You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
—¿Zava<strong>la</strong>? —dijo él y vio a Landa pestañear, varias veces—. No está <strong>de</strong>tenido y si usted se<br />
aviene a co<strong>la</strong>borar, él tampoco será molestado. Esta mañana conversé con él y está ansioso por<br />
reconciliarse con el régimen. Debe estar en su casa ahora. Hable usted con él, senador.<br />
—No puedo darle una respuesta ahora —dijo Landa, luego <strong>de</strong> unos segundos—. Deme<br />
algunas horas, para reflexionar.<br />
—Todas <strong>la</strong>s que usted quiera —dijo él, levantándose—. Lo l<strong>la</strong>maré esta noche, o mañana, si<br />
prefiere.<br />
—¿Sus soplones me van a <strong>de</strong>jar en paz hasta entonces? —dijo Landa, abriendo <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l<br />
jardín.<br />
—No está usted <strong>de</strong>tenido, ni siquiera vigi<strong>la</strong>do; pue<strong>de</strong> ir don<strong>de</strong> quiera, hab<strong>la</strong>r con quien quiera.<br />
Hasta luego, senador. —Salió y cruzó el jardín, sintiéndo<strong>la</strong>s a su alre<strong>de</strong>dor, elásticas y fragantes,<br />
yendo y viniendo y volviendo entre <strong>la</strong>s matas <strong>de</strong> flores, rápidas y húmedas bajo los arbustos—.<br />
Ludovico, Hipólito, <strong>de</strong>spierten; a <strong>la</strong> Prefectura, rápido. Quiero que me controle <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas <strong>de</strong><br />
Landa, Lozano.<br />
—No se preocupe, don Cayo —dijo Lozano, alcanzándole una sil<strong>la</strong>—. Tengo un patrullero y<br />
tres agentes ahí. El teléfono está intervenido hace dos semanas.<br />
—Consígame un vaso <strong>de</strong> agua, por favor —dijo él—. Tengo que tomar una pastil<strong>la</strong>.<br />
—El Prefecto le preparó este resumen sobre <strong>la</strong> situación en Lima —dijo Lozano—. No, no<br />
hay ninguna noticia <strong>de</strong> Ve<strong>la</strong>r<strong>de</strong>. Debe haber cruzado <strong>la</strong> frontera. Uno solo <strong>de</strong> cuarenta y seis, don<br />
Cayo. Todos los otros fueron <strong>de</strong>tenidos, y sin inci<strong>de</strong>ntes.<br />
—Hay que mantenerlos incomunicados, aquí y en provincias —dijo él—. En cualquier<br />
momento van a comenzar <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas <strong>de</strong> los padrinos. Ministros, diputados.<br />
—Ya comenzaron, don Cayo —dijo Lozano—. Acaba <strong>de</strong> l<strong>la</strong>mar el senador Arévalo. Quería<br />
ver al doctor Ferro. Le dije que nadie podía verlo sin autorización <strong>de</strong> usted.<br />
—Sí, échemelos a mí —bostezó él—. Ferro tiene amarrada a mucha gente y van a mover<br />
cielo y tierra para sacarlo.<br />
—Su mujer se presentó aquí esta mañana —dijo Lozano—. De armas tomar. Amenazando<br />
con el Presi<strong>de</strong>nte, con los Ministros. Una señora muy guapa, don Cayo.<br />
—Ni sabía que Ferrito era casado —dijo él—. ¿Muy guapa, ah sí? La tendría escondida por<br />
eso.<br />
—Se lo nota agotado, don Cayo —dijo Lozano—. Por qué no va a <strong>de</strong>scansar un rato. No creo<br />
que haya nada importante hoy.<br />
—¿Se acuerda hace tres años, cuando los rumores sobre el levantamiento en Juliaca? —dijo<br />
él—. Nos pasamos cuatro noches sin dormir y como si nada. Estoy envejeciendo, Lozano.<br />
—¿Puedo hacerle una pregunta? —y el rostro expeditivo y servicial <strong>de</strong> Lozano se endulzó—.<br />
Sobre los rumores que corren. Que habrá cambio <strong>de</strong> gabinete, que usted subirá a Gobierno. No<br />
necesito <strong>de</strong>cirle lo bien que ha caído esa noticia en el cuerpo, don Cayo.<br />
—No creo que le convenga al Presi<strong>de</strong>nte que yo sea Ministro —dijo él—. Voy a tratar <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>sanimarlo. Pero si él se empeña, no tendré más remedio que aceptar.<br />
—Sería magnífico —sonrió Lozano—. Usted ha visto qué falta <strong>de</strong> coordinación ha habido a<br />
veces por <strong>la</strong> poca experiencia <strong>de</strong> los Ministros. Con el general Espina, con el doctor Arbeláez. Con<br />
usted será otra cosa, don Cayo.<br />
—Bueno, voy a <strong>de</strong>scansar un rato a San Miguel —dijo él—. ¿Quiere l<strong>la</strong>mar a Alcibía<strong>de</strong>s y<br />
<strong>de</strong>círselo? Que me <strong>de</strong>spierte sólo si hay algo muy urgente.<br />
—Perdón, me quedé dormido otra vez –balbuceó Ludovico, sacudiendo a Hipólito—. ¿A San<br />
Miguel? Sí, don Cayo.<br />
209