01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—C<strong>la</strong>ro que me acordaré, don, qué más quiero yo —dijo Trifulcio—. Le agra<strong>de</strong>zco tanto que<br />

me recomendara a ese señor, don.<br />

—Ya déjalo que ni te oye, Hipólito —dijo Ludovico—. Vamos a <strong>la</strong> oficina <strong>de</strong>l señor Lozano.<br />

Ya déjalo, Hipólito.<br />

El guardia le dio una palmadita en <strong>la</strong> espalda, bueno Trifulcio, y cerró el portón tras él, hasta<br />

nunca o hasta <strong>la</strong> próxima, Trifulcio. Rápidamente caminó hacia a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, por el terral que conocía,<br />

que se divisaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong>s celdas <strong>de</strong> primera, y pronto llegó a los árboles que también había<br />

aprendido <strong>de</strong> memoria, y luego avanzó por un nuevo terral hasta los ranchos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s afueras don<strong>de</strong> en<br />

vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse apuró el paso. Cruzó casi corriendo entre chozas y siluetas humanas que lo<br />

miraban con sorpresa o indiferencia o temor.<br />

—Y no es que haya sido mal hijo o no <strong>la</strong> quisiera, <strong>la</strong> negra se merecía el cielo, igual que<br />

usted, don —dijo Ambrosio—. Se rompió los lomos para criarme y darme <strong>de</strong> comer. Lo que pasa es<br />

que <strong>la</strong> vida no le da tiempo a uno ni para pensar en su madre.<br />

—Lo <strong>de</strong>jamos porque a Hipólito se le fue <strong>la</strong> mano y el tipo comenzó a <strong>de</strong>cir locuras y <strong>de</strong>spués<br />

se <strong>de</strong>smayó, señor Lozano —dijo Ludovico. Yo creo que ese Trinidad López ni es aprista ni sabe<br />

dón<strong>de</strong> está parado. Pero si quiere lo <strong>de</strong>spertamos y seguimos, señor.<br />

Siguió avanzando, cada vez más apurado y extraviado, incapaz <strong>de</strong> orientarse en esas primeras<br />

calles empedradas que furiosamente pisaban sus pies <strong>de</strong>scalzos, internándose cada vez más en <strong>la</strong><br />

ciudad tan a<strong>la</strong>rgada, tan anchada, tan distinta <strong>de</strong> <strong>la</strong> que recordaban sus ojos. Caminó sin rumbo, sin<br />

prisa, al fin se <strong>de</strong>rrumbó en <strong>la</strong> banca sombreada por palmeras <strong>de</strong> una p<strong>la</strong>za.<br />

Había una tienda en una esquina entraban mujeres con criaturas, unos muchachos apedreaban<br />

un farol y <strong>la</strong>draban unos perros. Despacio, sin ruido, sin darse cuenta, se echó a llorar.<br />

—Su tío me sugirió que lo l<strong>la</strong>mara, capitán; y yo también quería conocerlo —dijo Cayo<br />

Bermú<strong>de</strong>z—. Somos algo colegas ¿no?, y seguramente tendremos que trabajar juntos alguna vez.<br />

—Era buena, se sacrificó duro, no faltaba a misa —dice Ambrosio—. Pero tenía su carácter,<br />

niño. Por ejemplo no me pegaba con <strong>la</strong> mano, sino con un palo. Para que no salgas a tu padre, <strong>de</strong>cía.<br />

—Yo ya lo conocía a usted <strong>de</strong> nombre, señor Bermú<strong>de</strong>z —dijo el capitán Pare<strong>de</strong>s—. Mi tío y<br />

el coronel Espina lo aprecian mucho, dicen que esto funciona gracias a usted.<br />

Se levantó, se <strong>la</strong>vó <strong>la</strong> cara en <strong>la</strong> pi<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za, preguntó a dos hombres dón<strong>de</strong> se tomaba y<br />

cuánto costaba el ómnibus a Chincha. Parándose <strong>de</strong> rato en rato a mirar a <strong>la</strong>s mujeres y <strong>la</strong>s cosas tan<br />

cambiadas, caminó hasta otra p<strong>la</strong>za cubierta <strong>de</strong> vehículos. Preguntó, regateó, mendigó y subió a un<br />

camión que <strong>de</strong>moró dos horas en partir.<br />

—No hablemos <strong>de</strong> méritos que usted me <strong>de</strong>ja muy atrás, capitán —dijo Cayo Bermú<strong>de</strong>z—. Sé<br />

que se jugó a fondo en <strong>la</strong> revolución comprometiendo oficiales, que ha puesto sobre ruedas <strong>la</strong><br />

seguridad militar. Lo sé por su tío, no me lo niegue.<br />

Todo el viaje estuvo <strong>de</strong> pie, aferrado a <strong>la</strong> baranda <strong>de</strong>l camión, olfateando y mirando el arenal,<br />

el cielo, el mar que aparecía y <strong>de</strong>saparecía entre <strong>la</strong>s dunas. Cuando el camión entró a Chincha, abrió<br />

mucho los ojos, y volvía <strong>la</strong> cabeza a un <strong>la</strong>do y a otro, aturdido por <strong>la</strong>s diferencias. Corría fresco, ya<br />

no había sol, <strong>la</strong>s copas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s palmeras <strong>de</strong> <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za danzaban y murmuraban cuando pasó bajo el<strong>la</strong>s,<br />

agitado, mareado, siempre apurado.<br />

—Lo <strong>de</strong> <strong>la</strong> revolución es <strong>la</strong> pura verdad y ahí no valen mo<strong>de</strong>stias —dijo el capitán Pare<strong>de</strong>s—<br />

Pero en <strong>la</strong> seguridad militar sólo soy un co<strong>la</strong>borador <strong>de</strong>l coronel Molina, señor Bermú<strong>de</strong>z.<br />

Pero el trayecto hacia <strong>la</strong> ranchería fue <strong>la</strong>rgo y tortuoso porque su memoria lo equivocaba y a<br />

cada momento tenía que preguntar a <strong>la</strong> gente dón<strong>de</strong> queda <strong>la</strong> salida a Grocio Prado. Llegó cuando<br />

ya había candiles y sombras, y <strong>la</strong> ranchería ya no era ranchería sino una aglomeración <strong>de</strong> casas<br />

firmes y en vez <strong>de</strong> comenzar los algodonales a sus antiguas oril<strong>la</strong>s, comenzaban <strong>la</strong>s casas <strong>de</strong> otra<br />

ranchería. Pero el rancho era el mismo y <strong>la</strong> puerta estaba abierta y reconoció inmediatamente a<br />

Tomasa: <strong>la</strong> gorda, <strong>la</strong> negra, <strong>la</strong> sentada en el suelo, <strong>la</strong> que comía a <strong>la</strong> <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> <strong>la</strong> otra mujer.<br />

67

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!