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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—¿Qué les dicen a los <strong>de</strong>l Porvenir? —lo interrumpió Ludovico—. A los <strong>de</strong> Lima limeños, a<br />

los <strong>de</strong> Bajo el Puente bajopontinos, ¿y a los <strong>de</strong>l Porvenir?<br />

—A ti te importa un carajo lo que estoy contando —había dicho Hipólito, furioso.<br />

—Nunca, hermano —le dio una palmada Ludovico—. De repente se me vino esa duda a <strong>la</strong><br />

cabeza, perdona y sigue.<br />

Que aunque hacía sus añitos que no iba por ahí, aquí <strong>de</strong>ntro, y se había tocado el pecho, don,<br />

el Porvenir seguía siendo su casa: ahí empezó a boxear, a<strong>de</strong>más.<br />

Que a muchas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s viejas <strong>de</strong> <strong>la</strong> Parada <strong>la</strong>s conocía, que algunas lo iban a reconocer, quizás.<br />

—Ah, ya caigo —dijo Ludovico—. No hay motivo para que te amargues, quién te va a<br />

reconocer <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años. A<strong>de</strong>más ni te verán <strong>la</strong> cara, <strong>la</strong>s luces <strong>de</strong>l Porvenir son malísimas,<br />

los palomil<strong>la</strong>s se andan vo<strong>la</strong>ndo los faroles a pedradas. No hay motivo, Hipólito.<br />

Se había quedado pensando, <strong>la</strong>miéndose <strong>la</strong> boca como un gato. El chino trajo sal y limón,<br />

Ludovico se saló <strong>la</strong> punta <strong>de</strong> <strong>la</strong> lengua, se exprimió <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong>l limón en <strong>la</strong> boca, vació su copa y<br />

exc<strong>la</strong>mó el trago ha subido <strong>de</strong> categoría. Se habían puesto a hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> otra cosa, pero Hipólito<br />

cal<strong>la</strong>do, mirando el suelo, el mostrador, pensando.<br />

—No —había dicho <strong>de</strong> repente—. No me friega que alguna me reconozca. Me friega el<br />

merengue <strong>de</strong> por sí.<br />

—Pero por qué, hombre —dijo Ludovico—. ¿No es mejor espantar viejas que estudiantes, por<br />

ejemplo? Qué más que griten o pataleen, Hipólito. El ruido no hace daño a nadie.<br />

—¿Y si tengo que sonar a una <strong>de</strong> ésas que me dio <strong>de</strong> comer <strong>de</strong> chico? —había dicho Hipólito,<br />

dando un puñetazo en <strong>la</strong> mesa, Furiosísimo, don.<br />

Ambrosio y Ludovico como diciendo ahorita le da <strong>la</strong> llorona <strong>de</strong> nuevo. Pero hombre, pero<br />

hermano, si te dieron <strong>de</strong> comer es que eran buenas personas, santas, pacíficas, ¿tú crees que el<strong>la</strong>s se<br />

iban a meter en líos políticos? Pero Hipólito. No quería dar su brazo a torcer, movía <strong>la</strong> cabeza como<br />

diciendo no me convencen.<br />

—Hoy estoy haciendo esto a disgusto —dijo, al fin.<br />

—¿Y tú crees que a alguien le gusta? —dijo Ludovico.<br />

—A mí sí —dijo Ambrosio, riéndose—. Para mí es como un <strong>de</strong>scanso, como una aventura.<br />

—Porque vienes <strong>de</strong> vez en cuando —dijo Ludovico—. Te pasas <strong>la</strong> gran vida <strong>de</strong> chofer <strong>de</strong>l<br />

jefazo y esto lo tomas a juego. Espérate que te partan el cráneo <strong>de</strong> una pedrada, como a mí una vez.<br />

—Ahí nos dirás si te sigue gustando —había dicho Hipólito.<br />

Felizmente que a él nunca le había pasado nada, don.<br />

¿CÓMO se había atrevido? Sus días <strong>de</strong> permiso, cuando no iba a visitar a su tía a Limoncillo,<br />

o a <strong>la</strong> señora Rosario a Mirones, salía con Anduvia y María, dos empleadas <strong>de</strong> <strong>la</strong> vecindad. ¿Porque<br />

<strong>la</strong> había ayudado a conseguir este trabajo se creyó que te olvidaste? Iban a pasear, al cine, un<br />

domingo habían ido al Coliseo a ver los bailes folklóricos. ¿Porque conversaste con él que ya lo<br />

perdonaste? Algunas veces salía con Carlota, pero no muy seguido, porque Símu<strong>la</strong> quería que<br />

Amalia <strong>la</strong> trajera antes <strong>de</strong>l anochecer. Hubieras <strong>de</strong>bido tratarlo mal, bruta. Al salir, Símu<strong>la</strong> <strong>la</strong>s<br />

volvía locas con sus recomendaciones, y al volver con sus preguntas. Qué p<strong>la</strong>ntón se iría a dar el<br />

domingo, venirse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Miraflores hasta aquí <strong>de</strong> bal<strong>de</strong>, cómo te requintaría. Pobre Carlota, Símu<strong>la</strong><br />

no <strong>la</strong> <strong>de</strong>jaba asomar <strong>la</strong> nariz a <strong>la</strong> calle, paraba asustándo<strong>la</strong> con los hombres. Toda <strong>la</strong> semana estuvo<br />

pensando se va a quedar esperándote, a veces le daba una cólera que se ponía a temb<strong>la</strong>r, a veces<br />

risa. Pero a lo mejor no vendría, el<strong>la</strong> le había dicho ni te lo sueñes y diría para qué voy. El sábado<br />

p<strong>la</strong>nchó el vestido azul bril<strong>la</strong>nte que le había rega<strong>la</strong>do <strong>la</strong> señora Hortensia, ¿dón<strong>de</strong> vas mañana? le<br />

preguntó Carlota, don<strong>de</strong> su tía. Se miraba en el espejo y se insultaba: ya estás pensando en ir, bruta.<br />

No, no iría.<br />

Ese domingo estrenó los zapatos <strong>de</strong> taco que se había comprado recién, y <strong>la</strong> pulserita que se<br />

sacó en una tómbo<strong>la</strong>. Antes <strong>de</strong> salir, se pintó un poco los <strong>la</strong>bios. Recogió <strong>la</strong> mesa rapidito, casi no<br />

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