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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Alto ahí, <strong>la</strong>s elecciones serían fáciles para Landa, que corrió solo —dijo el senador<br />

Arévalo—. Pero en mi <strong>de</strong>partamento hubo dos listas, y ganar me ha costado <strong>la</strong> broma <strong>de</strong> medio<br />

millón <strong>de</strong> soles.<br />

—Ya viste, Hipólito se calentó y te dio —dijo Ludovico—. Quién, quiénes, dón<strong>de</strong>. Antes que<br />

Hipólito se caliente <strong>de</strong> nuevo, Trinidad.<br />

—No tengo <strong>la</strong> culpa <strong>de</strong> que <strong>la</strong> otra lista por Chic<strong>la</strong>yo tuviera firmas apristas —se rió el<br />

senador Landa—. La tachó el Jurado Electoral, no yo.<br />

¿Y qué se hicieron <strong>la</strong>s ban<strong>de</strong>ras?, dijo <strong>de</strong> pronto Trifulcio, los ojos llenos <strong>de</strong> asombro. Él tenía<br />

<strong>la</strong> suya prendida en <strong>la</strong> camisa, como una flor. La arrancó con una mano, <strong>la</strong> mostró a <strong>la</strong> multitud en<br />

un gesto <strong>de</strong>safiante. Unas cuantas ban<strong>de</strong>ritas se elevaron sobre los sombrerones <strong>de</strong> paja y los<br />

cucuruchos <strong>de</strong> papel que muchos se habían fabricado para protegerse <strong>de</strong>l sol. ¿Dón<strong>de</strong> estaban <strong>la</strong>s<br />

otras, para qué se creían que eran, por qué no <strong>la</strong>s sacaban? Cal<strong>la</strong> negro, dijo el que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes,<br />

todo está saliendo bien. Y Trifulcio: se empujaron el trago pero se olvidaron <strong>de</strong> <strong>la</strong>s ban<strong>de</strong>ritas, don.<br />

Y el que daba <strong>la</strong>s ór<strong>de</strong>nes: déjalos, todo está muy bien. Y Trifulcio: sólo que <strong>la</strong> ingratitud <strong>de</strong> éstos<br />

da cólera, don.<br />

—¿De qué enfermedad se murió su papá, niño? —dice Ambrosio.<br />

—A Landa estos trajines electorales lo han rejuvenecido, pero a mí me han sacado canas —<br />

dijo el senador Arévalo—. Basta <strong>de</strong> elecciones. Esta noche cinco polvos.<br />

—Del corazón —dice Santiago—. O <strong>de</strong> los colerones que le di.<br />

— ¿Cinco? —se rió el senador Landa—. Cómo te va a quedar el culo, Emilio.<br />

—Y ahora Hipólito se arrechó —dijo Ludovico—. Ay mamita, ahora sí que te llegó, Trinidad.<br />

—No diga eso, niño —dice Ambrosio—. Si don Fermín lo quería tanto. Siempre <strong>de</strong>cía el<br />

f<strong>la</strong>co es al que quiero más.<br />

Solemne, marcial, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> don Emilio Arévalo flotaba sobre <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za, invadía <strong>la</strong>s calles<br />

terrosas, se perdía en los sembríos. Estaba en mangas <strong>de</strong> camisa, accionaba y su anillo<br />

re<strong>la</strong>mpagueaba junto a <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> Trifulcio. Levantaba <strong>la</strong> voz, ¿se había puesto furioso?<br />

Miró a <strong>la</strong> multitud: caras quietas, ojos enrojecidos <strong>de</strong> alcohol, aburrimiento o calor, bocas<br />

fumando o bostezando. ¿Se había calentado porque no lo estaban escuchando?<br />

—Tanto co<strong>de</strong>arte con <strong>la</strong> chusma en <strong>la</strong> campaña electoral, te has contagiado —dijo el senador<br />

Arévalo—. No hagas esos chistes cuando discursees en el senado, Landa.<br />

—Tanto, que sufrió una barbaridad cuando usted se escapó <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa, niño —dice Ambrosio.<br />

—Bueno, el gringo me ha dado sus quejas, se trata <strong>de</strong> eso —dijo don Fermín—. Que ya<br />

pasaron <strong>la</strong>s elecciones, que hace ma<strong>la</strong> impresión a su gobierno que siga preso el candidato <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

oposición: Esos gringos formalistas, ya saben.<br />

—Iba cada día don<strong>de</strong> su tío Clodomiro a preguntarle por usted dice Ambrosio—. Qué sabes<br />

<strong>de</strong>l f<strong>la</strong>co, cómo está el f<strong>la</strong>co.<br />

Pero <strong>de</strong> pronto don Emilio <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> gritar y sonrió y habló como si estuviera contento. Sonreía,<br />

su voz era suave, movía <strong>la</strong> mano, parecía que arrastrara una muleta y el toro pasara besándole el<br />

cuerpo. La gente <strong>de</strong> <strong>la</strong> tribuna sonreía, y Trifulcio, aliviado, sonrió también.<br />

—Ya no hay razón para que siga preso, lo van a soltar en cualquier momento —dijo el<br />

senador Arévalo—. ¿No se lo dijo al Embajador, Fermín?<br />

—Vaya, te pusiste a hab<strong>la</strong>r —dijo Ludovico—. O sea que no te gustan los golpes sino los<br />

cariños <strong>de</strong> Hipólito. ¿Que qué dices, Trinidad?<br />

—Y también a <strong>la</strong> pensión <strong>de</strong> Barranco don<strong>de</strong> usted vivía —dice Ambrosio. Y a <strong>la</strong> dueña qué<br />

hace mi hijo, cómo está mi hijo.<br />

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