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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

Ahí, <strong>la</strong> pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su cara, sus cabellos grises alborotados en <strong>la</strong>s sienes, el relente <strong>de</strong> terror<br />

animal en sus ojos. Pero cuando Santiago se inclinó a besarlo, sonrió: por fin te habían encontrado,<br />

f<strong>la</strong>co, creía que ya no te iba a ver.<br />

—Me <strong>de</strong>jaron entrar con <strong>la</strong> condición <strong>de</strong> que no te haga hab<strong>la</strong>r, papá.<br />

—Ya pasó el susto, felizmente —susurró don Fermín; su mano se había <strong>de</strong>slizado fuera <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

sábanas, había atrapado el brazo <strong>de</strong> Santiago—. ¿Todo va bien, f<strong>la</strong>co? ?La pensión, el trabajo?<br />

—Todo muy bien, papá —dijo él—. Pero no hables, por favor.<br />

—Siento un nudo aquí, niño —dice Ambrosio—. Un hombre como él no se <strong>de</strong>bía morir.<br />

Permaneció en el cuarto un <strong>la</strong>rgo rato, sentado a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama, observando <strong>la</strong> mano<br />

gruesa, <strong>de</strong> vellos <strong>la</strong>cios, que reposaba en su rodil<strong>la</strong>. Don Fermín había cerrado los ojos, respiraba<br />

profundamente. No tenía almohada, su cabeza estaba <strong>la</strong><strong>de</strong>ada sobre el colchón y él podía ver su<br />

cuello con estrías y los puntitos grises <strong>de</strong> <strong>la</strong> barba. Poco <strong>de</strong>spués entró una enfermera <strong>de</strong> zapatos<br />

b<strong>la</strong>ncos y le indicó con un gesto que saliera.<br />

La señora Zoi<strong>la</strong>, el tío Clodomiro y el Chispas se habían sentado en <strong>la</strong> antesa<strong>la</strong>; <strong>la</strong> Teté y<br />

Popeye cuchicheaban <strong>de</strong> pie junto a <strong>la</strong> puerta.<br />

—Antes era <strong>la</strong> política, ahora el <strong>la</strong>boratorio y <strong>la</strong> oficina —dijo el tío Clodomiro—. Trabajaba<br />

<strong>de</strong>masiado, no podía ser.<br />

—Quiere estar en todo, no me hace caso —dijo el Chispas—. Le he pedido hasta el cansancio<br />

que me <strong>de</strong>je a mí ocuparme <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cosas, pero no hay forma. Ahora tendrá que <strong>de</strong>scansar a <strong>la</strong> fuerza.<br />

—Está mal <strong>de</strong> los nervios —<strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> miró a Santiago con rencor—. No es sólo <strong>la</strong><br />

oficina, también es este mocoso. Le quita <strong>la</strong> vida no tener noticias tuyas y tú cada vez te haces rogar<br />

más para venir a <strong>la</strong> casa.<br />

—No <strong>de</strong>s esos gritos <strong>de</strong> loca, mamá —dijo <strong>la</strong> Teté—. Te está oyendo.<br />

—No lo <strong>de</strong>jas vivir tranquilo con los colerones que le das —sollozó <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong>—. Le has<br />

amargado <strong>la</strong> vida a tu padre, mocoso.<br />

La enfermera salió <strong>de</strong>l dormitorio y susurró al pasar no hablen tan fuerte. La señora Zoi<strong>la</strong> se<br />

limpió los ojos con el pañuelo y el tío Clodomiro se inclinó hacia el<strong>la</strong>, compungido y solícito.<br />

Estuvieron cal<strong>la</strong>dos, mirándose. Luego <strong>la</strong> Teté y Popeye comenzaron <strong>de</strong> nuevo a cuchichear. Cómo<br />

habían cambiado todos, Zavalita, cómo había envejecido el tío Clodomiro. Le sonrió y su tío le<br />

<strong>de</strong>volvió una apenada sonrisa <strong>de</strong> circunstancias. Se había encogido, arrugado, casi no tenía pelo,<br />

sólo motitas b<strong>la</strong>ncas salpicadas por el cráneo. El Chispas era un hombre ya; en sus movimientos, en<br />

su manera <strong>de</strong> sentarse, en su voz había una seguridad adulta, una <strong>de</strong>senvoltura que parecía corporal<br />

y espiritual a <strong>la</strong> vez, y su mirada era tranqui<strong>la</strong>mente resuelta. Ahí estaba, Zavalita: fuerte,<br />

bronceado, terno gris, zapatos y medias negras, los puños albos <strong>de</strong> su camisa, <strong>la</strong> corbata ver<strong>de</strong><br />

oscura con un discreto pren<strong>de</strong>dor, el rectángulo <strong>de</strong>l pañuelito b<strong>la</strong>nco asomando en el bolsillo <strong>de</strong>l<br />

saco. Y ahí <strong>la</strong> Teté, hab<strong>la</strong>ndo en voz baja con Popeye. Tenían unidas <strong>la</strong>s manos, se miraban a los<br />

ojos. Su vestido rosado, piensa, el ancho <strong>la</strong>zo que envolvía su cuello y bajaba hasta <strong>la</strong> cintura. Se<br />

notaban sus senos, <strong>la</strong> curva <strong>de</strong> <strong>la</strong> ca<strong>de</strong>ra comenzaba a apuntar, sus piernas eran <strong>la</strong>rgas y esbeltas, sus<br />

tobillos finos, sus manos b<strong>la</strong>ncas. Ya no eras como ellos, Zavalita, ya eras un cholo. Piensa: ya sé<br />

por qué te venía esa furia apenas me veías, mamá. No se sentía victorioso ni contento, sólo<br />

impaciente por partir. Sigilosamente <strong>la</strong> enfermera vino a <strong>de</strong>cir que había terminado <strong>la</strong> hora <strong>de</strong><br />

visitas. La señora Zoi<strong>la</strong> se quedaría a dormir en <strong>la</strong> clínica, el Chispas llevó a <strong>la</strong> Teté. Popeye ofreció<br />

su auto al tío Clodomiro pero él tomaría el colectivo, lo <strong>de</strong>jaba en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> su casa, no valía <strong>la</strong><br />

pena, mil gracias.<br />

—Tu tío siempre es así —dijo Popeye; avanzaban <strong>de</strong>spacio, en <strong>la</strong> noche recién caída, hacia el<br />

centro—. Nunca quiere que lo lleve ni que lo recoja.<br />

—No le gusta molestar ni pedir favores —dijo Santiago—. Es un tipo muy sencillo.<br />

—Sí, buenísima gente —dijo Popeye—. Se conoce todo el Perú ¿no?<br />

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