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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

el <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l cine. Repartidos en grupitos <strong>de</strong> tres, <strong>de</strong> cuatro, se habían metido a <strong>la</strong> Feria. Ambrosio y<br />

Ludovico miraban <strong>la</strong>s sil<strong>la</strong>s vo<strong>la</strong>doras, ¿cojonudo cómo se les levantaba <strong>la</strong> falda a <strong>la</strong>s mujeres? No,<br />

don, ni se veía, había poquita luz. Los otros se compraban raspadil<strong>la</strong>s, camotillos, un par se habían<br />

traído su botellita y tomaban traguitos junto a <strong>la</strong> Rueda Chicago. Huele como si le hubieran dado un<br />

dato falso a Lozano, había dicho Ludovico.<br />

Llevaban ya media hora ahí y ni sombra <strong>de</strong> nada.<br />

EN el tranvía, se sentaron juntos y Ambrosio le pagó el pasaje. El<strong>la</strong> estaba tan furiosa por<br />

haber venido que ni lo miraba. Cómo pue<strong>de</strong>s ser tan rencorosa, <strong>de</strong>cía Ambrosio. La cara pegada a <strong>la</strong><br />

ventanil<strong>la</strong>, Amalia miraba <strong>la</strong> avenida Brasil, los autos, el cine Beverly.<br />

Las mujeres tiene buen corazón y ma<strong>la</strong> memoria, <strong>de</strong>cía Ambrosio, pero tú eres al revés,<br />

Amalia. ¿Ese día que se encontraron en <strong>la</strong> calle y él le dijo sé un sitio en San Miguel don<strong>de</strong> buscan<br />

muchacha no habían conversado acaso <strong>de</strong> lo más bien? El<strong>la</strong> el hospital <strong>de</strong> Policía, el óvalo <strong>de</strong><br />

Magdalena Vieja. ¿Y el otro día en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> servicio no habían hab<strong>la</strong>do <strong>de</strong> lo más bien? El<br />

Colegio Salesiano, <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za Bolognesi. ¿Había otro hombre en tu vida ahora, Amalia? Y en eso<br />

subieron dos mujeres, se sentaron frente a ellos, parecían ma<strong>la</strong>s, y empezaron a mirar a Ambrosio<br />

con un <strong>de</strong>scaro. ¿Qué tenía que salieran juntos una vez, como buenos amigos? Pura risa con él,<br />

miraditas y coqueterías, y <strong>de</strong> pronto, sin darse cuenta, su boca dijo fuerte, mirando a <strong>la</strong>s dos<br />

mujeres, no a él: está bien ¿dón<strong>de</strong> vamos a ir? Ambrosio <strong>la</strong> miró asombrado, se rascó <strong>la</strong> cabeza y se<br />

rió: qué mujer ésta. Fueron al Rímac, porque Ambrosio tenía que ver a un amigo. Lo encontraron en<br />

un restaurancito <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle Chic<strong>la</strong>yo, comiéndose un arroz con pollo.<br />

—Te presento a mi novia, Ludovico —dijo Ambrosio.<br />

—No le crea —dijo Amalia—. Amigos nomás.<br />

—Siéntense —dijo Ludovico—. Tómense una cerveza conmigo.<br />

—Ludovico y yo trabajamos juntos con don Cayo, Amalia —dijo Ambrosio—. Yo le<br />

manejaba el auto y él lo cuidaba. Qué ma<strong>la</strong>s noches ¿no, Ludovico?<br />

Sólo había hombres en el restaurant, algunos con qué pintas, y Amalia se sentía incómoda.<br />

Qué haces aquí pensaba, por qué eres tan bruta. La espiaban <strong>de</strong> reojo pero no le <strong>de</strong>cían nada.<br />

Tendrían miedo a los dos hombrones que estaban con el<strong>la</strong>, porque Ludovico era tan alto y tan fuerte<br />

como Ambrosio. Sólo que tan feo, <strong>la</strong> cara picada <strong>de</strong> virue<strong>la</strong> y los dientes partidos.<br />

Entre los dos se contaban cosas, se preguntaban por amigos y el<strong>la</strong> se aburría. Pero <strong>de</strong> repente,<br />

Ludovico dio un golpecito en <strong>la</strong> mesa: ya está, se iban a Acho, los haría entrar. Los hizo pasar, no<br />

por don<strong>de</strong> el público, sino por un callejón y los policías lo saludaban a Ludovico como a un íntimo.<br />

Se sentaron en Sombra, arriba, pero como había poca gente, en el segundo toro se bajaron hasta <strong>la</strong><br />

cuarta fi<strong>la</strong>. Toreaban tres, pero <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> era Santa Cruz, l<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> atención ver a un negro en traje<br />

<strong>de</strong> luces. Le haces barra porque es tu hermano <strong>de</strong> raza, le bromeaba Ludovico a Ambrosio, y él, sin<br />

enojarse; sí y a<strong>de</strong>más porque es valiente. Era: se hacía revolcar, se arrodil<strong>la</strong>ba, citaba al toro <strong>de</strong><br />

espaldas. El<strong>la</strong> sólo había visto corridas en el cine y cerraba los ojos, chil<strong>la</strong>ba cuando el toro<br />

<strong>de</strong>rribaba a un peón, qué salvajes los picadores <strong>de</strong>cía, pero en el último toro <strong>de</strong> Santa Cruz también<br />

sacó su pañuelito, como Ambrosio, y pidió oreja. Salió <strong>de</strong> Acho contenta, por lo menos había visto<br />

algo nuevo, Era tan tonto <strong>de</strong>sperdiciar <strong>la</strong> salida ayudando a <strong>la</strong> señora Rosario a ten<strong>de</strong>r ropa, oyendo<br />

a su tía quejarse <strong>de</strong> sus pensionistas o dando vueltas y vueltas con Anduvia y María sin saber dón<strong>de</strong><br />

ir. Tomaron una chicha morada en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> Acho y Ludovico se <strong>de</strong>spidió. Caminaron hasta el<br />

Paseo <strong>de</strong> Aguas.<br />

—¿Te gustaron los toros? —dijo Ambrosio.<br />

—Sí —dijo Amalia—. Pero qué crueldad con los animales ¿no?<br />

—Si te gustaron volveremos —dijo Ambrosio.<br />

Iba a contestarle ni te lo sueñes pero se arrepintió y cerró <strong>la</strong> boca y pensó bruta. Se le ocurrió<br />

que hacía más <strong>de</strong> tres años ya, casi cuatro, que no salía con Ambrosio, y <strong>de</strong> pronto se sintió<br />

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