Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Ya ves, loquito, ya ves tanto querer ir a San Marcos —dijo <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>—. ¿Me<br />
prometes que el otro año te pasarás a <strong>la</strong> Católica? ¿Que nunca más te meterás en política?<br />
Te prometía mamá, nunca mamá. Eran <strong>la</strong>s dos cuando se fueron a acostar. Santiago se<br />
<strong>de</strong>snudó, se puso el piyama, apagó <strong>la</strong> <strong>la</strong>mparil<strong>la</strong>. Sentía el cuerpo embotado, mucho calor.<br />
—¿Nunca más buscaste a los <strong>de</strong> Cahui<strong>de</strong>? —dijo Carlitos.<br />
Se subió <strong>la</strong> sábana hasta el cuello y el sueño huyó y el cansancio se agolpó en <strong>la</strong> espalda. La<br />
ventana estaba abierta y se veían algunas estrel<strong>la</strong>s.<br />
—A L<strong>la</strong>que lo tuvieron preso dos años, a Washington lo <strong>de</strong>sterraron a Bolivia —dijo<br />
Santiago—. A los otros los soltaron quince días <strong>de</strong>spués.<br />
Un malestar como un <strong>la</strong>drón rondando en <strong>la</strong> oscuridad, piensa, remordimientos, celos,<br />
vergüenza. Te odio papá, te odio Jacobo, te odio Aída. Sentía unas terribles ganas <strong>de</strong> fumar y no<br />
tenía cigarrillos.<br />
—Pensarían que te asustaste —dijo Carlitos—. Que los traicionaste, Zavalita.<br />
La cara <strong>de</strong> Aída, <strong>de</strong> Jacobo y Washington y Solórzano y Héctor y <strong>de</strong> nuevo <strong>la</strong> <strong>de</strong> Aída.<br />
Piensa: ganas <strong>de</strong> ser chiquito, <strong>de</strong> nacer <strong>de</strong> nuevo, <strong>de</strong> fumar. Pero si iba a pedirle al Chispas habría<br />
que conversar con él.<br />
—En cierta forma me asusté, Carlitos —dijo Santiago—. En cierta forma los traicioné.<br />
Se sentó en <strong>la</strong> cama, hurgó en los bolsillos <strong>de</strong>l saco, se levantó y revisó todos los ternos <strong>de</strong>l<br />
ropero. Sin ponerse <strong>la</strong> bata ni <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s bajó al primer rel<strong>la</strong>no y entró al cuarto <strong>de</strong>l Chispas. La<br />
cajetil<strong>la</strong> y los fósforos estaban en <strong>la</strong> mesa <strong>de</strong> noche, el Chispas dormía boca bajo sobre <strong>la</strong>s sábanas.<br />
Regresó a su cuarto. Sentado junto a <strong>la</strong> ventana ansiosamente, <strong>de</strong>liciosamente fumó, arrojando <strong>la</strong><br />
ceniza al jardín. Poco <strong>de</strong>spués sintió frenar el auto a <strong>la</strong> puerta. Vio entrar a don Fermín, vio a<br />
Ambrosio yendo hacia su cuartito <strong>de</strong>l fondo. Ahora estaría abriendo el escritorio, ahora prendiendo<br />
<strong>la</strong> luz.<br />
Buscó a tientas <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s y <strong>la</strong> bata y salió <strong>de</strong>l cuarto. Des<strong>de</strong> <strong>la</strong> escalera vio que <strong>la</strong> luz <strong>de</strong>l<br />
escritorio estaba encendida. Bajó, se <strong>de</strong>tuvo junto a <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> cristal: sentado en uno <strong>de</strong> los<br />
sillones ver<strong>de</strong>s, el vaso <strong>de</strong> whisky en <strong>la</strong> mano, sus ojos trasnochados, <strong>la</strong>s canas <strong>de</strong> sus sienes. Sólo<br />
había encendido <strong>la</strong> lámpara <strong>de</strong> pie, como en <strong>la</strong>s noches que se quedaba en casa y leía los periódicos,<br />
piensa. Tocó <strong>la</strong> puerta y don Fermín vino a abrir.<br />
—Quisiera hab<strong>la</strong>r contigo un momentito, papá.<br />
—Entra, vas a resfriarte ahí afuera —ya no enojado, Zavalita, contento <strong>de</strong> verte—. Hay<br />
mucha humedad, f<strong>la</strong>co.<br />
Lo cogió <strong>de</strong>l brazo, lo hizo entrar, volvió al sillón, Santiago se sentó frente a él.<br />
—¿Han estado <strong>de</strong>spiertos hasta ahora? —como si ya te hubiera perdonado, Zavalita, o nunca<br />
te hubiera reñido—. El Chispas tiene un buen pretexto para no ir mañana a <strong>la</strong> oficina.<br />
—Nos acostamos hace rato, papá. Yo estaba <strong>de</strong>sve<strong>la</strong>do.<br />
—Desve<strong>la</strong>do con tantas emociones —mirándote con cariño, Zavalita—. Bueno, no es para<br />
menos. Ahora tienes que contarme todo con <strong>de</strong>talles. ¿Te trataron bien, <strong>de</strong> veras?<br />
—Sí papá, ni me interrogaron siquiera.<br />
—Bueno, menos mal que pasó el susto —hasta con un poquito <strong>de</strong> orgullo, Zavalita—. Qué<br />
querías hab<strong>la</strong>r conmigo, f<strong>la</strong>co.<br />
—He estado pensando en lo que dijiste y tienes razón, papá —sintiendo que se te secaba <strong>la</strong><br />
boca <strong>de</strong> golpe, Zavalita—. Quiero irme <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa y buscar un trabajo. Algo que me permita seguir<br />
estudiando, papá.<br />
Don Fermín no se burló, no se rió. Alzó el vaso, tomó un trago, se limpió <strong>la</strong> boca.<br />
102