01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Lo que más me ardió no eran <strong>la</strong>s mentiras, sino que me contara cuentos tan imbéciles como<br />

el <strong>de</strong>l brevete —dice Ambrosio—. ¿Qué es lo que le podía doler más? La p<strong>la</strong>ta, por supuesto. Ahí<br />

es don<strong>de</strong> había que vengarse <strong>de</strong> él.<br />

Era martes y, para que el asunto saliera bien, tenía que esperar hasta el domingo. Pasaba <strong>la</strong>s<br />

tar<strong>de</strong>s don<strong>de</strong> doña Lupe y <strong>la</strong>s noches con Pantaleón. ¿Qué sería <strong>de</strong> Amalita Hortensia si a él un día<br />

le pasaba algo, doña Lupe, por ejemplo si se moría? Nada, Ambrosio, seguiría viviendo con el<strong>la</strong>, ya<br />

era como su hijita, ésa con <strong>la</strong> que siempre soñó. En <strong>la</strong>s mañanas iba a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>yita <strong>de</strong>l embarca<strong>de</strong>ro o<br />

daba vueltas por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, char<strong>la</strong>ndo con los vagabundos. El sábado por <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> vio entrar a<br />

Pucallpa a “El Rayo <strong>de</strong> <strong>la</strong> Montaña” rugiente, polvoriento, bamboleando sus cajas y maletones<br />

sujetos con sogas, <strong>la</strong> camioneta atravesó <strong>la</strong> calle Comercio alzando un terral y se estacionó frente a<br />

<strong>la</strong> oficinita <strong>de</strong> “Transportes Morales”. Bajó el chofer, bajaron los pasajeros, <strong>de</strong>scargaron el equipaje,<br />

y, pateando piedrecitas en <strong>la</strong> esquina, Ambrosio esperó que el chofer volviera a subir a "El Rayo <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> Montaña" y arrancara: <strong>la</strong> llevaba al garaje <strong>de</strong> López, sí. Se fue don<strong>de</strong> doña Lupe y estuvo hasta el<br />

anochecer jugando con Amalita Hortensia, que se había <strong>de</strong>sacostumbrado tanto a él que iba a<br />

cargar<strong>la</strong> y soltaba el l<strong>la</strong>nto. Se presentó en el garaje antes <strong>de</strong> <strong>la</strong>s ocho y sólo estaba <strong>la</strong> mujer <strong>de</strong><br />

López: venía a llevarse <strong>la</strong> camioneta, señora, don Hi<strong>la</strong>rio <strong>la</strong> necesitaba. A el<strong>la</strong> ni se le ocurrió<br />

preguntarle ¿cuándo volviste a <strong>la</strong> Morales? Le señaló un rincón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado: ahí estaba. Y con<br />

gasolina y aceite y todo lo que hacía falta, sí.<br />

—Yo había pensado <strong>de</strong>sbarrancárse<strong>la</strong> en alguna parte —dice Ambrosio—. Pero me di cuenta<br />

que era una estupi<strong>de</strong>z y me fui con el<strong>la</strong> hasta Tingo. Conseguí un par <strong>de</strong> pasajeros por el camino y<br />

eso me alcanzó para gasolina.<br />

Al entrar a Tingo María, a <strong>la</strong> mañana siguiente, dudó un momento y luego se dirigió al garaje<br />

<strong>de</strong> Itipaya: ¿cómo, volviste con don Hi<strong>la</strong>rio, negro?<br />

—Me <strong>la</strong> he robado —dijo Ambrosio—. En pago <strong>de</strong> lo que él me robó a mí. Vengo a<br />

vendérte<strong>la</strong>.<br />

Itipaya se había quedado primero asombrado y luego se echó a reír: te volviste loco, hermano.<br />

—Sí —dijo Ambrosio—. ¿Me <strong>la</strong> compras?<br />

—¿Una camioneta robada? —se rió Itipaya—. Qué voy a hacer con el<strong>la</strong>. Todo el mundo<br />

conoce "El Rayo <strong>de</strong> <strong>la</strong> Montaña", don Hi<strong>la</strong>rio ya habrá sentado <strong>la</strong> <strong>de</strong>nuncia.<br />

—Bueno —dijo Ambrosio—. Entonces <strong>la</strong> voy a <strong>de</strong>sbarrancar. Al menos, me vengaré.<br />

Itipaya se rascó <strong>la</strong> cabeza: qué locuras. Habían discutido cerca <strong>de</strong> media hora. Si <strong>la</strong> iba a<br />

<strong>de</strong>sbarrancar era preferible que sirviera para algo mejor, negro.<br />

Pero no le podía dar mucho: tenía que <strong>de</strong>sarmar<strong>la</strong> todita, ven<strong>de</strong>r<strong>la</strong> a poquitos, pintar <strong>la</strong><br />

carrocería y mil cosas más. ¿Cuánto, Itipaya, <strong>de</strong> una vez? Y a<strong>de</strong>más el riesgo, negro. ¿Cuánto, <strong>de</strong><br />

una vez?<br />

—Cuatrocientos soles —dice Ambrosio—. Menos que lo que dan por una bicicleta usada. Lo<br />

justo para llegar a Lima, niño.<br />

315

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!