Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—No me <strong>de</strong>s explicaciones, yo entiendo <strong>de</strong> sobra —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. A<strong>de</strong>más, hace<br />
tiempo que quería <strong>la</strong>rgarme, tú lo sabes. Sí, salgo mañana temprano, en avión.<br />
—No sé cómo voy a sentirme <strong>de</strong> Ministro <strong>de</strong> Gobierno —dijo el comandante Pare<strong>de</strong>s—.<br />
Lástima que no te que<strong>de</strong>s aquí para darme consejos, con <strong>la</strong> experiencia que tienes.<br />
—Te voy a dar un buen consejo —sonrió Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. No te fíes ni <strong>de</strong> tu madre.<br />
—Los errores se pagan muy caros en política —dijo el comandante Pare<strong>de</strong>s—. Es como en <strong>la</strong><br />
guerra, Cayo.<br />
—Es verdad —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. No quiero que se sepa que viajo mañana. Guárdame el<br />
secreto, por favor.<br />
—Te tenemos un taxi que te llevará hasta Camaná, allá pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>scansar un par <strong>de</strong> días antes<br />
<strong>de</strong> continuar a Ica, si quieres —dijo Molina—. Y mejor ni abras <strong>la</strong> boca sobre lo que te pasó en<br />
Arequipa.<br />
—Está bien —dijo Téllez—. Yo Feliz <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> acá cuanto antes.<br />
—¿Y qué pasa conmigo? —dijo Ludovico—. ¿Cuándo me <strong>de</strong>spachan a mí?<br />
—Apenas puedas pararte —dijo Molina—. No te asustes, ya no hay <strong>de</strong> qué. Don Cayo ya<br />
salió <strong>de</strong>l gobierno, y <strong>la</strong> huelga va a terminar.<br />
—No me guar<strong>de</strong> usted rencor, don Cayo —dijo el doctor Alcibía<strong>de</strong>s—. Las presiones eran<br />
muy fuertes. No me dieron chance para actuar <strong>de</strong> otro modo.<br />
—C<strong>la</strong>ro que sí, doctorcito —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. No le guardo rencor. Al contrario, estoy<br />
admirado <strong>de</strong> lo hábil que ha sido. Llévese bien con mi sucesor, el comandante Pare<strong>de</strong>s. Lo va a<br />
nombrar a usted Director <strong>de</strong> Gobierno. Me preguntó mi opinión y le dije tiene pasta para el cargo.<br />
—Aquí estaré siempre para servirlo, don Cayo —dijo el doctor Alcibía<strong>de</strong>s—. Aquí tiene sus<br />
pasajes, su pasaporte. Todo en or<strong>de</strong>n. Y por si no lo veo, que tenga buen viaje, don Cayo.<br />
—Entra hermano, te tengo gran<strong>de</strong>s noticias —dijo Ludovico—. Adivina, Ambrosio.<br />
—No fue para robarle, Ludovico —dijo Ambrosio—. No, tampoco por eso. No me preguntes<br />
por qué lo hice, hermano, no te lo voy a <strong>de</strong>cir. ¿Me vas a ayudar?<br />
—¡Me metieron al esca<strong>la</strong>fón! —dijo Ludovico—. Anda vo<strong>la</strong>ndo a comprar una botel<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />
algo y tráete<strong>la</strong> a escondidas, Ambrosio.<br />
—No, él no me mandó, él ni sabía —dijo Ambrosio—. Conténtate con eso, yo <strong>la</strong> maté. Se me<br />
ocurrió a mí solito, sí. Él le iba a dar <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ta para que se <strong>la</strong>rgara a México, él se iba a <strong>de</strong>jar sangrar<br />
toda <strong>la</strong> vida por esa mujer. ¿Me vas a ayudar?<br />
—Oficial <strong>de</strong> Tercera, Ambrosio, División <strong>de</strong> Homicidios —dijo Ludovico—. ¿Y sabes quién<br />
vino a darme el notición, hermano?<br />
—Sí, por hacerle un bien a él, para salvarlo a él —dijo Ambrosio—. Para <strong>de</strong>mostrarle mi<br />
agra<strong>de</strong>cimiento, sí. Ahora quiere que me vaya. No, no es ingratitud, no es maldad. Es por su familia,<br />
no quiere que esto lo manche. Él es buena gente. Que tu amigo Ludovico te aconseje y yo le doy<br />
una gratificación, dice, ¿ves? ¿Me vas a ayudar?<br />
—El señor Lozano en persona, imagínate —dijo Ludovico—. De repente se me apareció en el<br />
cuarto y yo pasmado, Ambrosio, ya te figuras.<br />
—Él te rega<strong>la</strong> diez mil, y yo diez mil, <strong>de</strong> mis ahorros —dijo Ambrosio—. Sí, está bien, me iré<br />
<strong>de</strong> Lima y nunca más te daré cara, Ludovico. Está bien, me llevo a Amalia también. No volveremos<br />
a pisar esta ciudad, hermano, <strong>de</strong> acuerdo.<br />
—El sueldo es dos mil ochocientos, pero el señor Lozano va a hacer que reconozcan mi<br />
antigüedad en el cuerpo —dijo Ludovico—. Hasta tendré mis bonificaciones, Ambrosio.<br />
—¿A Pucallpa? —dijo Ambrosio—. ¿Pero qué voy a hacer allá, Ludovico?<br />
—Ya sé que Hipólito se portó muy mal —dijo el señor Lozano—. Vamos a darle un<br />
puestecito para que se pudra en vida.<br />
249