You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
esas tías y tíos, Zavalita, <strong>la</strong>s caras <strong>de</strong> esos primos y primas; te habrías cruzado muchas veces con<br />
ellos sin reconocerlos. Era noviembre y comenzaba a hacer un poco <strong>de</strong> calor cuando <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong><br />
y el Chispas llevaron a don Fermín a Nueva York a que le hicieran un examen. Regresaron a los<br />
diez días y <strong>la</strong> familia se fue a pasar el verano a Ancón. Casi no los habías visto tres meses, Zavalita,<br />
pero hab<strong>la</strong>bas con el viejo por teléfono todas <strong>la</strong>s semanas. A fines <strong>de</strong> marzo volvieron a Miraflores<br />
y don Fermín se había repuesto y tenía un rostro tostado y saludable. El primer domingo que<br />
almorzó <strong>de</strong> nuevo en <strong>la</strong> casa, vio que Popeye besaba a <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> y a don Fermín. La Teté tenía<br />
permiso para ir a bai<strong>la</strong>r con él, los sábados, al Grill <strong>de</strong>l Bolívar. En tu cumpleaños, <strong>la</strong> Teté y el<br />
Chispas y Popeye habían ido a <strong>de</strong>spertarte a <strong>la</strong> pensión, y en <strong>la</strong> casa toda <strong>la</strong> familia te esperaba con<br />
paquetes. Dos ternos, Zavalita, camisas, zapatos, unos gemelos, en un sobrecito un cheque <strong>de</strong> mil<br />
soles que gastaste con Carlitos en el bulín. ¿Qué más que valiera <strong>la</strong> pena, Zavalita, qué más que<br />
sobreviviera?<br />
—AL PRINCIPIO vagando —dice Ambrosio—. Después fui chofer, y, ríase niño, hasta<br />
medio dueño <strong>de</strong> una funeraria.<br />
Las primeras semanas en Pucallpa <strong>la</strong>s había pasado mal. No tanto por <strong>la</strong> <strong>de</strong>sconso<strong>la</strong>da tristeza<br />
<strong>de</strong> Ambrosio, como por <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s. El cuerpo b<strong>la</strong>nco, joven y bello <strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong> San<br />
Miguel se acercaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> oscurida<strong>de</strong>s remotas, <strong>de</strong>stel<strong>la</strong>ndo, y el<strong>la</strong>, <strong>de</strong> rodil<strong>la</strong>s en su estrecho<br />
cuartito <strong>de</strong> Jesús María, comenzaba a temb<strong>la</strong>r. Flotaba, crecía, se <strong>de</strong>tenía en el aire ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> un<br />
halo dorado y el<strong>la</strong> podía ver <strong>la</strong> gran herida púrpura en el cuello <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora y sus ojos acusadores:<br />
tú me mataste. Despertaba aterrada, se apretaba al cuerpo dormido <strong>de</strong> Ambrosio, permanecía<br />
<strong>de</strong>sve<strong>la</strong>da hasta el amanecer. Otras veces <strong>la</strong> perseguían policías <strong>de</strong> uniformes ver<strong>de</strong>s y oía sus<br />
silbatos, el ruido <strong>de</strong> sus zapatones: tú <strong>la</strong> mataste. No <strong>la</strong> agarraban, toda <strong>la</strong> noche estiraban sus manos<br />
hacia el<strong>la</strong> que se encogía y sudaba.<br />
—No me hables nunca más <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora —le había dicho Ambrosio, con cara <strong>de</strong> perro<br />
apaleado, el día que llegaron—. Te prohíbo.<br />
A<strong>de</strong>más, había sentido <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio contra esta ciudad calurosa y<br />
<strong>de</strong>cepcionante. Habían vivido primero en un lugar invadido por arañas y cucarachas —el hotel<br />
Pucallpa—, en <strong>la</strong>s cercanías <strong>de</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za a medio hacer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuyas ventanas se divisaba el<br />
embarca<strong>de</strong>ro con sus canoas, <strong>la</strong>nchas y barcazas ba<strong>la</strong>nceándose en <strong>la</strong>s aguas sucias <strong>de</strong>l río. Qué feo<br />
era todo, qué pobre era todo. Ambrosio había mirado Pucallpa con indiferencia, como si estuvieran<br />
ahí <strong>de</strong> paso, y sólo un día que el<strong>la</strong> se quejaba <strong>de</strong>l ardor sofocante, había hecho un comentario vago:<br />
el calorcito se parecía al <strong>de</strong> Chincha, Amalia. Habían estado una semana en el hotel. Luego habían<br />
alqui<strong>la</strong>do una cabaña con techo <strong>de</strong> paja, cerca <strong>de</strong>l hospital. Alre<strong>de</strong>dor había muchas funerarias,<br />
incluso una especializada en cajoncitos b<strong>la</strong>ncos <strong>de</strong> niño que se l<strong>la</strong>maba “Ataú<strong>de</strong>s Limbou”.<br />
—Pobres los enfermos <strong>de</strong>l hospital —había dicho Amalia—. Viendo tantas funerarias cerca,<br />
pensarán todo el tiempo que se van a morir.<br />
—Es lo que más hay allá —dice Ambrosio—. Iglesias y funerarias. Uno se marea entre tantas<br />
religiones como hay en Pucallpa, niño.<br />
También <strong>la</strong> Morgue estaba frente al hospital, a pocos pasos <strong>de</strong> <strong>la</strong> cabaña. Amalia había<br />
sentido un estremecimiento el primer día, al ver <strong>la</strong> lóbrega construcción <strong>de</strong> cemento con su cresta <strong>de</strong><br />
gallinazos en el techo. La cabaña era gran<strong>de</strong> y tenía atrás un terrenito cubierto <strong>de</strong> maleza. Pue<strong>de</strong>n<br />
sembrar algo, les había dicho A<strong>la</strong>ndro Pozo, el dueño, el día que se mudaron, hacerse una huertita.<br />
El piso <strong>de</strong> los cuatro cuartos era <strong>de</strong> tierra y <strong>la</strong>s pare<strong>de</strong>s estaban <strong>de</strong>scoloridas. No tenían ni un<br />
colchón, ¿dón<strong>de</strong> iban a dormir? Sobre todo Amalita Hortensia, <strong>la</strong> picarían los animales. Ambrosio<br />
se había tocado el fundillo: comprarían lo que hiciera falta. Esa misma tar<strong>de</strong> habían ido al centro y<br />
comprado un catre, un colchón, una cunita, ol<strong>la</strong>s, p<strong>la</strong>tos, un primus, unas cortinitas, y Amalia, al ver<br />
que Ambrosio seguía escogiendo cosas, se había a<strong>la</strong>rmado: ya no más, se te va a acabar <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ta.<br />
Pero él, sin contestarle, había seguido or<strong>de</strong>nando al encantado ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los "Almacenes Wong"<br />
eso más, esto otro, el hule.<br />
— ¿De dón<strong>de</strong> sacaste tanta p<strong>la</strong>ta? —le había preguntado Amalia esa noche.<br />
259