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La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard

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-Escuche, Lubim -le dije-. Si en las condiciones actuales, en plena revolución<br />

popular y después de cuanto ha ocurrido, las masas laboriosas envían, a su Congreso<br />

libre, contrarrevolucionarios y monárquicos, entonces -¿me entiende?-la entera obra<br />

de mi vida no ha sido sino un profundo error. Y no me quedaría por hacer más que<br />

pegarme un tiro con ese revólver que ve ahí.<br />

-Se trata de hablar seriamente -me interrumpió-, y no de alardear...<br />

-Yo le aseguro, camarada Lubim, que hablo muy seriamente. Nada será cambiado<br />

de nuestro modo de obrar. Y si el Congreso resulta contrarrevolucionario, yo me<br />

suicido. No podría sobrevivir a tan terrible desilusión. Y luego, tome nota de un hecho<br />

esencial: no he sido yo quien convocó el Congreso, ni quien ha decidido la forma de<br />

integrarlo. Todo ello es obra de un conjunto de camaradas. No tengo, pues,<br />

atribuciones para cambiar nada.<br />

-Sí, lo sé. Pero usted tiene gran influencia. Puede proponer ese cambio. Se le<br />

escuchará...<br />

-Es que no deseo proponerlo. Lubim. Estoy de acuerdo con ellos.<br />

Con esto terminó la conversación, y Lubim partió, inconsolable.<br />

El 20 de octubre, más de 200 delegados obreros y campesinos se reunieron en la<br />

gran sala del Congreso. Al lado de los asientos destinados a los congresistas se había<br />

reservado algunos lugares para los representantes de los partidos socialistas de<br />

derecha -socialistas revolucionarios y mencheviques- y los del Partido Socialista<br />

<strong>Revolucion</strong>ario de Izquierda, que asistían al Congreso sólo con voz. Entre los últimos,<br />

percibí al camarada Lubim.<br />

Lo que sobre todo me chocó el primer día del Congreso fue una frialdad o, más<br />

bien, manifiesta desconfianza de la mayor parte de los delegados. Se supo luego que<br />

ellos se esperaban un Congreso como tantos otros, y suponían que aparecerían en el<br />

estrado hombres con revólver al cinto en disposición de manejar a los delegados y<br />

hacerles votar resoluciones ya confeccionadas por ellos.<br />

<strong>La</strong> sala estaba helada y transcurrió algún tiempo antes de que se caldeara un<br />

poco.<br />

Encargado de la apertura del Congreso, di a los delegados las explicaciones<br />

convenidas y les declaré que deberían elegir una Mesa y en seguida deliberar sobre el<br />

orden del día propuesto por los majnovistas. Y ya se produjo un incidente. Los<br />

congresistas expresaron el deseo de que presidiera yo. Consulté con mis camaradas y<br />

acepté. Pero declaré a .los delegados que mis funciones se limitarían estrictamente a la<br />

conducción técnica del Congreso, esto es: a seguir el orden del día adoptado, anotar<br />

los oradores, concederles la palabra, velar por la buena marcha de los trabajos, etc., y<br />

que los delegados deberían deliberar y tomar resoluciones con toda libertad, sin temor<br />

a presión ni maniobra alguna de mi parte. Entonces un socialista de derecha pidió la<br />

palabra y atacó violentamente a los organizadores del Congreso:<br />

-Camaradas delegados: nosotros, los socialistas, tenemos el deber de preveniros<br />

que aquí se está representado una innoble comedia. Nada se os impondrá, pero,<br />

mientras, y muy diestramente, se os ha impuesto ya un presidente anarquista. Y<br />

seguiréis siendo diestramente maniobrados por estas gentes.<br />

Majno, llegado momentos antes para desearle éxito al Congreso y excusarse de<br />

deber partir para el frente, tomó la palabra y respondió ásperamente al orador<br />

socialista. Recordó a los delegados la libertad absoluta de su elección, acusó a los<br />

socialistas de ser fieles defensores de la burguesía, aconsejó a sus representantes no<br />

turbar la labor del Congreso con intervenciones políticas y terminó, dirigiéndose a<br />

ellos:<br />

-No sois delegados; por lo tanto, si el Congreso no os gusta, podéis retiraros.<br />

Nadie se opuso. Entonces los socialistas, cuatro o cinco, expresaron con<br />

vehemencia su protesta contra semejante modo de ponerlo en la puerta y<br />

abandonaron la sala. Nadie pareció lamentar su partida; al contrario, la concurrencia<br />

me pareció satisfecha y un tanto más íntima que antes.<br />

Un delegado se levantó.<br />

-Camaradas -dijo-: antes de entrar al orden del día, deseo someteros una<br />

cuestión previa de gran importancia, en mi opinión. Se ha pronunciado recién una<br />

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