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La Revolucion Desconocida _Volin - fondation Besnard

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epetidamente. Al segundo ataque mortífero la gente se dispersó, dejando una<br />

treintena de muertos y unos sesenta heridos. Cierto es que muchos soldados tiraron al<br />

aire; los vidrios de los pisos altos volaron por los impactos.<br />

Pasaron unos días y la huelga continuaba casi general en San Petersburgo.<br />

Movimiento espontáneo, no fue desencadenado por ningún partido político, ni<br />

organismo sindical (no los había entonces en Rusia), ni siquiera por un comité de<br />

huelga. Por propia iniciativa las masas obreras abandonaron fábricas y talleres. Los<br />

partidos políticos no supieron siquiera aprovechar la ocasión para apoderarse del<br />

movimiento, como solían hacer, permaneciendo totalmente al margen.<br />

«¿Qué hacer ahora? –Era la inquietante interrogación planteada a los obreros-. <strong>La</strong><br />

miseria llamaba a la puerta de los huelguistas. Era necesario afrontarla sin demora. ¿De<br />

qué manera los obreros deberían y podrían continuar la lucha? <strong>La</strong>s secciones, privadas<br />

de su jefe, se encontraban desamparadas y casi impotentes. Los partidos políticos no<br />

daban señales de vida. Se hacía sentir así, imperiosamente, la necesidad de un<br />

organismo que coordinara y dirigiera la acción.»<br />

Yo no sé como eran encarados y resueltos estos problemas en los distintos<br />

barrios. Quizá ciertas secciones supieron por lo menos acudir materialmente en ayuda<br />

de los huelguistas de su radio. En mi barrio los acontecimientos tomaron un giro<br />

particular, conduciendo posteriormente, como se verá, a una acción generalizada.<br />

En mi casa se reunía diariamente una cuarentena de obreros del barrio. <strong>La</strong> policía<br />

nos dejaba momentáneamente tranquilos, guardando, después de los recientes<br />

acontecimientos, una misteriosa neutralidad, que nosotros aprovechamos. Tratábamos<br />

de hallar medios de obrar. Mis alumnos decidieron, de acuerdo conmigo, liquidar<br />

nuestra organización de estudios, adherirse individualmente a los partidos<br />

revolucionarios y pasar así a la acción, pues todos considerábamos esos<br />

acontecimientos como prolegómenos de una revolución inminente. Una tarde –ocho<br />

días después del 9 de enero- llamaron a mi puerta. Estaba solo. Entró un joven alto, de<br />

aspecto franco y simpático.<br />

-¿Usted es Fulano? –me preguntó. Y ante mi afirmativa, continuó-: Le busco<br />

desde hace un tiempo. Ayer, al fin, pude saber su dirección. Yo soy Guiorgui Nossar.<br />

Pasaré de seguida al objeto de mi visita. He aquí de que se trata. Asistí, el 8 de enero,<br />

a su lectura de la petición, y pude observar que usted no pertenece a ningún partido<br />

político.<br />

-¡Exacto!<br />

-Yo, tampoco, pues desconfío de ellos. Soy revolucionario y simpatizo con el<br />

movimiento obrero. Pero no conozco a nadie entre los obreros. Cuento, eso sí, con<br />

muchísimas relaciones en los medios burgueses liberales, opositores. Se me ocurrió<br />

entonces una idea. Sé que millares de obreros, sus mujeres y sus hijos, sufren ya<br />

terribles privaciones a causa de la huelga. Los burgueses ricos a quienes conozco no<br />

desean nada mejor que socorrer a esos desdichados. En pocas palabras: yo podría<br />

recolectar, para los huelguistas, fondos bastante considerables. Se trata de distribuirlos<br />

de modo organizado, útil y equitativo. De ahí la necesidad de entablar relaciones con la<br />

masa obrera. Y he pensado en usted. ¿No podría, de acuerdo con sus mejores amigos<br />

obreros, encargarse de recibir y distribuir entre los huelguistas y las familias de las<br />

víctimas del nueve de enero las sumas que yo recolecte?<br />

Acepté al punto. Había entre mis amigos un obrero que podía disponer de la<br />

camioneta de su patrono para visitar a los huelguistas y distribuir los socorros.<br />

A la tarde siguiente reuní a mis amigos. Nossar se hallaba presente. Traía ya<br />

algunos millares de rublos. Nuestra acción comenzó enseguida. Durante algún tiempo<br />

esta tarea absorbía mi jornada. Por la tarde recibía de manos de Nossar, contra recibo,<br />

los fondos, y trazaba mi plan de visitas. Al día siguiente, ayudado por mis amigos,<br />

distribuía el dinero a los huelguistas. Nossar contrajo así amistad con los obreros que<br />

me visitaban.<br />

Mientras, la huelga tocaba a su fin. Todos los días mayores grupos de<br />

trabajadores volvían a la labor. Y, al par, los fondos se agotaban. Y el grave<br />

interrogante apareció de nuevo: ¿qué hacer? ¿Cómo proseguir la acción? ¿Y cuál ahora?<br />

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