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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
su casa, el Ave <strong>la</strong> suya, y entonces alternativamente se reunían en Jesús María, en una casita <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong>drillos rojos <strong>de</strong>l Rímac, en un <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Petit Thouars empape<strong>la</strong>do <strong>de</strong> flores <strong>de</strong> lis. Un<br />
gigante efusivo y canoso los recibió <strong>la</strong> primera vez que entraron a casa <strong>de</strong> Aída, les presento a mi<br />
papá, y mientras les estrechaba <strong>la</strong> mano los miraba con me<strong>la</strong>ncolía. Había sido obrero gráfico y<br />
dirigente sindical, había estado preso en tiempos <strong>de</strong> Sánchez Cerro, había estado a punto <strong>de</strong> morir<br />
<strong>de</strong> un ataque al corazón. Ahora trabajaba <strong>de</strong> día en una imprenta, era corrector <strong>de</strong> pruebas <strong>de</strong> "El<br />
Comercio” en <strong>la</strong> noche, y ya no hacía política. ¿Y sabía que ellos venían aquí a estudiar marxismo?,<br />
sí sabía, ¿y no le importaba?, c<strong>la</strong>ro que no, le parecía muy bien.<br />
—Debe ser formidable llevarse con su viejo como si fuera un amigo —dijo Santiago.<br />
—El pobre ha sido mi papá, mi amigo y también mi mamá —dijo Aída—. Des<strong>de</strong> que se<br />
murió <strong>la</strong> <strong>de</strong> verdad.<br />
—Para llevarme bien con mi viejo tengo que ocultarle lo que pienso —dijo Santiago—.<br />
Nunca me da <strong>la</strong> razón.<br />
—Cómo podría dárte<strong>la</strong> siendo un señor burgués —dijo Aída.<br />
A medida que el círculo crecía, <strong>de</strong> <strong>la</strong> acumu<strong>la</strong>ción cuantitativa al salto cualitativo piensa, se<br />
convertía <strong>de</strong> centro <strong>de</strong> estudios en cenáculo <strong>de</strong> discusión política. De exponer los ensayos <strong>de</strong><br />
Mariátegui a refutar los editoriales <strong>de</strong> "La Prensa", <strong>de</strong>l materialismo histórico a los atropellos <strong>de</strong><br />
Cayo Bermú<strong>de</strong>z, <strong>de</strong>l aburguesamiento <strong>de</strong>l aprismo al chisme venenoso contra el enemigo sutil: los<br />
trozkistas. Habían i<strong>de</strong>ntificado a tres, habían <strong>de</strong>dicado horas, semanas, meses, a adivinarlos,<br />
averiguarlos, espiarlos y abominarlos: intelectuales, inquietantes, se paseaban por los patios <strong>de</strong> San<br />
Marcos, <strong>la</strong> boca llena <strong>de</strong> citas y provocaciones, cataclísmicos, heterodoxos. ¿Serían muchos?<br />
Poquísimos pero peligrosísimos <strong>de</strong>cía Washington, ¿trabajarían con <strong>la</strong> policía? <strong>de</strong>cía Solórzano, a lo<br />
mejor y en todo caso era lo mismo <strong>de</strong>cía Héctor, porque dividir, confundir, <strong>de</strong>sviar e intoxicar era<br />
peor que <strong>de</strong><strong>la</strong>tar <strong>de</strong>cía Jacobo.<br />
Para bur<strong>la</strong>r a los trozkistas, para evitar a los soplones, habían acordado no estar juntos en <strong>la</strong><br />
Universidad, no <strong>de</strong>tenerse a char<strong>la</strong>r cuando se cruzaran en los pasillos.<br />
En el círculo había unión, complicidad, incluso solidaridad, piensa. Piensa: sólo entre<br />
nosotros tres amistad. ¿Les molestaba a los <strong>de</strong>más ese islote que constituían, ese triunvirato tenaz?<br />
Seguían yendo juntos a c<strong>la</strong>ses, bibliotecas y cafés, paseando por los patios, viéndose a so<strong>la</strong>s <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong>s reuniones <strong>de</strong>l círculo.<br />
Char<strong>la</strong>ban, discutían, caminaban, iban al cine y el Mi<strong>la</strong>gro <strong>de</strong> Milán los había exaltado, <strong>la</strong><br />
paloma b<strong>la</strong>nca <strong>de</strong>l final era <strong>la</strong> paloma <strong>de</strong> <strong>la</strong> paz, esa música <strong>la</strong> Internacional, Vittorio <strong>de</strong> Sica <strong>de</strong>bía<br />
ser comunista, y cuando en algún cine <strong>de</strong> barrio anunciaban una rusa, presurosos, esperanzados,<br />
fervorosos se precipitaban, aun a sabiendas <strong>de</strong> que verían una viejísima pelícu<strong>la</strong> <strong>de</strong> interminable<br />
ballet.<br />
—¿Un friecito? —dice Ambrosio—. ¿Un ca<strong>la</strong>mbre en <strong>la</strong> barriga?<br />
—Como <strong>de</strong> chico, en <strong>la</strong>s noches —dice Santiago—. Me <strong>de</strong>spertaba en <strong>la</strong> oscuridad, me voy a<br />
morir. No podía moverme, ni encen<strong>de</strong>r <strong>la</strong> luz, ni gritar. Me quedaba encogido, sudando, temb<strong>la</strong>ndo.<br />
—Hay uno <strong>de</strong> Económicas que tal vez pueda entrar —dijo Washington—. El problema es que<br />
ya somos muchos en el círculo.<br />
—Pero <strong>de</strong> qué le venía eso, niño —dice Ambrosio.<br />
Aparecía, ahí estaba, diminuto y g<strong>la</strong>cial, ge<strong>la</strong>tinoso.<br />
Se retorcía <strong>de</strong>licadamente en <strong>la</strong> boca <strong>de</strong>l estómago, segregaba ese líquido que mojaba <strong>la</strong>s<br />
palmas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s manos, aceleraba el corazón y se <strong>de</strong>spedía con un escalofrío:<br />
—Sí, es impru<strong>de</strong>nte seguir reuniéndonos tantos —dijo Héctor—. Lo mejor sería dividirnos en<br />
dos grupos.<br />
—Sí, dividámonos, yo fui el más convencido, ni se me pasó por <strong>la</strong> cabeza —dice Santiago—.<br />
Semanas <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>spertaba repitiendo como un idiota no pue<strong>de</strong> ser, no pue<strong>de</strong> ser.<br />
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