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La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard

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<strong>La</strong> conducta y la psicología de Gapon, por contradictorias que puedan parecer,<br />

tienen una explicación sencilla. Al principio, simple comediante, agente a sueldo de la<br />

policía, fue cada vez más arrastrado por la formidable marea del movimiento popular<br />

que lo colocaba irresistiblemente en la vanguardia. Los acontecimientos lo colocaron, a<br />

su pesar, a la cabeza de las multitudes, para las que se había convertido en un ídolo.<br />

Aventurero y novelesco, debió dejarse mecer por una ilusión, y percibiendo<br />

instintivamente la importancia histórica de los hechos, quizá los apreció con<br />

exageración. Veía ya a todo el país en revolución, el trono en peligro, y él, Gapon, jefe<br />

supremo del movimiento, ídolo del pueblo, elevado a las cumbres de la gloria.<br />

Fascinado por este sueño, que la realidad parecía querer justificar, se dio finalmente<br />

por completo a la agitación desencadenada. Desde entonces, su misión policial no le<br />

interesó más. En esas jornadas de fiebre, deslumbrado por los destellos de la<br />

formidable tormenta social, quedó ensimismado por su nueva postura, que debía<br />

antojársele casi providencial. Esta era quizá la psicología de Gapon en enero de 1905.<br />

Probablemente, el hombre entonces era sincero, y ésta es la impresión personal del<br />

autor, que lo conoció algunos días antes de los acontecimientos y lo vio actuar.<br />

Incluso el fenómeno más extraño, el silencio del gobierno y la ausencia de toda<br />

intervención policial en el curso de la febril preparación, se explica fácilmente. <strong>La</strong> policía<br />

no pudo comprender la mudanza de Gapon. Confiaron en él hasta el fin, considerando<br />

que hacía una hábil maniobra; cuando después se percataron del cambio y del peligro<br />

inminente, ya era demasiado tarde para canalizar y dirigir la marea ascendente. Al<br />

principio un poco desconcertado, el gobierno tomó finalmente la resolución de esperar<br />

el momento favorable para aplastar de un solo golpe la agitación. <strong>La</strong> policía se<br />

mantenía a la expectativa, y este hecho incomprensible, misterioso, envalentonó a las<br />

masas, aumentando sus esperanzas. «El gobierno no se atreve a oponerse al<br />

movimiento: se inclinará», se decía generalmente.<br />

<strong>La</strong> marcha hacia el Palacio de Invierno había de ser en la mañana del domingo 9<br />

de enero, del antiguo calendario. Los últimos días fueron dedicados a la lectura pública<br />

de la petición en las secciones. En todas se procedía casi de igual manera. Gapon<br />

mismo, o alguno de sus amigos, leía y comentaba el documento frente a los obreros,<br />

que ocupaban los locales por turno. Una vez lleno el local, se cerraba la puerta y se<br />

daba a conocer la petición. Los asistentes estampaban sus firmas en una hoja especial<br />

y salían para dejar lugar a otra multitud que esperaba su turno en la calle; la ceremonia<br />

recomenzaba, y así en todas las secciones, hasta después de medianoche.<br />

<strong>La</strong> nota trágica de esos últimos preparativos era el llamado supremo del orador y<br />

el juramento solemne, feroz, de la masa: «¡Camaradas obreros, campesinos y otros!<br />

¡Hermanos de miseria! Sed todos fieles a la causa y al compromiso. El domingo por la<br />

mañana, todos a la plaza, ante el Palacio de Invierno. Cualquier desfallecimiento de<br />

vuestra parte será una traición. Pero venid serenos, pacíficos, dignos de esa hora<br />

solemne. El padre Gapon ya ha prevenido al Zar y le ha garantizado, bajo su<br />

responsabilidad personal, que entre vosotros estará seguro. Si vosotros os permitís<br />

cualquier abuso, el padre Gapon responderá de él. Habéis escuchado la petición.<br />

Solicitamos lo justo. No podemos continuar más esta existencia miserable. Vayamos,<br />

pues, hacia el Zar con los brazos abiertos, plenos los corazones de amor y de<br />

esperanza. Él no puede tratarnos sino de la misma manera y prestar oídos a nuestra<br />

demanda. Gapon mismo le entregará la petición. Esperemos, camaradas; esperemos,<br />

hermanos, que el Zar nos recibirá, nos escuchará y dará satisfacción a nuestras<br />

legítimas reivindicaciones. Pero si el Zar, mis hermanos, en lugar de recibirnos, nos<br />

opone los fusiles y los sables, entonces ¡que la desgracia caiga sobre él! ¡Ya no<br />

tendríamos más Zar! ¡Sería maldito para siempre, él y toda su dinastía!... ¡Jurad todos,<br />

camaradas, hermanos, simples ciudadanos, que si así sucede no olvidaréis jamás la<br />

traición! ¡Jurad que destruiréis al traidor por todos los medios posibles!»… Y la<br />

asamblea en pleno, arrebatada por un impulso extraordinario, respondía mientras<br />

levantaba los brazos: «¡Lo juramos!»<br />

Cuando Gapon leía la petición, y lo hacía por lo menos una vez en cada sección,<br />

agregaba lo siguiente: «Yo, sacerdote Gueorgui Gapon por la voluntad de Dios, os libro<br />

entonces del juramento prestado al Zar y bendigo de antemano a aquel que pueda<br />

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