Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
Bajó media hora <strong>de</strong>spués y lo vio sentado en el Bar, <strong>de</strong> espaldas a <strong>la</strong>s parejas <strong>de</strong>l salón. Bebía<br />
mirando <strong>la</strong>s siluetas <strong>de</strong> senos protuberantes que Robertito había dibujado con tizas <strong>de</strong> colores en <strong>la</strong>s<br />
pare<strong>de</strong>s; sus ojos b<strong>la</strong>ncos revoloteaban en <strong>la</strong> penumbra, bril<strong>la</strong>ntes e intimidados y <strong>la</strong>s uñas <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
mano que aferraba el vaso <strong>de</strong> cerveza parecían fosforescentes. Se atrevió, pensó Queta. No se sintió<br />
sorprendida, no le importó. Pero sí a Martha, que estaba bai<strong>la</strong>ndo y gruñó ¿viste? al pasar Queta a<br />
su <strong>la</strong>do, ahora se permitían negros aquí. Despidió en <strong>la</strong> entrada al muchachito <strong>de</strong>l chaleco, volvió al<br />
Bar y Robertito le servía al sambo otra cerveza. Quedaban muchos hombres sin pareja, arrinconados<br />
y <strong>de</strong> pie, mirando, y ya no se oía a Malvina. Cruzó <strong>la</strong> pista, una mano <strong>la</strong> pellizcó en <strong>la</strong> ca<strong>de</strong>ra y el<strong>la</strong><br />
sonrió sin <strong>de</strong>tenerse, pero antes <strong>de</strong> llegar al mostrador se le interpuso una cara hinchada <strong>de</strong> ojos<br />
añejos y cejas hirsutas: ven a bai<strong>la</strong>r.<br />
—La señorita está conmigo, don —musitó <strong>la</strong> voz ahogada <strong>de</strong>l sambo; estaba junto a <strong>la</strong><br />
lámpara y <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> <strong>de</strong> luceros ver<strong>de</strong>s le daba en el hombro.<br />
—Me acerqué primero —vaciló el otro, consi<strong>de</strong>rando el <strong>la</strong>rgo cuerpo inmóvil—. Pero está<br />
bien, no peleemos.<br />
—No estoy con éste sino contigo —dijo Queta, tomando <strong>de</strong> <strong>la</strong> mano al hombre—. Ven;<br />
vamos a bai<strong>la</strong>r.<br />
Lo jaló a <strong>la</strong> pista, riéndose por a<strong>de</strong>ntro, pensando ¿cuántas cervezas para atreverse?, pensando<br />
te voy a enseñar, ya vas a ver, ya verás. Bai<strong>la</strong>ba y sentía a su pareja tropezando, incapaz <strong>de</strong> seguir <strong>la</strong><br />
música, y veía los ojos añejos espiando <strong>de</strong>scontro<strong>la</strong>dos al sambo que, siempre <strong>de</strong> pie, miraba ahora<br />
parsimoniosamente <strong>la</strong>s figuras <strong>de</strong> <strong>la</strong> pared y <strong>la</strong> gente <strong>de</strong> los rincones. Terminó <strong>la</strong> pieza y el hombre<br />
quiso retirarse. ¿No le tendría miedo al morenito, no?, podían bai<strong>la</strong>r otra. Suelta, se había hecho<br />
tar<strong>de</strong>, tenía que irse. Queta se rió, lo soltó, fue a sentarse a una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s banquetas <strong>de</strong>l Bar y un<br />
instante <strong>de</strong>spués el sambo estaba a su <strong>la</strong>do. Sin mirarlo, adivinó su cara <strong>de</strong>scompuesta por <strong>la</strong><br />
confusión, sus gruesos <strong>la</strong>bios abriéndose.<br />
—¿Ya me llegó mi turno? —dijo, espesamente—. ¿Ya se podría bai<strong>la</strong>r?<br />
Lo miró a los ojos, seria, y lo vio bajar <strong>la</strong> cabeza en el acto.<br />
—¿Y qué pasa si se lo cuento a Cayo Mierda? —dijo Queta.<br />
—No está —balbuceó él, sin alzar <strong>la</strong> frente, sin moverse—. Se ha ido <strong>de</strong> gira al Sur.<br />
—¿Y qué pasa si cuando vuelva le digo que viniste y quisiste meterte conmigo? —insistió<br />
Queta, con paciencia.<br />
—No sé —dijo el sambo, suavemente—. A lo mejor nada. O me botará. O me hará meter<br />
preso o peores cosas.<br />
Levantó un segundo <strong>la</strong> vista, como rogándome si quiere escúpame pero no le cuente pensó<br />
Queta, y <strong>la</strong> <strong>de</strong>svió. ¿Era mentira entonces que <strong>la</strong> loca lo hubiera mandado con ese encargo?<br />
—Era verdad —dijo el sambo; dudó un momento y añadió, todavía cabizbajo—. Pero no me<br />
mandó que me quedara.<br />
Queta se echó a reír y el sambo alzó <strong>la</strong> vista: ígneos, b<strong>la</strong>ncos, esperanzados, asustados.<br />
Robertito se había acercado e interrogó mudamente a Queta frunciendo los <strong>la</strong>bios; el<strong>la</strong> le indicó con<br />
un gesto que estaba bien.<br />
—Si quieres conversar conmigo tienes que pedir algo —dijo, y or<strong>de</strong>nó—: Para mí vermouth.<br />
—Tráigale un vermouth a <strong>la</strong> señorita —repitió el sambo—. Para mí, lo mismo <strong>de</strong> antes.<br />
Queta vio <strong>la</strong> media sonrisa irónica <strong>de</strong> Robertito al alejarse, y <strong>de</strong>scubrió a Martha, al fondo <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> pista, mirándo<strong>la</strong> indignada por sobre el hombro <strong>de</strong> su pareja, y vio <strong>la</strong>s pupi<strong>la</strong>s excitadas y<br />
censoras <strong>de</strong> los solitarios <strong>de</strong> los rincones, c<strong>la</strong>vadas en el<strong>la</strong> y el sambo. Robertito trajo <strong>la</strong> cerveza y <strong>la</strong><br />
copita <strong>de</strong> té ralo y al irse le guiñó un ojo como diciéndole te compa<strong>de</strong>zco o no es culpa mía.<br />
—Yo me doy cuenta —murmuró el sambo—. Usted no me tiene ninguna simpatía.<br />
—No porque seas negro, a mí me importa un pito —dijo Queta—. Porque eres sirviente <strong>de</strong>l<br />
asqueroso <strong>de</strong> Cayo Mierda.<br />
275