>de</strong> que primero le habría mordido la<br />

mano y luego la yugular.<br />

Su pecho perfecto subía y bajaba rítmicamente. Se había<br />

dormido.<br />

Se quedó contemplando su cuello, los músculos <strong>de</strong> los hombros<br />

y <strong>de</strong> la parte superior <strong>de</strong> los brazos, las clavículas y la parte superior<br />

<strong>de</strong>l pecho. Si hubiera estado pálido, le habría recordado a una estatua<br />

romana tallada en mármol blanco. Pero aún conservaba el rastro <strong>de</strong>l<br />

bronceado <strong>de</strong>l verano anterior y su piel parecía dorada a la luz <strong>de</strong> la<br />

lámpara.<br />

Julia se besó dos <strong>de</strong>dos y los colocó sobre sus labios<br />

entreabiertos.<br />

—Ti amo, Dante. Eccomi Beatrice. —Te quiero, Dante. Soy yo,<br />

Beatriz.<br />

En ese preciso momento, sonó el teléfono fijo <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong>.<br />

Julia dio un brinco. <strong>El</strong> teléfono sonaba muy fuerte y <strong>Gabriel</strong><br />

estaba empezando a moverse. <strong>El</strong> horrible ruido estaba perturbando su<br />

<strong>de</strong>scanso, así que Julia respondió:<br />

—¿Diga?<br />

—¿Quién <strong>de</strong>monios es? —quiso saber una voz <strong>de</strong> mujer, aguda<br />

y sorprendida.<br />

—Es la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> Emerson. ¿Quién llama?<br />

—¡Paulina llama! ¡Que se ponga <strong>Gabriel</strong>!<br />

<strong>El</strong> corazón <strong>de</strong> Julia se aceleró y luego se saltó un latido antes <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sbocarse. Levantándose, se llevó el terminal inalámbrico hasta el<br />

cuarto <strong>de</strong> baño y cerró la puerta.<br />

—Ahora mismo no pue<strong>de</strong> ponerse. ¿Es alguna emergencia?<br />

—¿Qué quiere <strong>de</strong>cir que no pue<strong>de</strong>? Dígale que soy Paulina y<br />

que quiero hablar con él.

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