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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
lámparas. Popeye iba a sentarse pero Santiago subamos <strong>de</strong> frente a mi cuarto. Un patio, un<br />
escritorio, una escalera con pasamanos <strong>de</strong> fierro. Santiago <strong>de</strong>jó a Popeye en el rel<strong>la</strong>no, entra y pon<br />
música, iba a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>. Ban<strong>de</strong>rines <strong>de</strong>l Colegio, un retrato <strong>de</strong>l Chispas, otro <strong>de</strong> <strong>la</strong> Teté en traje <strong>de</strong><br />
primera comunión, linda pensó Popeye, un chancho orejón y trompudo sobre <strong>la</strong> cómoda, <strong>la</strong><br />
alcancía, cuánta p<strong>la</strong>ta habría. Se sentó en <strong>la</strong> cama, encendió <strong>la</strong> radio <strong>de</strong>l ve<strong>la</strong>dor, un vals <strong>de</strong> Felipe<br />
Pinglo, pasos, el f<strong>la</strong>co: ya estaba, pecoso. La había encontrado <strong>de</strong>spierta, súbeme unas Coca—co<strong>la</strong>s,<br />
y se rieron: chist, ahí venía, ¿sería el<strong>la</strong>? Sí, ahí estaba en el umbral, sorprendida, examinándolos con<br />
<strong>de</strong>sconfianza. Se había replegado contra <strong>la</strong> puerta, una chompa rosada y una blusa sin botones, no<br />
<strong>de</strong>cía nada. Era Amalia y no era, pensó Popeye, qué iba a ser <strong>la</strong> <strong>de</strong> mandil azul que circu<strong>la</strong>ba en <strong>la</strong><br />
casa <strong>de</strong>l f<strong>la</strong>co con ban<strong>de</strong>jas o plumeros en <strong>la</strong>s manos. Tenía los cabellos greñudos ahora, buenas<br />
tar<strong>de</strong>s niño, unos zapatones <strong>de</strong> hombre y se <strong>la</strong> notaba asustada: ho<strong>la</strong>, Amalia.<br />
—Mi mamá me contó que te habías ido <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa —dijo Santiago—. Qué pena que te vayas.<br />
Amalia se apartó <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta, miró a Popeye, cómo estaba niño, que le sonrió amistosamente<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> calzada, y se volvió a Santiago: no se había ido por su gusto, <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> <strong>la</strong> había<br />
botado. Pero por qué, señora, y <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> porque le daba <strong>la</strong> gana, haz tus cosas ahora mismo.<br />
Hab<strong>la</strong>ba y se iba ap<strong>la</strong>cando los pelos con <strong>la</strong>s manos, acomodándose <strong>la</strong> blusa. Santiago <strong>la</strong> escuchaba<br />
con <strong>la</strong> cara incómoda. El<strong>la</strong> no quería irse <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa, niño, el<strong>la</strong> le había rogado a <strong>la</strong> señora.<br />
—Pon <strong>la</strong> charo<strong>la</strong> en <strong>la</strong> mesita —dijo Santiago—. Espera, estamos oyendo música.<br />
Amalia puso <strong>la</strong> charo<strong>la</strong> con los vasos y <strong>la</strong>s Cocaco<strong>la</strong>s frente al retrato <strong>de</strong>l Chispas y quedó <strong>de</strong><br />
pie junto a <strong>la</strong> cómoda, <strong>la</strong> cara intrigada. Llevaba el vestido b<strong>la</strong>nco y los zapatos sin taco <strong>de</strong> su<br />
uniforme, pero no el mandil ni <strong>la</strong> toca. ¿Por qué se quedaba ahí parada?, ven siéntate, había sitio.<br />
Cómo se iba a sentar, y <strong>la</strong>nzó una risita, a <strong>la</strong> señora no le gustaba que entrara al cuarto <strong>de</strong> los niños,<br />
¿no sabía acaso? Sonsa, mi mamá no está, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> Santiago se puso tensa <strong>de</strong> repente, ni él ni<br />
Popeye <strong>la</strong> iban a acusar, siéntate sonsa. Amalia se volvió a reír, <strong>de</strong>cía eso ahora pero a <strong>la</strong> primera<br />
que se enojara <strong>la</strong> acusaría y <strong>la</strong> señora <strong>la</strong> resongaría. Pa<strong>la</strong>bra que el f<strong>la</strong>co no te acusará, dijo Popeye,<br />
no te hagas <strong>de</strong> rogar y siéntate. Amalia miró a Santiago, miró a Popeye, se sentó en una esquina <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong> cama y ahora tenía <strong>la</strong> cara seria. Santiago se levantó, fue hacia <strong>la</strong> charo<strong>la</strong>, no se te vaya a pasar <strong>la</strong><br />
mano pensó Popeye y miró a Amalia: ¿le gustaba cómo cantan ésos? Señaló <strong>la</strong> radio, ¿regio, no? Le<br />
gustaban, bonito cantaban. Tenía <strong>la</strong>s manos sobre <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s, se mantenía muy tiesa, había<br />
entrecerrado los ojos como para escuchar mejor: eran los Trovadores <strong>de</strong>l Norte, Amalia. Santiago<br />
seguía sirviendo <strong>la</strong>s Coca—co<strong>la</strong>s y Popeye lo espiaba, inquieto. ¿Amalia sabía bai<strong>la</strong>r? ¿Valses,<br />
boleros, huarachas? Amalia sonrió, se puso seria, volvió a sonreír: no, no sabía. Se arrimó un<br />
poquito a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama, cruzó los brazos. Sus movimientos eran forzados, como si <strong>la</strong> ropa le<br />
quedara estrecha o le picara <strong>la</strong> espalda; su sombra no se movía en el parquet.<br />
—Te traje esto para que te compres algo —dijo Santiago.<br />
—¿A mí? —Amalia miró los billetes, sin agarrarlos—. Pero si <strong>la</strong> señora Zoi<strong>la</strong> me pagó el mes<br />
completo, niño.<br />
—No te <strong>la</strong> manda mi mamá —dijo Santiago—. Te <strong>la</strong> regalo yo.<br />
—Pero usted qué me va a estar rega<strong>la</strong>ndo <strong>de</strong> su p<strong>la</strong>ta, niño —tenía los cachetes colorados,<br />
miraba al f<strong>la</strong>co confusa—. ¿Cómo voy a aceptarle, pues?<br />
—No seas sonsa —insistió Santiago—. Anda, Amalia.<br />
Le dio el ejemplo: alzó su vaso y bebió. Ahora tocaban "Siboney", y Popeye había abierto <strong>la</strong><br />
ventana: el jardín, los arbolitos <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle iluminados por el farol <strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina, <strong>la</strong> superficie<br />
azogada <strong>de</strong> <strong>la</strong> fuente, el zócalo <strong>de</strong> azulejos <strong>de</strong>stel<strong>la</strong>ndo, ojalá que no le pase nada, f<strong>la</strong>co. Bueno<br />
pues, niño, a su salud, y Amalia bebió un <strong>la</strong>rgo trago, suspiró y apartó el vaso <strong>de</strong> sus <strong>la</strong>bios<br />
semivacío: rica, he<strong>la</strong>dita. Popeye se acercó a <strong>la</strong> cama.<br />
—Si quieres, te enseñamos a bai<strong>la</strong>r —dijo Santiago—. Así, cuando tengas enamorado, podrás<br />
ir a fiestas con él sin p<strong>la</strong>nchar.<br />
—A lo mejor ya tiene enamorado —dijo Popeye—. Confiesa Amalia, ¿ya tienes?<br />
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