Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Me he pasado <strong>la</strong> vida soñando con viajar y sólo he ido hasta el kilómetro ochenta, una vez<br />
—dice Santiago—. Tú has viajado un poco, siquiera.<br />
—En ma<strong>la</strong> hora, niño —dice Ambrosio—. Pucallpa sólo me trajo <strong>de</strong>sgracias.<br />
—Quiere <strong>de</strong>cir que te ha ido mal —dijo el coronel Espina—. Peor que al resto <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
Promoción. No tienes un cobre y te has quedado <strong>de</strong> provinciano.<br />
—No he tenido tiempo para seguirle <strong>la</strong> pista al resto <strong>de</strong> <strong>la</strong> Promoción —dijo Bermú<strong>de</strong>z,<br />
calmadamente, mirando a Espina sin arrogancia, sin mo<strong>de</strong>stia—. Pero, c<strong>la</strong>ro, a ti te ha ido mejor<br />
que a todos los <strong>de</strong>más juntos.<br />
—El mejor alumno, el más inteligente, el más chancón —dijo Espina—. Bermú<strong>de</strong>z será<br />
Presi<strong>de</strong>nte y Espina su ministro <strong>de</strong>cía el Tordo. ¿Te acuerdas?<br />
—Ya entonces querías ser Ministro, <strong>de</strong> veras —dijo Bermú<strong>de</strong>z, con una risita agria—. Ya<br />
está, ya eres. ¿Estarás contento, no?<br />
—No lo he pedido, no lo he buscado —el coronel Espina abrió los brazos con resignación—.<br />
Me lo han impuesto y lo he aceptado como un <strong>de</strong>ber.<br />
—En Chincha <strong>de</strong>cían que eras un militar apristón, que habías ido a un coctail que dio Haya <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> Torre —siguió sonriendo Bermú<strong>de</strong>z, sin convicción—. Y ahora, fíjate, cazando apristas como<br />
pericotes. Así <strong>de</strong>cía el tenientito que me mandaste. Y, a propósito, ya va siendo hora <strong>de</strong> que me<br />
digas por qué tanto honor conmigo.<br />
La puerta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho se abrió, entró un hombre <strong>de</strong> rostro circunspecto haciendo venias, con<br />
unos papeles en <strong>la</strong>s manos, ¿podía, señor Ministro?, pero el coronel <strong>de</strong>spués doctor Alcibía<strong>de</strong>s, lo<br />
inmovilizó con un gesto, que no los interrumpiera nadie. El hombre hizo otra venia, muy bien señor<br />
Ministro, y salió.<br />
—Señor Ministro ——carraspeó Bermú<strong>de</strong>z, sin nostalgia, mirando letárgicamente en torno—.<br />
Me parece mentira. Como estar sentado aquí. Como que seamos cincuentones ya los dos.<br />
El coronel Espina le sonreía con afecto, había perdido mucho pelo pero los mechones que<br />
conservaba no tenían una cana, y su cobriza cara se mantenía lozana; paseaba <strong>de</strong>spacio sus ojos por<br />
el rostro curtido e indolente <strong>de</strong> Bermú<strong>de</strong>z, por el cuerpo avejentado y ascético encogido en el vasto<br />
sillón <strong>de</strong> terciopelo rojo.<br />
—Te fregaste por ese matrimonio absurdo —dijo, con voz dulzona y paternal—. Fue el gran<br />
error <strong>de</strong> tu vida, Cayo. Yo te lo previne, acuérdate.<br />
—¿Me has mandado buscar para hab<strong>la</strong>rme <strong>de</strong> mi matrimonio? —dijo sin ira, sin ímpetu, <strong>la</strong><br />
mediocre vocecita <strong>de</strong> siempre—. Una pa<strong>la</strong>bra más y me voy.<br />
—Sigues igual, no aguantas pulgas —se rió Espina—. ¿Cómo está Rosa? Ya sé que no has<br />
tenido hijos.<br />
—Si no te importa, vamos al grano <strong>de</strong> una vez —dijo Bermú<strong>de</strong>z; una sombra <strong>de</strong> fatiga veló<br />
sus ojos, su boca estaba fruncida con impaciencia. Techos, cornisas, azoteas, basurales aéreos se<br />
recortaban sobre nubes obesas, por <strong>la</strong>s ventanas, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Espina.<br />
—Aunque nos hayamos visto poco, tú has seguido siendo mi mejor amigo —casi se<br />
entristeció el coronel—. De chicos, yo te estimaba, Cayo. Más que tú a mí. Te admiraba, hasta te<br />
tenía envidia.<br />
Bermú<strong>de</strong>z escrutaba al coronel, imperturbable. El cigarrillo que tenía en <strong>la</strong> mano se había<br />
consumido, <strong>la</strong> ceniza caía sobre <strong>la</strong> alfombra, <strong>la</strong>s volutas <strong>de</strong> humo rompían contra su cara como o<strong>la</strong>s<br />
contra rocas pardas.<br />
—Cuando estuve <strong>de</strong> Ministro <strong>de</strong> Bustamante toda <strong>la</strong> Promoción me buscó, menos tú —dijo<br />
Espina—¿Por qué? Estabas en ma<strong>la</strong> situación, habíamos sido como hermanos. Yo hubiera podido<br />
ayudarte.<br />
—¿Vinieron como perros a <strong>la</strong>merte <strong>la</strong>s manos, a pedirte recomendaciones y a proponerte<br />
negociados? —dijo Bermú<strong>de</strong>z—. Como yo no vine, dirías éste anda rico o ya se murió.<br />
29