You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
cama y había tenido que inventar mil mentiras para que mis papás no se <strong>de</strong>n cuenta, pero hasta <strong>la</strong>s<br />
faltas <strong>de</strong> ortografía te habían conmovido tanto, Zavalita. Piensa: lo que <strong>la</strong> alegraba en medio <strong>de</strong> su<br />
pena era haberte quitado esa preocupación tan gran<strong>de</strong>, amor. Había <strong>de</strong>scubierto que no <strong>la</strong> querías,<br />
era un entretenimiento para ti, no podía soportar <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a porque el<strong>la</strong> sí te quería, no te vería más, el<br />
tiempo <strong>la</strong> ayudaría a olvidarte. Ese viernes y ese sábado te habías sentido aliviado pero no contento,<br />
Zavalita, y en <strong>la</strong>s noches venía el malestar acompañado <strong>de</strong> remordimientos tranquilos. No el<br />
gusanito, piensa, no los cuchillos. El domingo, en el colectivo a Ica, no había pegado los ojos.<br />
—Lo <strong>de</strong>cidiste al recibir <strong>la</strong> carta, masoquista —dijo Carlitos.<br />
De <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za fue andando tan rápido que llegó sin aliento. Abrió su madre y tenía los ojos<br />
parpa<strong>de</strong>antes y sentidos: Anita estaba enferma, unos cólicos terribles, les había dado un susto. Lo<br />
hizo pasar a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> y tuvo que esperar un buen rato antes que <strong>la</strong> madre volviera y le dijera suba. Ese<br />
vértigo <strong>de</strong> ternura al ver<strong>la</strong> con su pijama amarillo, piensa, pálida y peinándose apresuradamente al<br />
entrar él. Soltó el peine, el espejo; se echó a llorar.<br />
—No cuando <strong>la</strong> carta sino en ese momento —dijo Santiago—. L<strong>la</strong>mamos a su madre, se lo<br />
anunciamos y celebramos el compromiso entre los tres tomando café con leche con piononos. Se<br />
casarían en Ica, sin invitados ni ceremonia, se vendrían a Lima y hasta encontrar un <strong>de</strong>partamento<br />
barato vivirían en <strong>la</strong> pensión. Tal vez Ana encontraría trabajo en un hospital, el sueldo <strong>de</strong> los dos les<br />
alcanzaría ajustándose: ¿ahí, Zavalita?<br />
—Vamos a organizarte una <strong>de</strong>spedida que hará época en el periodismo limeño —dijo Norwin.<br />
SUBIÓ a maquil<strong>la</strong>rse al cuartito <strong>de</strong> Malvina, bajó, y al pasar junto al saloncito encontró a<br />
Martha furiosa: ahora entraba cualquiera aquí, esto se había vuelto un mu<strong>la</strong>dar. Aquí entraba el que<br />
podía pagar, <strong>de</strong>cía Flora, pregúntaselo a <strong>la</strong> vieja Ivonne y vería, Martha. Des<strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l Bar,<br />
Queta lo vio, <strong>de</strong> espaldas como <strong>la</strong> primera vez, alto en <strong>la</strong> banqueta, enfundado en un terno oscuro,<br />
los crespos pelos bril<strong>la</strong>ntes, acodado en el mostrador. Robertito le servía una cerveza. Era el<br />
primero que llegaba a pesar <strong>de</strong> ser <strong>la</strong>s nueve pasadas y había cuatro mujeres conversando junto al<br />
tocadiscos, haciéndose <strong>la</strong>s <strong>de</strong>sentendidas <strong>de</strong> él. Se acercó al mostrador sin saber todavía si le<br />
molestaba verlo allí.<br />
—El señor estaba preguntando por ti —dijo Robertito, con una sonrisita sarcástica—. Le dije<br />
que te encontraba <strong>de</strong> mi<strong>la</strong>gro, Quetita.<br />
Robertito se <strong>de</strong>slizó felinamente al otro extremo <strong>de</strong>l mostrador y Queta se volvió a mirarlo.<br />
No ígneos, ni atemorizados ni caninos; más bien impacientes. Tenía <strong>la</strong> boca cerrada y moviéndose<br />
como tascando un freno; su expresión no era servil ni respetuosa ni siquiera cordial, sólo<br />
vehemente.<br />
—Así que resucitaste —dijo Queta—. Creí que no se te vería más por acá.<br />
—Los tengo en <strong>la</strong> cartera —murmuró él, rápidamente—. ¿Subimos?<br />
—¿En <strong>la</strong> cartera? —Queta comenzó a sonreír, pero él seguía muy grave, <strong>la</strong>s apretadas<br />
mandíbu<strong>la</strong>s <strong>la</strong>tiendo—. ¿Qué te pica a ti?<br />
—¿Ha subido <strong>la</strong> tarifa en estos meses? –preguntó él, sin ironía, con un tono impersonal,<br />
siempre <strong>de</strong> prisa—. ¿Cuánto subió?<br />
—Estás <strong>de</strong> mal humor —dijo Queta, asombrada <strong>de</strong> él y <strong>de</strong> no enojarse por los cambios que<br />
veía en él.<br />
Tenía una corbata roja, camisa b<strong>la</strong>nca, una chompa <strong>de</strong> botones; <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s y el mentón eran<br />
más c<strong>la</strong>ros que sus manos quietas sobre el mostrador—. Qué maneras son ésas. Qué te ha pasado en<br />
todo este tiempo.<br />
—Quiero saber si va a subir conmigo —dijo él, ahora con una calma mortal en <strong>la</strong> voz. Pero en<br />
sus ojos había siempre esa premura salvaje—. Sí y subimos. No y entonces me voy.<br />
¿Qué había cambiado tanto en tan poco tiempo?<br />
283