Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—¿Y por qué no vas a volver a vivir a <strong>la</strong> casa? —haciéndose el asombrado, Zavalita, tratando<br />
<strong>de</strong> hacerte creer que no te creía—. ¿Qué te han hecho los viejos para que no quieras vivir con ellos?<br />
Deja <strong>de</strong> hacerte el loco, hombre.<br />
—No nos pongamos a pelear —dijo Santiago— Hazme un favor, más bien. Llévame a<br />
Chorrillos, tengo que recoger a un compañero <strong>de</strong> trabajo, vamos a hacer un reportaje juntos.<br />
—No he venido a pelear, pero a ti no hay quien te entienda —dijo el Chispas—. Te mandas<br />
mudar <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche a <strong>la</strong> mañana sin que nadie te haya hecho nada, no vuelves a dar <strong>la</strong> cara, te peleas<br />
con toda <strong>la</strong> familia por <strong>la</strong>s puras, por loco. Cómo quieres te entienda, carajo.<br />
—No me entiendas y llévame a Chorrillos, que se me ha hecho tar<strong>de</strong> —dijo Santiago—.<br />
Tienes tiempo ¿no?<br />
—Está bien —dijo el Chispas—. Está bien, supersabio, te llevo.<br />
Encendió el auto y <strong>la</strong> radio: estaban dando noticias <strong>de</strong> <strong>la</strong> huelga <strong>de</strong> Arequipa.<br />
—Perdón, no quería molestar pero tengo que sacar mi ropa, me voy ahora mismo <strong>de</strong> viaje —y<br />
<strong>la</strong> cara y <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> Ludovico eran tan amargas como si el viaje fuera a <strong>la</strong> tumba—. Ho<strong>la</strong>, Amalia.<br />
Sin mirar<strong>la</strong>, como si el<strong>la</strong> fuera una cosa que Ludovico había visto toda su vida en el cuarto,<br />
Amalia sentía una vergüenza atroz. Ludovico se había arrodil<strong>la</strong>do junto a <strong>la</strong> cama y arrastraba una<br />
maleta. Comenzó a meter en el<strong>la</strong> <strong>la</strong> ropa colgada en los ganchos <strong>de</strong> <strong>la</strong> pared. Ni le l<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> atención<br />
verte, bruta, sabía que estabas aquí, Ambrosio se habría prestado el cuarto para, era mentira que<br />
tenían que verse, Ludovico ha llegado <strong>de</strong> casualidad. Ambrosio parecía incómodo. Se había sentado<br />
en <strong>la</strong> cama y fumando miraba a Ludovico acomodar camisas y medias en <strong>la</strong> maleta.<br />
—Te llevan, te traen, te mandan —requintaba Ludovico, solo—. A ver díganme qué vida es<br />
ésta.<br />
—¿Y adón<strong>de</strong> te vas <strong>de</strong> viaje? —dijo Ambrosio.<br />
—A Arequipa —murmuró Ludovico—. Los <strong>de</strong> <strong>la</strong> Coalición van a hacer allá una<br />
manifestación contra el gobierno y parece que va a haber líos. Con esos serranos nunca se sabe, <strong>la</strong>s<br />
cosas comienzan en manifestación y terminan en revolución.<br />
Estrelló una camiseta contra <strong>la</strong> maleta y suspiró, abrumado. Ambrosio miró a Amalia y le<br />
guiñó un ojo pero el<strong>la</strong> le quitó <strong>la</strong> vista.<br />
—Tú te ríes, negro, porque estás en palco —dijo Ludovico—. Ya pasaste por aquí y no<br />
quieres ni acordarte <strong>de</strong> los que seguimos en el cuerpo. Ya quisiera verte en mi pellejo, Ambrosio.<br />
—No lo tomes así, hermano —dijo Ambrosio.<br />
—Que en tu día franco te l<strong>la</strong>men, el avión sale a <strong>la</strong>s cinco —se volvió a mirar a Ambrosio y a<br />
Amalia con angustia—. Ni se sabe por cuánto tiempo, ni se sabe lo que pasará allá.<br />
—No pasará nada y conocerás Arequipa —dijo Ambrosio—. Tómalo como un paseíto,<br />
Ludovico. ¿Vas con Hipólito?<br />
—Sí —dijo Ludovico, cerrando <strong>la</strong> maleta—. Ah, negro, qué buena vida cuando trabajábamos<br />
con don Cayo, hasta que me muera me pesará que me cambiaran.<br />
—Pero si fue tu culpa —se rió Ambrosio—. ¿No te quejabas tanto <strong>de</strong> que no tenías tiempo<br />
para nada? ¿Acaso Hipólito y tú no pidieron el tras<strong>la</strong>do?<br />
—Bueno, están en su casa —dijo Ludovico y Amalia no supo dón<strong>de</strong> mirar—. Quédate con <strong>la</strong><br />
l<strong>la</strong>vecita, negro, al irte déjase<strong>la</strong> a doña Carmen, ahí a <strong>la</strong> entrada.<br />
Les hizo un apenado adiós <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta y salió.<br />
Amalia sintió que <strong>la</strong> cólera subía por todo su cuerpo, y Ambrosio, que se había puesto <strong>de</strong> pie<br />
y se acercaba, quedó inmóvil, al ver <strong>la</strong> cara que el<strong>la</strong> ponía.<br />
—Sabía que yo estaba aquí, no se asombró <strong>de</strong> verme —lo amenazaban sus ojos, sus manos—<br />
mentira que lo estabas esperando, te prestaste el cuarto para ...<br />
160