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La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard

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El gobierno provisional no se percataba de los obstáculos insalvables que<br />

fatalmente se le presentarían. El más importante de todos era el carácter de los<br />

problemas que debía encarar antes de la convocatoria de la Asamblea Constituyente.<br />

No se contemplaba de modo alguno que el pueblo trabajador podría no querer esperar<br />

esta convocatoria, como estaba plenamente en su derecho.<br />

Primeramente el problema de la guerra. El pueblo, desengañado, agotado,<br />

continuaba la guerra sin entusiasmo, desinteresándose completamente de ella. El<br />

ejército había llegado al desquicio a causa del estado miserable en que se encontraba el<br />

país en revolución.<br />

Dos soluciones se presentaban: cesar la guerra, concluir una paz por separado,<br />

desmovilizar el ejército y encarar decididamente los problemas interiores; o hacer lo<br />

imposible para mantener el frente, salvaguardar la disciplina de las tropas y continuar<br />

la guerra a toda costa hasta la convocatoria de la Asamblea Constituyente.<br />

<strong>La</strong> primera solución era inadmisible para un gobierno burgués, patriótico, aliado a<br />

otros beligerantes, que consideraba como un deshonor nacional la ruptura eventual de<br />

esta alianza. Además, como gobierno provisorio, se veía obligado a seguir<br />

estrictamente la fórmula: ningún cambio importante, antes de la convocatoria de la<br />

Asamblea, que tendrá plenos poderes para adoptar cualquier decisión.<br />

El gobierno provisional adoptó, pues, la segunda solución, impracticable en las<br />

condiciones existentes.<br />

Hay que recalcar que la obstinación del gobierno zarista por la continuación de la<br />

guerra, fue la causa inmediata de la revolución. Cualquier gobierno que se empecinase<br />

en ello, sería lógicamente derribado como lo fue el Zar.<br />

Ciertamente, el gobierno provisional esperaba poner fin al caos y reorganizar el<br />

país. ¡Puras ilusiones! Ni el tiempo disponible, ni la situación general, ni la indiferencia<br />

de las masas, lo permitían.<br />

<strong>La</strong> máquina del Estado burgués fue quebrada en Rusia en febrero de 1917. Sus<br />

objetivos y su actividad siempre fueron contrarios a los intereses y a las aspiraciones<br />

del pueblo. Habiéndose éste adueñado de su propio destino, aquélla no podía ser<br />

reparada y puesta en funcionamiento. Es el pueblo, obligado o libremente, no los<br />

gobiernos, quien hace marchar la máquina estatal, y como este pueblo, libremente, se<br />

desentendió de finalidades que no eran las suyas, era menester reemplazar el aparato<br />

destruido por otro adaptado a la nueva situación, en lugar de perder tiempo y fuerzas<br />

en vanos intentos por repararlo.<br />

El gobierno burgués y nacionalista insistía en mantener la máquina y la guerra,<br />

herencia del régimen caído. Así se hacía cada vez más impopular y se encontraba<br />

impotente para imponer su voluntad guerrera.<br />

Este primer problema, el más grave e importante, quedaba sin solución posible<br />

para el gobierno provisional.<br />

El segundo problema espinoso era el agrario. Los campesinos, 85 por 100 de la<br />

población, aspiraban a la posesión de la tierra. <strong>La</strong> revolución dio a esa aspiración un<br />

impulso irresistible. Reducidos a la impotencia, explotados y engañados desde siglos,<br />

los campesinos no querían esperar más. Necesitaban la tierra, inmediatamente y sin<br />

más trámites.<br />

Ya en noviembre de 1905, en el Congreso campesino convocado después del<br />

Manifiesto del 17 de octubre, cuando aún existían libertades, en miras a la convocación<br />

de la Duma, muchos delegados abogaron por esa aspiración.<br />

«Toda alusión a un rescate de tierras –dijo en ese Congreso el delegado<br />

campesino de la región de Moscú- me subleva. Se intenta indemnizar a los esclavistas<br />

de ayer y aun de hoy, que, ayudados por funcionarios, hacen de nuestra vida una<br />

carrera de obstáculos. ¿No los hemos ya indemnizado ricamente con el arrendamiento?<br />

Imposible contar las toneladas de sangre con que hemos regado la tierra… Con la leche<br />

de sus senos, nuestras abuelas criaban perros de caza para esos señores. ¿No será<br />

bastante rescate éste? Durante siglos no hemos sido más que granos de arena<br />

arrastrados por el viento. Y el viento eran ellos. Y ahora ¿hay que pagarles de nuevo?<br />

¡Ah, no! No son necesarias tratativas diplomáticas; la única vía buena es la<br />

revolucionaria. Si no, se nos engañará una vez más. Sólo hablar de rescate ya supone<br />

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