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El infierno de Gabriel_1

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—Reconocí la línea <strong>de</strong> su cabeza, la naricita, los brazos y las<br />

piernas. Era preciosa. Un bebé diminuto y frágil. Mi niñita. Maia.<br />

—Volvió a sollozar—. No lo sabía. No era real. Hasta que vi la<br />

ecografía no existió realmente para mí.<br />

No podía parar <strong>de</strong> llorar.<br />

Al ver las lágrimas que le caían por las mejillas, a Julia se le<br />

encogió el corazón. Con los ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas, se levantó para<br />

consolarlo, pero él se lo impidió levantando la mano.<br />

—Le dije a Paulina que la ayudaría con el bebé, pero no tenía<br />

dinero. Me lo había gastado todo en drogas. De hecho, en aquella<br />

época ya estaba en<strong>de</strong>udado con mi camello. Aun sabiendo todo eso,<br />

ella seguía queriéndome. Volvió a instalarse en casa y se pasaba las<br />

horas leyendo en mi sofá mientras yo trabajaba en la tesis. Dejó <strong>de</strong><br />

tomar drogas por el bebé. Yo también lo intenté, pero no lo conseguí.<br />

—Levantó la cabeza—. ¿Quieres oír el resto o ya has tenido bastante?<br />

¿Quieres irte ya?<br />

Julia no tuvo que pensarlo. Se levantó y lo abrazó.<br />

—Por supuesto que quiero oír el resto.<br />

Él la abrazó con fuerza durante un instante, pero luego la apartó<br />

y se secó las lágrimas. <strong>El</strong>la permaneció a su lado, incómoda, mientras<br />

<strong>Gabriel</strong> continuaba su confesión.<br />

—Los padres <strong>de</strong> Paulina vivían en Minnesota. No eran ricos,<br />

pero <strong>de</strong> vez en cuando le enviaban dinero. Grace también me<br />

mandaba dinero cuando se lo pedía. Como podíamos, íbamos<br />

saliendo a<strong>de</strong>lante. O, al menos, íbamos retrasando lo inevitable. Pero<br />

yo casi todo me lo gastaba en la droga. —Se echó a reír<br />

amargamente—. ¿Qué clase <strong>de</strong> hombre le quita el dinero a una mujer<br />

embarazada y se lo gasta en cocaína?<br />

»Una noche <strong>de</strong> setiembre, salí <strong>de</strong> marcha. Estuve fuera un par<br />

<strong>de</strong> días y, cuando volví, me <strong>de</strong>splomé en el sofá. Ni siquiera llegué al<br />

dormitorio. Cuando me <strong>de</strong>sperté, con una resaca espantosa, vi sangre<br />

en el suelo.<br />

Se cubrió los ojos con las manos, como si tratara <strong>de</strong> borrar esas<br />

imágenes <strong>de</strong> su mente. Julia contuvo el aliento, a la espera <strong>de</strong> la<br />

siguiente revelación.<br />

—Siguiendo el rastro llegué hasta Paulina, que estaba en medio<br />

<strong>de</strong> un charco <strong>de</strong> sangre en el suelo <strong>de</strong>l lavabo. Le busqué el pulso,<br />

pero no se lo encontré. Pensé que estaba muerta.<br />

Guardó silencio unos minutos.<br />

—Si hubiera ido a verla cuando llegué a casa, habría podido

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