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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Sí, en el Porvenir, váyase ahora mismo con Periquito —Becerrita colgó el aparato, posó sus<br />

ojitos legañosos en Santiago—. Ahí cantó esa mujer hace tiempo. La dueña me conoce. Sáquele<br />

datos, fotos. Sus amigas, sus amigos, direcciones, qué vida llevaba. Que Periquito fotografíe el<br />

local.<br />

Santiago se fue poniendo el saco mientras bajaba <strong>la</strong> escalera. Becerrita había avisado a Darío<br />

y <strong>la</strong> camioneta, cuadrada en <strong>la</strong> puerta, obstruía el tránsito; los automovilistas tocaban <strong>la</strong> bocina. Un<br />

momento <strong>de</strong>spués apareció Periquito, furioso.<br />

—Le había advertido a Arispe que no trabajaría más con ese negrero y ahora me rega<strong>la</strong> a<br />

Becerrita por una semana —iba cargando <strong>la</strong> cámara, vociferando—. Nos va a hacer polvo, Zavalita.<br />

—Tendrá un humor <strong>de</strong> perro, pero se bate como un león por sus redactores —dijo Darío—. Si<br />

no fuera por él, al borracho <strong>de</strong> Carlitos ya lo habrían <strong>de</strong>spedido. No rajes <strong>de</strong> Becerrita.<br />

—Voy a <strong>de</strong>jar el periodismo, ya basta —dijo Periquito—. Voy a <strong>de</strong>dicarme a <strong>la</strong> fotografía<br />

comercial. Una semana con Becerrita es peor que coger un chancro.<br />

La camioneta subió por <strong>la</strong> Colmena hasta el Parque Universitario, bajó por Azángaro, pasó a<br />

los pies pétreos y b<strong>la</strong>ncuzcos <strong>de</strong>l Pa<strong>la</strong>cio <strong>de</strong> Justicia, enfiló en el atar<strong>de</strong>cer lluvioso por República, y<br />

al aparecer, a <strong>la</strong> <strong>de</strong>recha, en medio <strong>de</strong>l parque oscuro, el local <strong>de</strong> <strong>la</strong> Cabaña, con sus ventanas<br />

iluminadas y el aviso chisporroteante <strong>de</strong> <strong>la</strong> fachada, Periquito se echó a reír, intempestivamente<br />

ap<strong>la</strong>cado: no quería ni mirar esa pocilga, Zavalita, todavía tenía el hígado l<strong>la</strong>gado con <strong>la</strong> tranca <strong>de</strong>l<br />

domingo.<br />

—Con un suelto en su página pue<strong>de</strong> hundir a cualquier mambera, cerrar cualquier bulín,<br />

<strong>de</strong>sprestigiar cualquier boite —dijo Darío—. Becerrita es un dios <strong>de</strong> <strong>la</strong> Lima bohemia. Y ningún<br />

jefe <strong>de</strong> página se porta como él con su gente. Los lleva a bulines, les convida trago, les consigue<br />

mujeres. No sé cómo te pue<strong>de</strong>s quejar <strong>de</strong> él, Periquito.<br />

—Está bien —admitió Periquito—. Al mal tiempo buena cara. Si hay que trabajar con él, en<br />

vez <strong>de</strong> amargarnos tratemos <strong>de</strong> explotar su punto débil.<br />

Los bulines, <strong>la</strong>s cantinas hediondas, los barcitos promiscuos <strong>de</strong> aserrín vomitado, <strong>la</strong> fauna <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong>s tres <strong>de</strong> <strong>la</strong> mañana. Piensa: su punto débil. Ahí se volvía humano, piensa, ahí se hacía querer.<br />

Darío frenó: una masa sin facciones circu<strong>la</strong>ba por <strong>la</strong>s aceras en penumbra <strong>de</strong> 28 <strong>de</strong> Julio, sobre <strong>la</strong>s<br />

siluetas sombrías <strong>la</strong>ngui<strong>de</strong>cía <strong>la</strong> menuda, rancia luz <strong>de</strong> los faroles <strong>de</strong>l Porvenir. Había neblina, <strong>la</strong><br />

noche estaba muy húmeda. La puerta <strong>de</strong> "Monmartre" estaba cerrada.<br />

—Toquemos, <strong>la</strong> Paqueta <strong>de</strong>be estar a<strong>de</strong>ntro —dijo Periquito—. Este antro se abre tardísimo,<br />

aquí se <strong>de</strong>saguan <strong>la</strong>s boites.<br />

Tocaron los cristales <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta —un pianista en <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad rosada <strong>de</strong> <strong>la</strong> vitrina, piensa, su<br />

<strong>de</strong>ntadura tan b<strong>la</strong>nca como el tec<strong>la</strong>do <strong>de</strong> su piano, dos bai<strong>la</strong>rinas con plumajes en el rabo y en <strong>la</strong><br />

cabeza—, se oyeron pasos, abrió un muchacho escuálido <strong>de</strong> chaleco b<strong>la</strong>nco y corbatita <strong>de</strong> fantasía<br />

que los miró con aprensión: <strong>de</strong> “La Crónica”, ¿no? A<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, <strong>la</strong> señora los estaba esperando. Un bar<br />

cuajado <strong>de</strong> botel<strong>la</strong>s, un cielo raso con estrellitas <strong>de</strong> p<strong>la</strong>tino, una minúscu<strong>la</strong> pista <strong>de</strong> baile con un<br />

micrófono <strong>de</strong> pie, mesitas y sil<strong>la</strong>s vacías. Se abrió una puertecil<strong>la</strong> disimu<strong>la</strong>da <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l bar, buenas<br />

noches dijo Periquito, y ahí estaba <strong>la</strong> Paqueta, Zavalita: sus ojos <strong>de</strong> <strong>la</strong>rgas pestañas postizas y<br />

redondas aureo<strong>la</strong>s <strong>de</strong> hollín, sus mejil<strong>la</strong>s encarnadas, sus nalgas protuberantes asfixiadas en los<br />

ajustados pantalones, sus pasitos <strong>de</strong> equilibrista.<br />

—¿Le habló el señor Becerra? —dijo Santiago—. Es sobre el crimen <strong>de</strong> Jesús María.<br />

—Me prometió que no me hará figurar para nada, me lo juró y espero que cump<strong>la</strong> —su mano<br />

esponjosa, su sonrisa estereotipada, su voz melosa con un <strong>de</strong>jo remoto <strong>de</strong> a<strong>la</strong>rma y <strong>de</strong> odio—. Si<br />

hay escándalo, el perjudicado será el local ¿ve usted?<br />

—Sólo necesitamos algunos datos —dijo Santiago—. Saber quién era, qué hacía.<br />

—La conocí apenas, no sé casi nada —<strong>la</strong>s rígidas pestañas que aleteaban evasivamente,<br />

Zavalita, <strong>la</strong> gruesa boca granate que se fruncía como una mimosa—. Hace seis meses que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

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