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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

El día que fue a visitar<strong>la</strong>, Amalia <strong>la</strong> encontró con <strong>la</strong> señorita Queta, <strong>la</strong> señorita Lucy y <strong>la</strong><br />

señora Ivonne.<br />

Pálida y f<strong>la</strong>quita, pero más resignada. Aquí está mi salvadora, bromeó <strong>la</strong> señora. ¿Cómo le<br />

digo que no hay ni para comer?, pensaba el<strong>la</strong>. Felizmente, <strong>la</strong> señora se acordó: dale algo para sus<br />

gastos, Quetita. Ese domingo, fue a buscar a Ambrosio al para<strong>de</strong>ro y lo trajo a <strong>la</strong> casa. Ya sabía que<br />

<strong>la</strong> señora quiso matarse, Amalia.<br />

¿Y cómo sabía? Porque don Fermín le estaba pagando el hospital. ¿Don Fermín? Sí, el<strong>la</strong> lo<br />

había l<strong>la</strong>mado y él, tan caballero, al ver<strong>la</strong> en esa situación, se había compa<strong>de</strong>cido y <strong>la</strong> estaba<br />

ayudando. Amalia le preparó <strong>de</strong> comer y <strong>de</strong>spués oyeron radio. Se acostaron en el cuarto <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

señora y a Amalia le vino un ataque <strong>de</strong> risa que no le paraba. Para eso eran los espejos, para eso,<br />

qué bandida <strong>la</strong> señora, y Ambrosio tuvo que sacudir<strong>la</strong> <strong>de</strong> los hombros y reñir<strong>la</strong>, enojado con sus<br />

carcajadas. No había vuelto a hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> <strong>la</strong> casita ni <strong>de</strong> casarse, pero se llevaban bien el<strong>la</strong> y él, nunca<br />

peleaban. Hacían siempre lo mismo: el tranvía, el cuartito <strong>de</strong> Ludovico, el cine, alguna vez uno <strong>de</strong><br />

esos bailes. Un domingo Ambrosio tuvo un lío en un restaurant criollo <strong>de</strong> los Barrios Altos porque<br />

unos borrachos entraron gritando ¡Viva el Apra! y él ¡Muera!. Se acercaban <strong>la</strong>s elecciones y había<br />

manifestaciones en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za San Martín. El centro estaba lleno <strong>de</strong> carteles, carros con altopar<strong>la</strong>ntes,<br />

¡Vota por Prado, tú lo conoces! <strong>de</strong>cían en <strong>la</strong> radio, vo<strong>la</strong>ntes, cantaban ¡Lavalle es el hombre que<br />

quiere el Perú! con musiquita <strong>de</strong> vals, fotos y a Amalia se le pegó <strong>la</strong> polquita ¡A<strong>de</strong><strong>la</strong>nte con<br />

Be<strong>la</strong>ún<strong>de</strong>! Habían vuelto los apristas, en los periódicos salían fotos <strong>de</strong> Haya <strong>de</strong> <strong>la</strong> Torre y el<strong>la</strong> se<br />

acordaba <strong>de</strong> Trinidad. ¿Lo quería a Ambrosio? Sí, pero con él no era como con Trinidad, con él no<br />

había esos sufrimientos, esas alegrías, ese calor como con Trinidad. ¿Por qué quieres que gane<br />

Lavalle?, le preguntaba, y él porque don Fermín estaba con él. Con Ambrosio todo era tranquilo,<br />

somos dos amigos que a<strong>de</strong>más nos acostamos se le ocurrió una vez. Se le pasaban meses sin visitar<br />

a <strong>la</strong> señora Rosario, meses sin ver a Gertrudis Lama ni a su tía. Durante <strong>la</strong> semana iba guardando en<br />

<strong>la</strong> cabeza todo lo que ocurría y el domingo se lo con taba a Ambrosio, pero él era tan reservado que<br />

a veces el<strong>la</strong> se enfurecía. ¿Cómo estaba <strong>la</strong> niña Teté?, bien, ¿y <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>?, bien, ¿había vuelto<br />

a <strong>la</strong> casa el niño Santiago, no, ¿lo extrañaban mucho?, sí, sobre todo don Fermín. ¿Y qué más, y qué<br />

más? Nada más.<br />

A veces, jugando, el<strong>la</strong> lo asustaba: voy a ir a visitar a <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>, voy a contarle a <strong>la</strong><br />

señora Hortensia lo nuestro. Él echaba espuma: si vas te arrepentirás, si le cuentas no nos veremos<br />

nunca más. ¿Por qué tanto escondite, tanto misterio, tanta vergüenza? Era raro, era loco, tenía<br />

manías. ¿Sentirías <strong>la</strong> misma pena que por Trinidad si se muere Ambrosio?, le preguntó Gertrudis<br />

una vez. No, lo lloraría pero no le parecería que se acabó el mundo, Gertrudis. Será porque no<br />

hemos vivido juntos, pensaba. Tal vez si le hubiera <strong>la</strong>vado <strong>la</strong> ropa, si se enfermaba sería distinto.<br />

La señora Hortensia volvió a San Miguel hecha una espina. La ropa le bai<strong>la</strong>ba, se le había<br />

chupado <strong>la</strong> cara, sus ojos ya no bril<strong>la</strong>ban como antes. ¿La policía no encontró <strong>la</strong>s joyas, señora? La<br />

señora se rió sin ganas, nunca <strong>la</strong>s encontrarían, y los ojos se le aguaron, Lucas era más vivo que <strong>la</strong><br />

policía. Todavía lo quería, pobre. La verdad que no quedaban muchas, Amalia, <strong>la</strong>s había ido<br />

vendiendo por él, para él. Qué tontos eran los hombres, él no necesitaba robárse<strong>la</strong>s, Amalia, a él le<br />

hubiera bastado pedírme<strong>la</strong>s. La señora cambió.<br />

Los males le venían uno <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otro y el<strong>la</strong> indiferente, seria, cal<strong>la</strong>da. Ganó Prado, señora, el<br />

Apra se le volteó a Lavalle y votó por Prado y Prado ganó, así lo dijo <strong>la</strong> radio. Pero <strong>la</strong> señora ni <strong>la</strong><br />

oía: perdí mi trabajo, Amalia, el gordo no me renovó el contrato. Lo <strong>de</strong>cía sin furia, como <strong>la</strong> cosa<br />

más normal <strong>de</strong>l mundo.<br />

Y unos días <strong>de</strong>spués, a <strong>la</strong> señorita Queta, <strong>la</strong>s <strong>de</strong>udas me van a ahogar. No parecía asustada ni<br />

que le importara. Amalia ya no sabía qué inventar cuando el señor Poncio venía a cobrar el alquiler:<br />

no está, salió, mañana, el lunes. Antes, el señor Poncio era puro piropo y amabilidad; ahora, una<br />

hiena: enrojecía, tosía, se atoraba. ¿Con que no está? Le dio a Amalia un empellón y <strong>la</strong>dró señora<br />

Hortensia, basta <strong>de</strong> engaños! Des<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> <strong>la</strong> escalera, <strong>la</strong> señora lo miró como si fuera una<br />

cucarachita: con qué <strong>de</strong>recho esos gritos, dígale a Pare<strong>de</strong>s que le pagaré otro día. Usted no paga y el<br />

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