01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—A Landa ni eso lo <strong>de</strong>spierta —le <strong>de</strong>volvió el manazo Queta—. También está para retirarse a<br />

<strong>la</strong> vida <strong>de</strong>cente.<br />

Se reían y él <strong>la</strong>s escuchaba, bebiendo. Siempre los mismos chistes, ¿sabía el último?, los<br />

mismos temas <strong>de</strong> conversación, Ivonne y Robertito eran amantes, ahora llegaría Landa y al<br />

amanecer tendría también <strong>la</strong> sensación <strong>de</strong> haber animado una noche idéntica a otras noches.<br />

Hortensia se paró a cambiar los discos, Queta a llenar los vasos <strong>de</strong> nuevo, <strong>la</strong> vida era una<br />

calcomanía tan monótona. Todavía bebieron otro whisky antes <strong>de</strong> oír que frenaba un auto en <strong>la</strong><br />

puerta.<br />

GRACIAS a <strong>la</strong>s ocurrencias <strong>de</strong> Ludovico <strong>la</strong> espera se les hacía menos aburrida, don. Que su<br />

boquita, que sus <strong>la</strong>bios, que <strong>la</strong>s estrellitas <strong>de</strong> sus dientes, que olía a rosas, que un cuerpo para<br />

sacudir a los muertos en sus tumbas: parecía temp<strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora, don. Pero si alguna vez estaba<br />

en su <strong>de</strong><strong>la</strong>nte ni a mirar<strong>la</strong> se atrevía, por miedo a don Cayo. ¿Y a él le pasaba lo mismo? No,<br />

Ambrosio escuchaba <strong>la</strong>s cosas <strong>de</strong> Ludovico y se reía, nomás, él no <strong>de</strong>cía nada <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora, tampoco<br />

le parecía cosa <strong>de</strong>l otro mundo a él, él sólo pensaba en que fuera <strong>de</strong> día para irse a dormir. ¿Las<br />

otras, don? ¿Que si <strong>la</strong> señorita Queta tampoco le parecía gran cosa? Tampoco, don. Bueno, sería<br />

guapa, pero que ánimos tendría Ambrosio para pensar en mujeres con ese ritmo matador <strong>de</strong> trabajo,<br />

<strong>la</strong> cabeza sólo le daba para soñar con el día libre que se pasaba tumbado en <strong>la</strong> cama, recuperándose<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s noches. Ludovico era distinto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que pasó a cuidar a don Cayo se sentía<br />

importantísimo, ahora sí que entraría al esca<strong>la</strong>fón, negro, y entonces jo<strong>de</strong>ría a los que lo jodían a él<br />

por ser un simple contratado. La gran aspiración <strong>de</strong> su vida, don. Esas noches, si no hab<strong>la</strong>ba <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

señora, era <strong>de</strong> eso: tendría sueldo fijo, chapa, vacaciones, en todas partes lo respetarían y quién no<br />

vendría a proponerle algún negocito. No, Ambrosio nunca había querido hacer carrera en <strong>la</strong> policía,<br />

don, a él eso le fregaba más bien, por el aburrimiento <strong>de</strong> <strong>la</strong>s esperas. Conversaban, fumaban, a eso<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> una o dos se morían <strong>de</strong> sueño, en invierno <strong>de</strong> frío, cuando comenzaba a amanecer se mojaban<br />

<strong>la</strong> cara en el pilón <strong>de</strong>l jardín, y veían a <strong>la</strong>s sirvientas que salían a comprar pan, los primeros autos, el<br />

olor fuerte <strong>de</strong>l pasto se les metía a <strong>la</strong>s narices y se sentían aliviados porque don Cayo no tardaría.<br />

Cuándo cambiará <strong>la</strong> suerte y tendré vida normal, pensaba Ambrosio. Y gracias a usted había<br />

cambiado y ahora por fin <strong>la</strong> tenía, don.<br />

LA señora se pasó <strong>la</strong> mañana en bata, un cigarrito tras otro, oyendo <strong>la</strong>s noticias. No quiso<br />

almorzar, sólo tomó un café cargado y se fue en un taxi. Poco <strong>de</strong>spués salieron Carlota y Símu<strong>la</strong>.<br />

Amalia se echó vestida en <strong>la</strong> cama. Sentía un gran cansancio, le pesaban los párpados, y cuando<br />

<strong>de</strong>spertó era <strong>de</strong> noche. Se incorporó y sentada, trató <strong>de</strong> recordar lo que había soñado: con él pero no<br />

se acordaba qué, sólo que mientras soñaba pensaba que dure, no termines. O sea que el sueño te<br />

gustaba, bruta. Se estaba <strong>la</strong>vando <strong>la</strong> cara cuando <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l baño se abrió <strong>de</strong> golpe: Amalia,<br />

Amalia, había revolución. A Carlota se le salían los ojos, qué pasaba, qué habían visto. Policías con<br />

fusiles y ametral<strong>la</strong>doras, Amalia, soldados por todas partes. Amalia se peinaba, se ponía el mandil y<br />

Carlota daba saltos, pero dón<strong>de</strong>, pero qué. En el Parque Universitario, Amalia, Carlota y Símu<strong>la</strong><br />

estaban bajando <strong>de</strong>l ómnibus cuando habían visto <strong>la</strong> manifestación. Muchachos, muchachas,<br />

cartelones, Libertad, Libertad, A—re—qui—pa, A—re—qui—pa, que renuncie Bermú<strong>de</strong>z, y <strong>de</strong><br />

puro tontas se habían puesto a mirar. Centenares, miles, y <strong>de</strong> repente aparecieron los policías, el<br />

Rochabús, camiones, jeeps, y <strong>la</strong> Colmena se había llenado <strong>de</strong> humo, chorros <strong>de</strong> agua, carreras,<br />

gritos, pedradas y en eso <strong>la</strong> caballería. Y el<strong>la</strong>s ahí, Amalia, el<strong>la</strong>s en medio sin saber qué hacer. Se<br />

habían apretado contra un portón, abrazadas, rezando, el humo <strong>la</strong>s hacía estornudar y llorar, pasaban<br />

tipos gritando muera Odría y habían visto cómo apaleaban a los estudiantes y <strong>la</strong>s pedradas que les<br />

llovían a los policías. Qué iba a pasar, qué iba a pasar. Fueron a escuchar <strong>la</strong> radio y Símu<strong>la</strong> tenía los<br />

ojos irritados y se persignaba: <strong>de</strong> <strong>la</strong> que se habían librado, ay Jesús. La radio no <strong>de</strong>cía nada,<br />

cambiaban <strong>de</strong> estación y anuncios, música, preguntas y respuestas, pedidos telefónicos.<br />

A eso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s once vieron bajar a <strong>la</strong> señora <strong>de</strong>l autito b<strong>la</strong>nco <strong>de</strong> <strong>la</strong> señorita Queta, que partió ahí<br />

mismo.<br />

Venía muy tranqui<strong>la</strong>, qué hacían <strong>de</strong>spiertas, era tardísimo. Y Símu<strong>la</strong>: estaban oyendo <strong>la</strong> radio<br />

pero no <strong>de</strong>cían nada <strong>de</strong> <strong>la</strong> revolución, señora. Qué revolución ni ocho cuartos, Amalia se dio cuenta<br />

167

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!