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El infierno de Gabriel_1

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Y volvió a reclinarse en el asiento. No quería arriesgarse a que<br />

se enfadara. Con mucha pru<strong>de</strong>ncia, le volvió a coger la mano. Tenía<br />

miedo <strong>de</strong> que la apartara en cualquier momento.<br />

Julia observaba lo que él estaba haciendo conteniendo el aliento.<br />

Parecía como si todo sucediera a cámara lenta. La manera <strong>de</strong> actuar<br />

<strong>de</strong> Paul le llegaba al corazón. Sus movimientos eran íntimos pero<br />

castos al mismo tiempo. Le había tapado el hombro. Había cubierto<br />

una parte <strong>de</strong> su cuerpo pequeña e inocente, para protegerla <strong>de</strong><br />

miradas lujuriosas. Y, al hacerlo, le había <strong>de</strong>mostrado su aprecio y su<br />

respeto. Virgilio la estaba honrando.<br />

Con ese acto, galante y caballeroso, se había ganado el acceso<br />

a su corazón. No hasta el fondo, pero sí hasta el Vestíbulo, por <strong>de</strong>cirlo<br />

<strong>de</strong> alguna manera. Si ese gesto había sido una muestra <strong>de</strong>l contenido<br />

<strong>de</strong> su alma, Julia estaba convencida <strong>de</strong> que no le importaría que fuera<br />

virgen. Estaba segura <strong>de</strong> que, al enterarse, la cubriría con una manta<br />

<strong>de</strong> aceptación.<br />

No la acusaría ni se burlaría <strong>de</strong> ella. Y mantendría cualquier<br />

secreto que tuvieran entre los dos, sin contárselos a nadie. No la<br />

trataría como a un animal; no la follaría ni la violaría. Y no querría<br />

compartirla con nadie.<br />

Empujada por esos sentimientos, hizo algo impetuoso: se inclinó<br />

hacia Paul y lo besó. Fue un beso tímido y casto. No sintió que la<br />

sangre se le acelerara, ni una vibración por todo el cuerpo, ni una<br />

explosión <strong>de</strong> calor. Los labios <strong>de</strong> él, que eran muy suaves,<br />

respondieron vacilantes. Julia notó su asombro en el modo en que<br />

apretó la mandíbula. Sin duda lo había sorprendido con su<br />

atrevimiento y lo lamentó inmediatamente.<br />

Lamentó que sus labios no fueran los <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong>. Lamentó que<br />

aquel beso no fuera como los besos <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong>.<br />

Una gran tristeza se abatió sobre ella. Una vez más, se maldijo<br />

por haber probado algo <strong>de</strong> lo que no podría volver a disfrutar. Con el<br />

primer bocado <strong>de</strong> aquella manzana, había echado a per<strong>de</strong>r la<br />

oportunidad <strong>de</strong> que otro hombre pudiera estar nunca a la altura <strong>de</strong><br />

<strong>Gabriel</strong>. Mor<strong>de</strong>r la manzana había sido adquirir el conocimiento. Y<br />

ahora lo sabía.<br />

Se alejó <strong>de</strong> Paul antes <strong>de</strong> que lo hiciera él, reprendiéndose por<br />

haber sido tan atrevida. Se preguntó qué pensaría <strong>de</strong> ella. «Acabo <strong>de</strong><br />

per<strong>de</strong>r a mi único amigo en Toronto por un beso —reflexionó—.<br />

¡Maldita sea!»<br />

—Conejito —dijo él mirándola con cariño y acariciándole la

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