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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—¿Prefieres el periodismo a <strong>la</strong> literatura? —dijo Santiago.<br />
—Prefiero el trago —se rió Carlitos—. El periodismo no es una vocación sino una<br />
frustración, ya te darás cuenta.<br />
Se encogió, dibujos y caricaturas y títulos en inglés don<strong>de</strong> había estado su cabeza, y ahí<br />
estaban <strong>la</strong> mueca que torcía su cara, Zavalita, sus manos crispadas. Le tocó el brazo: ¿se sentía mal?<br />
Carlitos se en<strong>de</strong>rezó, apoyó <strong>la</strong> cabeza contra <strong>la</strong> pared.<br />
—A lo mejor <strong>la</strong> úlcera <strong>de</strong> nuevo —ahora tenía un hombre—cuervo en una oreja, y en <strong>la</strong> otra<br />
un rascacielos—. A lo mejor <strong>la</strong> falta <strong>de</strong> alcohol. Porque aunque te parezca borracho, no he tomado<br />
en todo el día. El único que te queda y en el hospital, con diablos azules, Zavalita. Irías a verlo<br />
mañana sin falta, Carlitos, le llevarías un libro.<br />
—Entraba aquí y me sentía en París —dijo Carlitos—. Pensaba algún día llegaré a París, y<br />
bum, genio como por arte <strong>de</strong> magia. Pero no llegué, Zavalita, y aquí me tienes, con retortijones <strong>de</strong><br />
embarazada. ¿Qué ibas a ser tú cuando viniste a naufragar a La Crónica?<br />
—Abogado —dijo Santiago—. No, más bien revolucionario. Comunista.<br />
—Comunista y periodista por lo menos riman, en cambio poeta y periodista —dijo Carlitos, y<br />
echándose a reír—. ¿Comunista? A mí me botaron <strong>de</strong> un trabajo por comunista. Si no fuera por eso,<br />
no hubiera entrado al periódico y a lo mejor estaría escribiendo poemas.<br />
—¿No sabes qué son diablos azules? —dice Santiago—. Cuando no quieres saber algo, no te<br />
gana nadie, Ambrosio.<br />
—Qué carajo iba a ser yo comunista —dijo Carlitos—. Eso es lo más gracioso <strong>de</strong>l caso, <strong>la</strong><br />
verdad es que nunca supe por qué me botaron. Pero me fregaron, y aquí me tienes, borracho y con<br />
úlceras. Salud niño formal, salud Zavalita.<br />
LA señorita Queta era <strong>la</strong> mejor amiga <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora, <strong>la</strong> que venía más a <strong>la</strong> casita <strong>de</strong> San<br />
Miguel, <strong>la</strong> que nunca faltaba a <strong>la</strong>s fiestas. Alta, piernas <strong>la</strong>rgas, pelos rojos, pintados <strong>de</strong>cía Carlota,<br />
piel cane<strong>la</strong>, un cuerpo más l<strong>la</strong>mativo que el <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora Hortensia, también sus vestidos y su<br />
manera <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>r y sus disfuerzos cuando tomaba. Era <strong>la</strong> que hacía más bul<strong>la</strong> en <strong>la</strong>s fiestecitas, una<br />
atrevida para bai<strong>la</strong>r, el<strong>la</strong> sí que se <strong>de</strong>jaba aprovechar a su gusto por los invitados, no paraba <strong>de</strong><br />
provocarlos. Se les acercaba por <strong>la</strong> espalda, los <strong>de</strong>speinaba, les ja<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> oreja, se les sentaba en <strong>la</strong>s<br />
rodil<strong>la</strong>s, una <strong>de</strong>scocada. Pero era <strong>la</strong> que alegraba <strong>la</strong> noche con sus locuras. La primera vez que vio a<br />
Amalia se <strong>la</strong> quedó mirando con una sonrisita rarísima, y <strong>la</strong> examinaba y <strong>la</strong> miraba y se quedaba<br />
pensando y Amalia qué le pasará, qué tengo. Así que tú eres <strong>la</strong> famosa Amalia, por fin te conozco.<br />
¿Famosa por qué, señorita? La que roba corazones, <strong>la</strong> que <strong>de</strong>struye a los hombres, se reía <strong>la</strong> señorita<br />
Queta, Amalia <strong>la</strong> malquerida.<br />
Loquísima pero qué simpática. Cuando no estaba haciendo pasadas por teléfono con <strong>la</strong> señora,<br />
contaba chistes. Entraba con una alegría perversa en los ojos, tengo mil chismes nuevecitos cho<strong>la</strong>, y<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina, Amalia <strong>la</strong> oía rajando, chismeando, burlándose <strong>de</strong> todo el mundo. También el<strong>la</strong> les<br />
hacía a Carlota y Amalia unas bromas que <strong>la</strong>s <strong>de</strong>jaban mudas y con <strong>la</strong> cara quemando. Pero era<br />
buenísima, vez que <strong>la</strong>s mandaba al chino a comprar algo les rega<strong>la</strong>ba uno, dos soles. Un día <strong>de</strong><br />
salida hizo subir a Amalia a su carrito b<strong>la</strong>nco y <strong>la</strong> llevó hasta el para<strong>de</strong>ro.<br />
—ALCIBÍADES en persona telefoneó a su oficina pidiendo que esa noticia no fuera enviada<br />
a los diarios —suspiró él; sonrió apenas—. No lo habría molestado si no hubiera hecho ya una<br />
investigación, señor Tallio.<br />
—Pero, no pue<strong>de</strong> ser —<strong>la</strong> cara rubicunda <strong>de</strong>vastada por el <strong>de</strong>sconcierto, <strong>la</strong> lengua súbitamente<br />
torpe—. ¿A mi oficina, señor Bermú<strong>de</strong>z? Pero si <strong>la</strong> secretaria me da todos los ...? ¿El doctor<br />
Alcibía<strong>de</strong>s en persona? No comprendo cómo ...<br />
—¿No le dieron el recado? —lo ayudó él, sin ironía—. Bueno, me figuraba algo <strong>de</strong> eso.<br />
Alcibía<strong>de</strong>s habló con uno <strong>de</strong> los redactores, creo.<br />
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