Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
Trifulcio se había arrodil<strong>la</strong>do, había comenzado a jurar y a lloriquear. Pero el que daba <strong>la</strong>s<br />
ór<strong>de</strong>nes no se <strong>de</strong>jó conmover: lo mandaba preso <strong>de</strong> nuevo, <strong>de</strong>lincuente, hampón conocido, <strong>la</strong> cartera<br />
<strong>de</strong> una vez. Y en eso se abrió <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa—hacienda y salió don Emilio: qué pasaba aquí.<br />
—Lo llevamos pero no quisieron recibirlo, señor Lozano —dijo Ludovico—. Que no<br />
aceptaban <strong>la</strong> responsabilidad, que sólo si usted da <strong>la</strong> or<strong>de</strong>n por escrito.<br />
—Ya conversamos <strong>de</strong> eso, don Cayo —dijo don Fermín—. Yo encantado <strong>de</strong> servir al<br />
Presi<strong>de</strong>nte. Pero una senaduría es entregarse <strong>de</strong> lleno a <strong>la</strong> política y yo no puedo.<br />
—Yo no voy a <strong>de</strong>cir nada, yo nunca digo nada —dijo Queta—. A mí no me importa nada <strong>de</strong><br />
nada. Te vas a jo<strong>de</strong>r, pero no por mí.<br />
—¿Tampoco aceptaría una Embajada? —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. El General está tan<br />
agra<strong>de</strong>cido por toda <strong>la</strong> co<strong>la</strong>boración que usted le ha prestado y quiere <strong>de</strong>mostrárselo. ¿No le<br />
interesaría, don Fermín?<br />
—Mire cómo me está ofendiendo, don Emilio —dijo Trifulcio—. Mire <strong>la</strong> barbaridad <strong>de</strong> que<br />
me acusa. Hasta me ha hecho llorar, don Emilio.<br />
—Ni pensarlo —dijo don Fermín, riéndose—. No tengo pasta <strong>de</strong> par<strong>la</strong>mentario ni <strong>de</strong><br />
diplomático, don Cayo.<br />
—Yo no fui, señor —dijo Hipólito—. Se loqueó solito, se tiró <strong>de</strong> bruces solito, señor. Apenas<br />
lo tocamos, créame señor Lozano.<br />
—No ha sido él, hombre —dijo don Emilio al que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes—. Sería algún cholito <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> manifestación. ¿Tú no serías tan perro <strong>de</strong> robarme a mí, no, Trifulcio?<br />
—Lo va a herir al General con tanto <strong>de</strong>sinterés, don Fermín —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z.<br />
—Antes me <strong>de</strong>jaría cortar <strong>la</strong> mano, don Emilio —dijo Trifulcio.<br />
—Uste<strong>de</strong>s armaron esta complicación —dijo el señor Lozano—. Y uste<strong>de</strong>s solitos <strong>la</strong> van a<br />
<strong>de</strong>sarmar, sócarajos.<br />
—Nada <strong>de</strong> <strong>de</strong>sinterés, se equivoca —dijo don Fermín—. Ya habrá ocasión <strong>de</strong> que Odría me<br />
retribuya mis servicios. Ya ve, como usted es tan franco conmigo, yo lo mismo con usted, don<br />
Cayo.<br />
—Lo van a sacar, cal<strong>la</strong>ditos, se lo van a llevar con cuidadito —dijo el señor Lozano—, lo van<br />
a <strong>de</strong>jar por alguna parte. Y si alguien los ve se jo<strong>de</strong>n, y encima los jodo yo. ¿Entendido?<br />
Ah, sambo <strong>la</strong>tero, dijo don Emilio. Y se fue a <strong>la</strong> casa—hacienda con el que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes,<br />
y Urondo y el capataz también se fueron, al poco rato. Te habían mentado <strong>la</strong> madre a su gusto,<br />
Trifulcio, se reía Téllez.<br />
—Usted siempre me anda invitando y yo quisiera correspon<strong>de</strong>rle —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—.<br />
Me gustaría invitarlo a comer a mi casa una <strong>de</strong> estas noches, don Fermín.<br />
—Ese hombre que me insultó no sabía a qué se exponía —dijo Trifulcio.<br />
—Ya está, señor —dijo Ludovico—. Lo sacamos, lo llevamos, lo <strong>de</strong>jamos y nadie nos vio.<br />
—¿No le sacaste <strong>la</strong> cartera? ——dijo Téllez—. A mí tú no me engañas, Trifulcio.<br />
—Cuando usted quiera —dijo don Fermín—. Con mucho gusto, don Cayo.<br />
—Se <strong>la</strong> saqué pero a él no le constaba —dijo Trifulcio—. ¿Vamos esta noche al pueblo?<br />
—En <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l San Juan <strong>de</strong> Dios, señor Lozano —dijo Hipólito—. Nadie nos vio.<br />
—He tomado una casita en San Miguel, cerca <strong>de</strong>l Bertoloto —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Y<br />
a<strong>de</strong>más, bueno, no sé si sabrá, don Fermín.<br />
—¿A quién, <strong>de</strong> qué me hab<strong>la</strong>n? —dijo el señor Lozano—. ¿Todavía no se han olvidado, so<br />
carajos?<br />
—¿Cuánta p<strong>la</strong>ta había en <strong>la</strong> cartera, Trifulcio? —dijo Téllez.<br />
87