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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—Sí, una gran manifestación en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za <strong>de</strong> Armas, don Cayo —dijo Molina—. El Prefecto<br />
está con el Comandante ahora. No creo que convenga, don Cayo. Son miles <strong>de</strong> personas.<br />
—Que <strong>la</strong> disuelvan inmediatamente, idiota —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. ¿No se da cuenta que <strong>la</strong><br />
cosa va a crecer con lo ocurrido? Póngame en contacto con el Comandante. Que <strong>de</strong>spejen <strong>la</strong>s calles<br />
ahora mismo, Molina.<br />
—Después entraron los guardias y uno todavía me pateó, viéndome así —dijo Ludovico—.<br />
Soy investigador, soy <strong>de</strong>l cuerpo. Por fin vi <strong>la</strong> cara <strong>de</strong>l Chino Molina. Me sacaron por una puerta<br />
falsa. Después me volví a <strong>de</strong>smayar y sólo <strong>de</strong>sperté en el hospital. Toda <strong>la</strong> ciudad estaba en huelga<br />
ya.<br />
—Las cosas están empeorando, don Cayo —dijo Molina—. Han <strong>de</strong>sempedrado <strong>la</strong>s calles, hay<br />
barricadas por todo el centro. La guardia <strong>de</strong> asalto no pue<strong>de</strong> disolver una manifestación así.<br />
—Tiene que intervenir el Ejército, don Cayo ——dijo el Prefecto—. Pero el general Alvarado<br />
dice que sólo sacará <strong>la</strong> tropa si se lo or<strong>de</strong>na el Ministro <strong>de</strong> Guerra.<br />
—Mi compañero <strong>de</strong> cuarto era uno <strong>de</strong> los tipos <strong>de</strong>l senador —dijo Ludovico—. Una pierna<br />
rota. Me daba noticias <strong>de</strong> lo que iba pasando en Arequipa y me malograba los nervios. Tenía un<br />
miedo, hermano.<br />
—Está bien —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Voy a hacer que el general Llerena dé <strong>la</strong> or<strong>de</strong>n.<br />
—Me escaparé, <strong>la</strong> calle es más segura que el hospital —dijo Téllez—. No quiero que me pase<br />
lo que a Martínez, lo que al negro. Conozco a uno que se l<strong>la</strong>ma Urquiza. Le pediré que me esconda<br />
en su casa.<br />
—No va a pasar nada, aquí no van a entrar —dijo Ludovico—. Qué tanto que haya huelga<br />
general. El Ejército les meterá ba<strong>la</strong>.<br />
—¿Y dón<strong>de</strong> está el Ejército que no se ve? —dijo Téllez—. Si se antojan <strong>de</strong> lincharnos,<br />
pue<strong>de</strong>n entrar aquí como a su casa. Ni siquiera hay un guardia en el hospital.<br />
—Nadie sabe que estamos acá —dijo Ludovico—. Y aunque supieran. Creerán que somos <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> Coalición, que somos víctimas.<br />
—No, porque aquí no nos conocen —dijo Téllez—. Se darán cuenta que vinimos <strong>de</strong> afuera.<br />
Esta noche me voy don<strong>de</strong> Urquiza. Puedo caminar, a pesar <strong>de</strong>l yeso.<br />
—Estaba medio tronado <strong>de</strong> susto, por lo que habían matado a sus dos compañeros en el teatro<br />
—dijo Ludovico—. Pi<strong>de</strong>n <strong>la</strong> renuncia <strong>de</strong>l Ministro <strong>de</strong> Gobierno, <strong>de</strong>cía, entrarán y nos colgarán <strong>de</strong><br />
los faroles. ¿Pero qué es lo que está pasando, carajo?<br />
—Está pasando casi una revolución —dijo Molina—. El pueblo se adueñó <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle, don<br />
Cayo. Hemos tenido que retirar hasta los agentes <strong>de</strong> tránsito para que no los apedréen. ¿Por qué no<br />
llega <strong>la</strong> or<strong>de</strong>n para que actúe el Ejército, don Cayo?<br />
—¿Y ellos, señor? —dijo Téllez—. ¿Qué han hecho con Martínez, con el viejo?<br />
—No te preocupes, ya los enterramos —dijo Molina—. ¿Tú eres Téllez, no? Tu jefe te ha<br />
<strong>de</strong>jado p<strong>la</strong>ta en <strong>la</strong> Prefectura para que regreses a Ica en ómnibus, apenas puedas caminar.<br />
—¿Y por qué los han enterrado aquí, señor? —dijo Téllez—. Martínez tiene mujer e hijos en<br />
Ica, Trifulcio tiene parientes en Chincha. Por qué no los mandaron allá para que los enterraran <strong>la</strong>s<br />
familias. Por qué aquí, como perros. Nadie va a venir a visitarlos nunca, señor.<br />
—¿Hipólito? —dijo Molina—. Tomó su colectivo a Lima a pesar <strong>de</strong> mis ór<strong>de</strong>nes. Le pedí que<br />
se quedara a ayudarnos y se <strong>la</strong>rgó. Sí, ya sé que se portó mal en el teatro, Ludovico. Pero voy a<br />
pasar un parte a Lozano y lo voy a jo<strong>de</strong>r.<br />
—Cálmese, Molina —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Con calma, con <strong>de</strong>talles, vaya por partes. Cuál<br />
es <strong>la</strong> situación, exactamente.<br />
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