La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard
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perseverancia, esperando hasta el último momento que su noble ejemplo fuera seguido<br />
por el país.<br />
<strong>La</strong> lucha era asaz desigual.<br />
Los soldados bolcheviques, sin embargo, se rendían a millares; a centenares se<br />
ahogaban otros al quebrarse la capa de hielo, que el deshielo iba debilitando, y otros<br />
caían despedazados por los obuses. Pero, por grandes que fueran esas pérdidas, en<br />
nada disminuía la intensidad de los ataques, por el incesante arribo de cuantiosos<br />
refuerzos.<br />
¿Qué podía hacer la ciudad, sola, contra esta marea creciente? Se esforzó, con<br />
todo, en mantenerse firme. Esperaba obstinadamente una revuelta general inminente<br />
de los obreros y los soldados rojos de Moscú y Petrogrado, que señalaría el comienzo<br />
en grande de la tercera revolución. Y se batía heroicamente, día y noche, en todo el<br />
frente, que se iba estrechando día tras día. Pero no hubo revuelta, ni apareció ayuda<br />
alguna; la resistencia de Kronstadt se debilitaba y los asaltantes obtenían ventajas<br />
sobre ventajas.<br />
Por lo demás, Kronstadt, como fortaleza, no había sido erigida para sostener un<br />
ataque desde la retaguardia. (Odiosa calumnia era la propalada, entre tantas otras, por<br />
los bolcheviques, de que los marinos revolucionarios se proponían bombardear<br />
Petrogrado.) <strong>La</strong> famosa fortaleza había sido edificada con el único fin de defender la<br />
capital de cualquier ataque por el lado del mar. Y, de añadidura, en previsión de que la<br />
fortaleza cayese en poder del enemigo, se habían erigido las baterías de las costas del<br />
golfo y los fuertes de Krasnaya Gorka para el ataque combinado contra Kronstadt y no<br />
contra Petrogrado. Por ello, no se había reforzado especialmente la retaguardia de<br />
Kronstadt, precisamente por donde ésta sufría ahora el asalto, en formidables<br />
tentativas, reanudadas casi cada noche.<br />
Durante todo el día 10 de marzo, la artillería comunista barrió sin cesar toda la<br />
isla, de Norte a Sur. En la noche del 12 al 13 atacaron por el Sur, utilizando<br />
nuevamente los sudarios blancos, con el sacrificio de centenares de kursanty. En los<br />
siguientes días de lucha se fue haciendo mayormente desigual. Los heroicos defensores<br />
estaban agotados por la fatiga y las privaciones. Se estaba combatiendo ahora en los<br />
alrededores de la ciudad. Los comunicados de las operaciones, publicados<br />
cotidianamente por el Comité <strong>Revolucion</strong>ario, se hacían cada vez más trágicos. El<br />
número de las víctimas aumentaba rápidamente.<br />
Finalmente, el 16 de marzo, los bolcheviques sintiendo próximo el desenlace,<br />
descargaron un fulminante ataque concentrado, precedido de una furiosa preparación<br />
de la artillería. Había que acabar a todo trance. Cada hora más de resistencia, cada<br />
cañonazo de Kronstadt, constituían otro desafío a los comunistas que podría suscitar la<br />
revuelta, contra ellos, de millones de hombres. Sabían ya que estaban abandonados a<br />
sí mismos. Ya Trotski se había visto obligado a utilizar destacamentos de chinos y de<br />
baskirios. Había que aplastar sin demora a Kronstadt; si no, sería ésta la que haría<br />
saltar el poder bolchevique.<br />
Desde la montaña, los grandes cañones de Krasnaya Gorka hicieron llover sobre la<br />
ciudad, sin cesar, obuses que provocaban ruinas e incendios. Y los aviones arrojaban<br />
bombas, una de las cuales destruyó el hospital, a pesar de la bien visible insignia de la<br />
Cruz Roja. A este furioso bombardeo siguió un asalto general por el Norte, el Sur y el<br />
Este.<br />
El plan de ataque –escribió más tarde Dybenko, ex comisario bolchevique de la<br />
flota y futuro dictador de Kronstadt- fue preparado en sus más minuciosos detalles<br />
según las directivas del comandante en jefe, Tujachevski, y del estado mayor del<br />
Ejército del Sur. El ataque empezó al crepúsculo. «Los blancos sudarios y el valor de los<br />
kursantys –escribió Dybenko- dieron la posibilidad de avanzar en columnas.»<br />
Sin embargo, en muchos lugares, tras encarnizado combate con ametralladoras, el<br />
enemigo fue rechazado. En un punto y otro, entre el estruendo de la lucha dentro de<br />
los muros de la ciudad, los marinos maniobraban hábilmente, se precipitaban a los<br />
puntos más amenazados, dando órdenes oportunas, lanzando llamamientos. Un<br />
verdadero fanatismo de bravura se posesionó de los defensores. Nadie pensaba en el<br />
peligro ni en la muerte. «¡Camaradas –oíase de tiempo en tiempo-: armad de prisa los<br />
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