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La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard

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destruirlo. ¡Así ya no tendremos más Zar!...» Pálido de emoción, repetía dos y hasta<br />

tres veces esta frase delante del auditorio silencioso y emocionado.<br />

«¡Jurad seguirme, juradlo sobre la cabeza de los vuestros, de vuestros niños!»<br />

«¡Sí, padre, sí! ¡Lo juramos sobre la cabeza de nuestros pequeños!», era<br />

inevitablemente la respuesta.<br />

El 8 de enero por la tarde todo estaba preparado para la marcha. <strong>La</strong>s autoridades<br />

no quedaron atrás. Ciertos círculos intelectuales y literarios supieron de la decisión del<br />

gobierno: no permitir que la multitud se aproximase al palacio y, si insistía, abrir fuego<br />

sin piedad contra la misma. Fue enviada una delegación ante las autoridades para<br />

evitar el derramamiento de sangre, pero en vano. Se tomaron todas las precauciones.<br />

<strong>La</strong> capital se hallaba a merced de las tropas bien armadas.<br />

El domingo 9 de enero, desde temprano, una masa inmensa, compuesta sobre<br />

todo de obreros, muchos de ellos con sus familias, y también de otros elementos muy<br />

diversos, se puso en movimiento ante el Palacio de Invierno. Decenas de millares de<br />

hombres, mujeres y niños, partiendo de todos los puntos de la capital y de sus<br />

alrededores, marcharon hacia la concentración.<br />

Por todas partes tropezaron con barreras de tropas y de policías que abrieron un<br />

fuego nutrido contra esta verdadera marea humana. Pero la presión de esta masa<br />

compacta de hombres, que aumentaba de minuto en minuto, fue tal que por toda clase<br />

de vías oblicuas la multitud afluía sin cesar hacia la plaza, interceptando las calles<br />

vecinas. Millares de hombres dispersados por el ataque se dirigían obstinadamente<br />

hacia su meta, por las calles adyacentes, movidos por el entusiasmo, la curiosidad, la<br />

cólera y la necesidad de desahogar su indignación y su horror. Había muchos que<br />

todavía abrigaban un destello de esperanza, creyendo que si lograban llegar ante el<br />

palacio del zar, éste los recibiría y todo se arreglaría. Algunos suponían que se vería<br />

obligado a ceder; los más ingenuos se imaginaban que el Zar no sabía nada de la<br />

agresión, y que la policía, habiéndole ocultado los hechos, quería ahora impedir al<br />

pueblo que viese al padrecito. Se había de llegar allí a toda costa. Eso era lo jurado… El<br />

padre Gapon quizá estaba ya presente.<br />

Oleadas humanas invadieron finalmente los alrededores y penetraron en la plaza;<br />

el gobierno no encontró nada mejor que barrer a tiros a esa multitud desarmada,<br />

desamparada y desesperada.<br />

Fue un crimen horrendo apenas imaginable en la historia de las vicisitudes<br />

proletarias. Ametrallada a quemarropa, aterrorizada, clamante de dolor y de furia, esta<br />

gran muchedumbre, no pudiendo avanzar ni retroceder, trabada por su propia masa,<br />

sufrió el llamado baño de sangre. Rechazada ligeramente por los disparos, pisoteada,<br />

asfixiada, destruida, se rehacía de inmediato sobre los muertos y los heridos,<br />

presionada por otras masas que llegaban. Y nuevos ataques sacudían a esta multitud<br />

con escalofríos de muerte… Esta agresión infame duró demasiado, hasta que los<br />

sobrevivientes pudieron dispersarse.<br />

Centenares de hombres, mujeres y niños perecieron. Los soldados se<br />

emborracharon, hasta perder todo escrúpulo. Centenares de ellos, totalmente<br />

inconscientes, instalados en un jardín próximo a la plaza del palacio, se divertían<br />

bajando a tiros a los chicos trepados en los árboles «para ver mejor»…<br />

El Zar ni siquiera se encontraba en la capital durante los sucesos. Después de<br />

haber dado carta blanca a las autoridades militares, se había refugiado en una de sus<br />

residencias de verano, en Tsarskoie-Selo, cerca de San Petersburgo.<br />

Gapon, rodeado de portadores de iconos y de imágenes del Zar, encabezaba una<br />

nutrida columna que se dirigía hacia el palacio por la Puerta de Narva; fue dispersada<br />

por las tropas cuando se encontraba en el umbral. Gapon consiguió sortear el peligro. A<br />

los primeros disparos se tiró cuerpo a tierra y no se movió más. Se le creyó muerto o<br />

herido; fue llevado por algunos amigos hasta un lugar seguro, le cortaron los largos<br />

cabellos de pope y le vistieron de civil.<br />

Por fin huyó al extranjero; al abandonar Rusia, Gapon hizo un manifiesto a los<br />

obreros que decía:<br />

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