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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

Cuando se volvieron p<strong>la</strong>tudos, en cambio, lo botaban y a don Cayo lo reñían si lo pescaban con él.<br />

¿Su sirviente? Qué va, don, su amigo, pero sólo cuando eran <strong>de</strong> este tamaño. La negra tenía<br />

entonces su puesto cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina don<strong>de</strong> vivía don Cayo y él y Ambrosio se <strong>la</strong> pasaban<br />

mataperreando. Después los separó el Buitre, don, <strong>la</strong> vida. A don Cayo lo metieron al Colegio José<br />

Pardo, y a Ambrosio y a Perpetuo, <strong>la</strong> negra, avergonzada por lo <strong>de</strong>l Trifulcio, se los llevó a Ma<strong>la</strong>, y<br />

cuando volvieron a Chincha don Cayo era inseparable <strong>de</strong> uno <strong>de</strong>l José Pardo, el Serrano. Ambrosio<br />

lo encontraba en <strong>la</strong> calle y ya no le <strong>de</strong>cía tú sino usted. En <strong>la</strong>s actuaciones <strong>de</strong>l José Pardo don Cayo<br />

recitaba, leía su discursito, en los <strong>de</strong>sfiles llevaba el gal<strong>la</strong>r<strong>de</strong>te. El niño prodigio <strong>de</strong> Chincha,<br />

<strong>de</strong>cían, un futuro cráneo y que al Buitre se le hacía agua <strong>la</strong> boca hab<strong>la</strong>ndo <strong>de</strong> su hijo y que <strong>de</strong>cía<br />

llegará muy alto, <strong>de</strong>cían. Lo cierto es que llegó ¿no, don?<br />

—¿Cree que tardará mucho? —el Teniente ap<strong>la</strong>stó su cigarrillo en el cenicero—. No sabe<br />

dón<strong>de</strong> está?<br />

—Y yo también me casé —dice Santiago—. ¿Y tú no te has casado?<br />

—A veces vuelve a almorzar tardísimo –murmuró <strong>la</strong> mujer—. Si quiere, <strong>de</strong>me el recado.<br />

—¿Usted también, niño, siendo tan joven? —dice Ambrosio.<br />

—Lo esperaré —dijo el Teniente—. Ojalá no se <strong>de</strong>more mucho.<br />

Ya estaba en el último año <strong>de</strong>l Colegio, el Buitre lo iba a mandar a Lima a estudiar para<br />

leguleyo y don Cayo era pintado para eso, <strong>de</strong>cían. Ambrosio vivía entonces en <strong>la</strong> ranchería que<br />

estaba a <strong>la</strong> salida <strong>de</strong> Chincha, don, yendo hacia lo que fue <strong>de</strong>spués Grocio Prado.<br />

Y ahí lo había pescado una vez, y ahí mismo captado que se había hecho <strong>la</strong> vaca, y ahí mismo<br />

pensado quién es <strong>la</strong> hembrita. ¿Montándose<strong>la</strong>? No, don, mirándo<strong>la</strong> con ojos <strong>de</strong> loco. Se hacía el<br />

disimu<strong>la</strong>do, el que aguaitaba los chanchos, el que esperaba. Había <strong>de</strong>jado sus libros en él suelo,<br />

estaba arrodil<strong>la</strong>do, los ojos se le torcían hacia <strong>la</strong> ranchería y Ambrosio <strong>de</strong>cía cuál es, cuál sería. Era<br />

<strong>la</strong> Rosa, don, <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> lechera Túmu<strong>la</strong>. Una f<strong>la</strong>quita sin nada <strong>de</strong> particu<strong>la</strong>r, entonces parecía<br />

b<strong>la</strong>nquita y no india. Hay criaturas que nacen feas y <strong>de</strong>spués mejoran, <strong>la</strong> Rosa comenzó pasable y<br />

terminó cuco. Pasable, ni bien ni mal, una <strong>de</strong> ésas a <strong>la</strong>s que un b<strong>la</strong>nco les hace un favor una vez y si<br />

te vi me olvidé. Las tetitas a medio salir, un cuerpo jovencito y nada más, pero tan sucia que ni para<br />

misa se arreg<strong>la</strong>ba. Se <strong>la</strong> veía por Chincha arreando el burro con <strong>la</strong>s tinajas, don, vendiendo<br />

poronguitos <strong>de</strong> casa en casa. La hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong>, el hijo <strong>de</strong>l Buitre, imagínese el escanda<strong>la</strong>zo, don.<br />

El Buitre tenía ya una ferretería y un almacén y dicen que <strong>de</strong>cía cuando el muchacho vuelva <strong>de</strong><br />

Lima <strong>de</strong> doctor levantará los negocios como espuma. Doña Catalina paraba en <strong>la</strong> Iglesia, íntima <strong>de</strong>l<br />

cura, tómbo<strong>la</strong>s para los pobres, Acción Católica. Y el hijo dándole vueltas a <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> lechera, a<br />

quién le iba a caber en <strong>la</strong> cabeza. Pero fue así, don.<br />

Le l<strong>la</strong>maría <strong>la</strong> atención su manerita <strong>de</strong> caminar o algo, hay quien prefiere los animalitos<br />

chuscos a los finos dicen. Pensaría <strong>la</strong> trabajo, mojo y <strong>la</strong> <strong>de</strong>jo, y el<strong>la</strong> se daría cuenta que el b<strong>la</strong>nquito<br />

babeaba por el<strong>la</strong> y pensaría <strong>de</strong>jo que me trabaje, <strong>de</strong>jo que moje y lo cojo. El caso es que don Cayo<br />

cayó, don: ¿qué se le ofrecía? El Teniente abrió los ojos, se puso <strong>de</strong> pie <strong>de</strong> un salto.<br />

—Disculpe, me quedé dormido —se pasó <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> cara, tosió—. ¿El señor Bermú<strong>de</strong>z?<br />

Junto a <strong>la</strong> horrible mujer había un hombre <strong>de</strong> cara reseca y ácida, cuarentón, en mangas <strong>de</strong><br />

camisa, con un maletín bajo el brazo. La boca tan ancha <strong>de</strong>l pantalón le cubría los zapatos. Un<br />

pantalón <strong>de</strong> marinero, alcanzó a pensar el Teniente, <strong>de</strong> payaso.<br />

—Para servirlo —dijo el hombre, como aburrido o disgustado—. ¿Hace mucho que me<br />

espera?<br />

—Vaya haciendo sus maletas —dijo el Teniente, jovialmente—. Me lo llevo a Lima.<br />

Pero el hombre no se inmutó. Su cara no sonrió, sus ojos no se sorprendieron ni a<strong>la</strong>rmaron ni<br />

alegraron. Lo observaban con <strong>la</strong> misma monotonía indiferente <strong>de</strong> antes.<br />

—¿A Lima? —dijo <strong>de</strong>spacio, <strong>la</strong>s pupi<strong>la</strong>s sin luz—. ¿Quién me necesita a mí en Lima?<br />

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