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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

manos en el aire y cambiaba <strong>de</strong> paso, él, meciéndose sin gracia en el sitio, tenía una expresión tan<br />

chistosa como <strong>la</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong>s caretas <strong>de</strong> Carnaval que Robertito había colgado en el techo. Volvieron al<br />

Bar y el<strong>la</strong> pidió otro vermouth.<br />

—Has hecho una estupi<strong>de</strong>z viniendo —dijo Queta, amablemente—. Ivonne o Robertito o<br />

alguien se lo contará a Cayo Mierda y a lo mejor te metes en un lío.<br />

—¿Cree que? —susurró él, mirando alre<strong>de</strong>dor, con una mueca estúpida. El idiota hizo todo<br />

los cálculos menos ése, pensó Queta, le malograste <strong>la</strong> noche.<br />

—Seguro que sí —dijo—. ¿No ves que todos le tiemb<strong>la</strong>n igual que tú? ¿No ves que parece<br />

que ahora es el socio <strong>de</strong> Ivonne? ¿Eres tan tonto que no se te ocurrió?<br />

—Quisiera subir con usted —tartamu<strong>de</strong>ó él: ígneos, ruti<strong>la</strong>ndo en <strong>la</strong> cara plomiza, sobre <strong>la</strong><br />

ancha nariz <strong>de</strong> ventanil<strong>la</strong>s muy abiertas, los <strong>la</strong>bios separados, los dientes b<strong>la</strong>nquísimos bril<strong>la</strong>ndo, <strong>la</strong><br />

voz traspasada <strong>de</strong> susto—. ¿Se podría? —Y asustándose aún más—. ¿Cuánto costaría?<br />

—Tendrías que trabajar meses para acostarte conmigo —sonrió Queta y lo miró con<br />

compasión.<br />

—Aunque tuviera —insistió él—. Aunque fuera una vez. ¿Se podría?<br />

—Se podría por quinientos soles —dijo Queta, examinándolo, haciéndole bajar los ojos,<br />

sonriendo. Más el cuarto que es cincuenta. Ya ves, no está al alcance <strong>de</strong> tu bolsillo.<br />

Las bo<strong>la</strong>s b<strong>la</strong>ncas <strong>de</strong> los ojos giraron un segundo, los <strong>la</strong>bios se soldaron, abrumados. Pero <strong>la</strong><br />

manaza se elevó y señaló <strong>la</strong>stimeramente a Robertito, que estaba al otro extremo <strong>de</strong>l mostrador: ése<br />

había dicho que <strong>la</strong> tarifa era doscientos.<br />

—La <strong>de</strong> <strong>la</strong>s otras, yo tengo mi propia tarifa —dijo Queta—. Pero si tienes doscientos pue<strong>de</strong>s<br />

subir con cualquiera <strong>de</strong> ésas. Menos Martha, <strong>la</strong> <strong>de</strong> amarillo. No le gustan los negros. Bueno, paga <strong>la</strong><br />

cuenta y anda vete.<br />

Lo vio sacar unos billetes <strong>de</strong> <strong>la</strong> cartera, pagarle a Robertito y guardarse el vuelto con una cara<br />

compungida y meditabunda.<br />

—Dile a <strong>la</strong> loca que <strong>la</strong> voy a l<strong>la</strong>mar —dijo Queta, amistosamente—. Anda, acuéstate con una<br />

<strong>de</strong> ésas, cobran doscientos. No tengas miedo, hab<strong>la</strong>ré con Ivonne y no le dirá nada a Cayo Mierda.<br />

—No quiero acostarme con ninguna <strong>de</strong> ésas —murmuró él—. Prefiero irme.<br />

Lo acompañó hasta el jardincito <strong>de</strong> <strong>la</strong> entrada y allí él se paró <strong>de</strong> golpe, giró y, a <strong>la</strong> luz rojiza<br />

<strong>de</strong>l farol, Queta lo vio vaci<strong>la</strong>r, alzar y bajar y alzar los ojos, luchar con su lengua hasta que alcanzó<br />

a balbucear: le quedaban doscientos soles todavía.<br />

—Si te pones terco me voy a enojar —dijo Queta—. Anda vete <strong>de</strong> una vez.<br />

—¿Por un beso? —se atragantó él, <strong>de</strong>sorbitado—. ¿Se podría?<br />

Ba<strong>la</strong>nceó sus <strong>la</strong>rgos brazos como si fuera a colgarse <strong>de</strong>l árbol, metió una mano al bolsillo,<br />

trazó una circunferencia veloz y Queta vio los billetes. Los vio bajar hasta su mano y sin saber<br />

cómo ya estaban allí; arrugados y apretados entre sus propios <strong>de</strong>dos. Él echó una ojeada hacia el<br />

interior y lo vio inclinar <strong>la</strong> pesada cabeza y sintió en el cuello una adhesiva ventosa. La abrazó con<br />

furia pero no trató <strong>de</strong> besar<strong>la</strong> en <strong>la</strong> boca y, apenas <strong>la</strong> sintió resistir, se apartó.<br />

—Está bien, valía <strong>la</strong> pena —lo oyó <strong>de</strong>cir, risueño y reconocido, los dos carbones b<strong>la</strong>ncos<br />

danzando en <strong>la</strong>s cuencas—. Alguna vez le traeré esos quinientos.<br />

Abrió <strong>la</strong> puerta y salió y Queta quedó un momento mirando atontada los dos billetes azules<br />

que bailoteaban entre sus <strong>de</strong>dos.<br />

CARILLAS borroneadas y tiradas al cesto, piensa, semanas y meses borroneados y tirados al.<br />

Ahí estaban, Zavalita: <strong>la</strong> estática redacción con sus chistes y chismes recurrentes, <strong>la</strong>s<br />

<strong>conversacion</strong>es giratorias con Carlitos en el "Negro—Negro", <strong>la</strong>s visitas <strong>de</strong> <strong>la</strong>drón al mostrador <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong>s boites. ¿Cuántas veces se habían amistado, peleado y reconciliado Carlitos y <strong>la</strong> China?<br />

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