La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard
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«-¡Camaradas! <strong>La</strong> responsabilidad de esta lamentable confusión incumbe al<br />
Comité bolchevique. Nosotros nos anticipamos a comprometer la sala dos semanas<br />
antes. Hace apenas dos días, el Comité, sin previo acuerdo con nosotros, tomó para sí<br />
la sala para organizar un baile. (Gritos potentes: ¡Abajo el baile! ¡<strong>La</strong> conferencia!) Y nos<br />
ha obligado a postergar nuestra conferencia. Yo soy el orador designado, y estoy presto<br />
a dar la conferencia ahora mismo. Los bolcheviques la prohíben formalmente para esta<br />
noche. Pero es a vosotros, habitantes de esta ciudad; a vosotros, que constituís el<br />
público, a quienes corresponde decidir. Yo estoy a vuestra disposición. Elegid,<br />
camaradas: o aplazamos la conferencia, y en este caso debéis retiraros tranquilamente<br />
para volver el cinco de enero, o bien, si queréis la conferencia ahora mismo y estáis<br />
realmente decididos, ¡obrad, apoderaros de la sala!!»<br />
<strong>La</strong> multitud, alborozada, aplaudía y gritaba: «¡Conferencia ya mismo!<br />
¡Conferencia! ¡Conferencia!» Y en irresistible impulso se dirigió a la sala. Ryndich<br />
estaba vencido. Se hizo abrir la puerta, que habría sido volteada, y se encendieron las<br />
luces. El público, en calma, tomaba ubicación. Iba a iniciar la conferencia cuando<br />
Ryndich subió al escenario y se dirigió al público:<br />
«-¡Ciudadanos, camaradas! Paciencia por unos minutos. El Comité bolchevique se<br />
reunirá al punto y tomará una decisión definitiva, que inmediatamente os<br />
comunicaremos. Probablemente, el baile no se realizará…»<br />
Aplausos y risas. Los bolcheviques se reunieron. Se cerraron las puertas de la<br />
sala. Se esperaba pacientemente la decisión, generalizándose la suposición de que toda<br />
esta comedia de los bolcheviques era por salvar las formas. Pasó un cuarto de hora…<br />
Brutalmente se abrió la puerta y penetró en la sala un numeroso destacamento de<br />
soldados chekistas, fusil en mano. El público, estupefacto, permaneció en su lugar. En<br />
impresionante silencio, deslizándose a lo largo de los muros, detrás de las hileras de<br />
asientos, los soldados ocuparon la sala. Desde la puerta, un grupo de ellos apuntaba<br />
sus fusiles contra el público.<br />
(Se supo después que el Comité bolchevique se había dirigido primeramente al<br />
cuartel de la ciudad, pidiendo la intervención de un regimiento. Los soldados quisieron<br />
explicaciones –entonces eso era posible aún-, declararon que ellos mismos quisieran<br />
asistir a la conferencia y se rehusaron. Por eso se recurrió a los chekistas, que a nada le<br />
hacían asco.)<br />
En seguida reaparecieron los miembros del Comité; Ryndich subió al escenario y<br />
dijo en tono triunfante:<br />
«-Y bien. He aquí la decisión del Comité: el baile no se realizará. <strong>La</strong> conferencia,<br />
tampoco. Por lo demás, ya es tarde para la una como para el otro. Invito al público a<br />
abandonar la sala y el edificio en perfecto orden; si no, intervendrán los chekistas.»<br />
Indignada, pero impotente, la gente comenzó a retirarse. «¡Con todo<br />
-murmuraban algunos-, les fracasó el baile!... ¡No está mal!»<br />
Otra sorpresa les esperaba a la salida: dos chekistas armados les cacheaban y<br />
controlaban los documentos de identidad. Varios fueron arrestados, recobrando en<br />
parte de ellos la libertad al día siguiente, los demás quedaron en prisión.<br />
Yo volví al hotel. A la mañana siguiente me llamó por teléfono Ryndich:<br />
«-Camarada <strong>Volin</strong>, venga a verme al Comité. He de hablarle respecto a su<br />
conferencia.<br />
-Es para el cinco de enero –le respondí-. Se han encargado ya los carteles. ¿Ve<br />
algún inconveniente?<br />
-No; pero venga lo mismo, que he de hablarle.»<br />
Me recibió un bolchevique, que me dijo, amable y sonriente:<br />
«-Vea, camarada. El Comité decidió que su conferencia no se realice. Usted mismo<br />
es responsable de ello, porque su actitud, ayer, fue hostil y arrogante. Y ha decidido<br />
también que no permanezca más en Kursk. Por el momento, se quedará aquí.<br />
-¿Estoy, pues, detenido?<br />
-No, no, camarada. No lo arrestamos. Sólo está retenido aquí por varías horas,<br />
hasta la partida del tren para Moscú.<br />
-¿Para Moscú? –grité-. ¡Pero si nada tengo que hacer en Moscú! Ya tengo billete<br />
para Jarkov, donde he de llegar antes del Congreso. Me esperan mis amigos y trabajo.»<br />
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