01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

volvía el alma al cuerpo. ¿No sabes que hay revolución en Arequipa?, <strong>de</strong>cía Carlota excitadísima, <strong>la</strong><br />

señora tan nerviosa les había contagiado los nervios y el<strong>la</strong> y Símu<strong>la</strong> se habían quedado en el<br />

repostero hasta <strong>la</strong>s dos oyendo <strong>la</strong> radio también. Pero qué pasaba en Arequipa, loca. Huelgas, líos,<br />

muertos, ahora estaban pidiendo que lo botaran al señor <strong>de</strong>l gobierno.<br />

¿A don Cayo? Sí, y <strong>la</strong> señora no podía encontrarlo por ninguna parte, se había pasado <strong>la</strong><br />

noche echando lisuras y l<strong>la</strong>mando a <strong>la</strong> señorita Queta. Compren el doble para guardar, les dijo el<br />

chino <strong>de</strong> <strong>la</strong> pana<strong>de</strong>ría, si se viene <strong>la</strong> revolución mañana no abro. Salieron cuchicheando, qué iría a<br />

pasar, ¿por qué querían botarlo al señor, Carlota? La señora en su colerón <strong>de</strong> anoche <strong>de</strong>cía que por<br />

ser tan manso, y <strong>de</strong> repente agarró a Amalia <strong>de</strong>l brazo y <strong>la</strong> miró a los ojos: no te creo lo <strong>de</strong> tu tía,<br />

estuviste con un hombre, se le veía en <strong>la</strong> cara.<br />

Con qué hombre, sonsa, su tía se había enfermado, Amalia miraba a Carlota muy seria y por<br />

a<strong>de</strong>ntro sentía cosquil<strong>la</strong>s y un calorcito feliz. Entraron a <strong>la</strong> casa y Símu<strong>la</strong> estaba oyendo <strong>la</strong> radio <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> cara ansiosa. Amalia fue a su cuarto, se duchó rápido, ojalá que no le preguntara<br />

nada, y cuando subió al dormitorio con el <strong>de</strong>sayuno, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> escalera oyó el minutero y <strong>la</strong> voz <strong>de</strong>l<br />

locutor <strong>de</strong> Radio Reloj. La señora estaba sentada en <strong>la</strong> cama, fumando, y no contestó los buenos<br />

días. El gobierno había tenido mucha paciencia con quienes siembran <strong>la</strong> intranquilidad y <strong>la</strong><br />

subversión en Arequipa, <strong>de</strong>cía <strong>la</strong> radio, los trabajadores <strong>de</strong>bían volver al trabajo, los estudiantes a<br />

sus estudios, y se encontró con los ojos <strong>de</strong> <strong>la</strong> señora que <strong>la</strong> miraban como si recién <strong>la</strong> <strong>de</strong>scubrieran:<br />

¿y los periódicos, tonta? Vue<strong>la</strong> a comprarlos. Sí, ahoritita, salió corriendo <strong>de</strong>l cuarto, contenta no se<br />

había dado cuenta siquiera.<br />

Le pidió p<strong>la</strong>ta a Símu<strong>la</strong> y fue al quiosco <strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina.<br />

Tenía que pasar algo grave, tan pálida que estaba <strong>la</strong> señora. Al ver<strong>la</strong> entrar, saltó <strong>de</strong> <strong>la</strong> cama,<br />

le arranchó los periódicos y comenzó a hojearlos. En <strong>la</strong> cocina le preguntó a Símu<strong>la</strong> ¿cree que <strong>la</strong><br />

revolución va a ganar, que lo van a sacar a Odría? Símu<strong>la</strong> encogió los hombros: al que lo irían a<br />

sacar <strong>de</strong>l Ministerio era al Señor, todos lo odian. Al ratito sintieron que <strong>la</strong> señora l<strong>la</strong>maba y el<strong>la</strong> y<br />

Carlota corrieron al repostero: ¿aló, aló, Queta? Los periódicos no <strong>de</strong>cían nada nuevo, no he pegado<br />

los ojos, y vieron que furiosa tiraba "La Prensa" al suelo: también estos hijos <strong>de</strong> puta pi<strong>de</strong>n <strong>la</strong><br />

renuncia <strong>de</strong> Cayo, años adulándolo y ahora también se le volteaban, Quetita. Gritaba, pa<strong>la</strong>brotas,<br />

Amalia y Carlota se miraban. No, Quetita, no había venido ni l<strong>la</strong>mado, el pobre estaría ocupadísimo<br />

con este lío, a lo mejor se había ido a Arequipa. Ah. Ojalá les metiera ba<strong>la</strong> y les quitara <strong>la</strong>s<br />

maja<strong>de</strong>rías <strong>de</strong> una vez por todas, Quetita.<br />

—LA vieja Ivonne anda rajando <strong>de</strong>l gobierno y hasta <strong>de</strong> ti —dijo Hortensia.<br />

—Cuidadito con <strong>de</strong>cirle algo, me mata si sabe que ando chismeándo<strong>la</strong> —dijo Queta—. No<br />

quiero tener <strong>de</strong> enemiga a esa arpía.<br />

Pasó frente a el<strong>la</strong>s, hacia el bar. Se sirvió un whisky puro con dos cubitos <strong>de</strong> hielo y se sentó.<br />

Las sirvientas, ya uniformadas, revoloteaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>la</strong> mesa. ¿Les habían dado <strong>de</strong> comer a los<br />

choferes? Respondieron que sí. El baño lo había amodorrado, veía a Hortensia y Queta a través <strong>de</strong><br />

una ligera neblina, oía apenas sus cuchicheos y risas. Bueno, qué andaba diciendo <strong>la</strong> vieja.<br />

—Es <strong>la</strong> primera vez que <strong>la</strong> oigo hab<strong>la</strong>r mal <strong>de</strong> ti en público —dijo Queta—. Hasta ahora era<br />

puro almíbar cuando te nombraba.<br />

—Le <strong>de</strong>cía a Robertito que <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ta que le saca Lozano se <strong>la</strong> reparte contigo —dijo<br />

Hortensia—. Al chismoso número uno <strong>de</strong> Lima, figúrate.<br />

—Que si <strong>la</strong> siguen sangrando así se va a retirar a <strong>la</strong> vida <strong>de</strong>cente —se rió Queta.<br />

Él arrugó <strong>la</strong> cara y abrió <strong>la</strong> boca: si fueran mudas, si se pudiera enten<strong>de</strong>r uno con <strong>la</strong>s mujeres<br />

sólo por gestos. Queta se agachó para alcanzar los palitos sa<strong>la</strong>dos, su escote se corrió y aparecieron<br />

sus senos.<br />

—Oye, no me lo provoques —le dio un manotazo Hortensia—. Guarda eso para cuando<br />

llegue el vejete.<br />

166

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!