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El infierno de Gabriel_1

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<strong>de</strong>jado en la mesita <strong>de</strong> noche cuando la había acompañado a la cama,<br />

unas horas antes. La había arropado y la había abrazado por encima<br />

<strong>de</strong> las mantas hasta que se había dormido. Pero ahora no estaba.<br />

«Lo necesito a mi lado.»<br />

Más que las pastillas para el dolor, la luz o el aire, Julia lo<br />

necesitaba a él. Necesitaba sentir su cuerpo ro<strong>de</strong>ándola, oír su voz<br />

profunda susurrándole palabras <strong>de</strong> consuelo. Era la única persona que<br />

podía hacerle olvidar lo que había pasado. Necesitaba tocarlo.<br />

Necesitaba besarlo para olvidar la pesadilla.<br />

Las pastillas servían sólo para aliviarle el dolor <strong>de</strong>l tobillo; así<br />

que, a saltitos, fue hasta la habitación <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> para que le aliviara el<br />

dolor <strong>de</strong>l corazón. Silenciosa como un ratón, escuchó. Cuando se<br />

convenció <strong>de</strong> que no había nadie <strong>de</strong>spierto, entró en la habitación <strong>de</strong><br />

él.<br />

Tardó unos instantes en distinguir algo en la penumbra. <strong>Gabriel</strong><br />

no había corrido las cortinas y estaba tumbado en el lado <strong>de</strong> la cama<br />

que habitualmente ocupaba Julia. Se preguntó si podía <strong>de</strong>cir que<br />

tuviese un lado <strong>de</strong> la cama con él. Fue dando saltos hasta el otro lado,<br />

apartó el edredón y apoyó una rodilla en el colchón.<br />

—Julianne.<br />

Su ronco murmullo la sobresaltó. Se cubrió la boca con la mano<br />

para no gritar.<br />

—No, quieta.<br />

<strong>El</strong>la se sintió <strong>de</strong>sfallecer ante su rechazo y bajó la cabeza<br />

avergonzada.<br />

—Lo siento. No quería molestarte.<br />

Ruborizada <strong>de</strong> vergüenza y conteniendo las lágrimas, se volvió<br />

para irse.<br />

—No quería <strong>de</strong>cir eso. Espera.<br />

<strong>Gabriel</strong> apartó el edredón <strong>de</strong> un golpe seco y se levantó. Estaba<br />

<strong>de</strong>snudo y la luz <strong>de</strong> las estrellas se reflejaba en su espalda, sobre sus<br />

músculos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los atléticos hombros, bajando por la columna hasta<br />

la estrecha zona lumbar, que se estiró mientras se agachaba para<br />

coger el pantalón <strong>de</strong>l pijama.<br />

Y, por supuesto, también sobre un trasero precioso y las<br />

piernas...<br />

Cuando acabó <strong>de</strong> ponerse los pantalones, se volvió hacia ella.<br />

Esta vez la luz se reflejó en su pecho perfectamente esculpido y en<br />

sus anchos hombros. <strong>El</strong> dragón tatuado quedaba medio oculto por la<br />

oscuridad, pero siempre estaba presente.

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