01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Tuviste suerte —dijo Periquito—. La arena aguantó <strong>la</strong> camioneta. Si da otra vuelta <strong>de</strong><br />

campana te ap<strong>la</strong>sta.<br />

—Es una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pocas cosas importantes que me han pasado, Ambrosio —dice Santiago—.<br />

A<strong>de</strong>más, fue así que conocí a <strong>la</strong> que ahora es mi mujer.<br />

Tenía frío, no le dolía nada pero seguía atontado.<br />

Oía diálogos y murmullos, el ruido <strong>de</strong>l motor, <strong>de</strong> otros motores, y cuando abrió los ojos lo<br />

estaban colocando en una camil<strong>la</strong>. Vio <strong>la</strong> calle, el cielo que empezaba a oscurecer, leyó “La Maison<br />

<strong>de</strong> Santé” en <strong>la</strong> fachada <strong>de</strong>l edificio don<strong>de</strong> entraban. Lo subieron a un cuarto <strong>de</strong>l segundo piso,<br />

Periquito y Darío ayudaron a <strong>de</strong>snudarlo.<br />

Cuando estuvo cubierto con sábanas y frazadas hasta el mentón pensó voy a dormir mil horas.<br />

Respondía entre sueños a <strong>la</strong>s preguntas <strong>de</strong> un hombre con anteojos y mandil b<strong>la</strong>nco.<br />

—Dile a Arispe que no publique nada, Periquito —se reconoció apenas <strong>la</strong> voz—. Que mi<br />

papá no sepa que pasó esto.<br />

—Un encuentro romántico —dice Ambrosio—. Se ganó su cariño curándolo.<br />

—Dándome <strong>de</strong> fumar a escondidas, más bien —dice Santiago.<br />

—ESTAS en tu noche, Quetita —dijo Malvina—. Estás regia.<br />

—Te mandan buscar con chofer —pestañeó Robertito—. Como a una reina, Quetita.<br />

—Es verdad, te has sacado <strong>la</strong> lotería —dijo Malvina.<br />

—Y yo también, y todas nosotras —dijo Ivonne, <strong>de</strong>spidiéndo<strong>la</strong> con una sonrisa maliciosa—.<br />

Ya sabes, con guante <strong>de</strong> oro, Quetita.<br />

Antes, cuando Queta se arreg<strong>la</strong>ba, Ivonne había venido a ayudar<strong>la</strong> en el peinado y a vigi<strong>la</strong>r<br />

personalmente su vestuario; hasta le había prestado un col<strong>la</strong>r que hacía juego con su pulsera. ¿Me<br />

he sacado <strong>la</strong> lotería?, pensaba Queta, sorprendida <strong>de</strong> no estar excitada ni contenta ni siquiera<br />

curiosa. Salió y en <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa tuvo un pequeño sobresalto: los mismos ojos atrevidos y<br />

asustados <strong>de</strong> ayer. Pero el sambo <strong>la</strong> miró <strong>de</strong> frente sólo unos segundos; bajó <strong>la</strong> cabeza, murmuró<br />

buenas noches, se apresuró a abrirle <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l automóvil que era negro, gran<strong>de</strong> y severo como<br />

una carroza funeraria. Entró sin <strong>de</strong>volverle sus buenas noches y vio otro tipo ahí a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, junto al<br />

asiento <strong>de</strong>l chofer. También alto, también fuerte, también vestido <strong>de</strong> azul.<br />

—Si tiene frío y quiere que cierre <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> —murmuró el sambo. Ya sentado ante el<br />

vo<strong>la</strong>nte, y el<strong>la</strong> vio un instante el b<strong>la</strong>nco <strong>de</strong> sus ojazos.<br />

El auto arrancó hacia <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za Dos <strong>de</strong> Mayo, torció por Alfonso Ugarte hacia Bolognesi,<br />

enfiló por <strong>la</strong> avenida Brasil, y cuando pasaban bajo los postes <strong>de</strong> luz, Queta <strong>de</strong>scubría siempre los<br />

codiciosos animalitos en el espejo retrovisor, buscándo<strong>la</strong>. El otro tipo se había puesto a fumar,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> preguntarle si no le molestaba el humo, y no se volvió a mirar<strong>la</strong> ni <strong>la</strong> espió por el espejo<br />

durante todo el trayecto. Ya cerca <strong>de</strong>l Malecón entraron a Magdalena Nueva por una transversal,<br />

siguieron <strong>la</strong> línea <strong>de</strong>l tranvía hacia San Miguel, y vez que miraba el espejo retrovisor, Queta los<br />

veía: ardiendo, huyendo.<br />

—¿Tengo monos en <strong>la</strong> cara? —dijo, pensando este imbécil va a chocar—. ¿Qué me miras<br />

tanto tú?<br />

Las cabezas <strong>de</strong> a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte se <strong>la</strong><strong>de</strong>aron y volvieron a su sitio, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>l sambo surgió<br />

insoportablemente confusa, ¿él? ¿con perdón? ¿a él le hab<strong>la</strong>ba? y Queta pensó qué miedo le tienes a<br />

Cayo Mierda. El auto iba y volvía por <strong>la</strong>s oscuras callecitas silenciosas <strong>de</strong> San Miguel y por fin se<br />

<strong>de</strong>tuvo. Vio un jardín, una casita <strong>de</strong> dos pisos, una ventana con cortinas que <strong>de</strong>jaban filtrar <strong>la</strong> luz. El<br />

sambo se había bajado a abrirle <strong>la</strong> puerta.<br />

Estaba ahí, <strong>la</strong> mano ceniza en <strong>la</strong> manija, cabizbajo y acobardado, tratando <strong>de</strong> abrir <strong>la</strong> boca.<br />

¿Es aquí?, murmuró Queta. Las casitas se sucedían idénticas en <strong>la</strong> mezquina luz, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />

alineados arbolitos sombríos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s veredas. Dos policías miraban el auto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina y el tipo<br />

263

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!