You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
todavía, Amalia, estaba pensando. Al día siguiente, Ambrosio había partido tempranito, sin llevarse<br />
el fiambre para el viaje. Amalia había sentido náuseas y cuando entró doña Lupe, a eso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s diez,<br />
<strong>la</strong> había encontrado vomitando. Estaba contándole lo que pasaba cuando había llegado Ambrosio:<br />
pero cómo, ¿no se había ido a Tingo? No, "El Rayo <strong>de</strong> <strong>la</strong> Montaña" estaba en reparación en el<br />
garaje. Había ido a sentarse a <strong>la</strong> huerta, pasado toda <strong>la</strong> mañana allí, pensando. Al mediodía Amalia<br />
lo había l<strong>la</strong>mado a almorzar y estaban comiendo cuando había entrado el hombre casi corriendo. Se<br />
había cuadrado <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> Ambrosio que no había atinado ni a pararse: don Hi<strong>la</strong>rio.<br />
—Esta mañana has estado <strong>de</strong>sparramando insolencias por el pueblo —morado <strong>de</strong> cólera, doña<br />
Lupe, alzando tanto <strong>la</strong> voz que Amalita Hortensia se había <strong>de</strong>spertado llorando—. Diciendo en <strong>la</strong><br />
p<strong>la</strong>za que Hi<strong>la</strong>rio Morales te robó tu p<strong>la</strong>ta.<br />
Amalia había sentido que le volvían <strong>la</strong>s náuseas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno. Ambrosio no se había movido:<br />
¿por qué no se paraba, por qué no le contestaba? Nada, había seguido sentado, mirando al hombre<br />
gordito que rugía.<br />
—A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> tonto, eres <strong>de</strong>sconfiado y <strong>de</strong>slenguado —gritando, gritando—. ¿Así que le has<br />
dicho a <strong>la</strong> gente que me vas a ajustar <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>vijas con <strong>la</strong> policía? Está bien, <strong>la</strong>s cosas c<strong>la</strong>ras.<br />
Levántate, vamos <strong>de</strong> una vez.<br />
—Estoy comiendo —había murmurado Ambrosio, apenas—. Adón<strong>de</strong> quiere que vaya, don.<br />
—A <strong>la</strong> policía —había bramado don Hi<strong>la</strong>rio—. A hacer <strong>la</strong>s cuentas <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong>l Mayor. A ver<br />
quién le <strong>de</strong>be p<strong>la</strong>ta a quién, ma<strong>la</strong>gra<strong>de</strong>cido.<br />
—No se ponga así don Hi<strong>la</strong>rio —le había rogado Ambrosio—. Le han ido a contar mentiras.<br />
Cómo va a creerles a los chismosos. Siéntese, don, permítame ofrecerle una cervecita.<br />
Amalia había mirado a Ambrosio, asombrada: le sonreía, le ofrecía <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>. Se había parado<br />
<strong>de</strong> un salto, corrido a <strong>la</strong> huerta y vomitado sobre <strong>la</strong>s yucas. Des<strong>de</strong> ahí, había oído a don Hi<strong>la</strong>rio: no<br />
estaba para cervecitas, había venido a poner los puntos sobre <strong>la</strong>s íes, que se levantara, vamos a ver<br />
al Mayor. Y <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> Ambrosio, rebajándose y adulándolo cada vez más: cómo iba a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong><br />
él, don, sólo se había <strong>la</strong>mentado <strong>de</strong> <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte, don.<br />
—Entonces, en el futuro nada <strong>de</strong> amenazas ni <strong>de</strong> hab<strong>la</strong>durías —había dicho don Hi<strong>la</strong>rio,<br />
calmándose un poco—. Cuidadito con ir por ahí ensuciando mi apellido.<br />
Amalia lo había visto dar media vuelta, ir hasta <strong>la</strong> puerta, volverse y dar un grito más: no<br />
quería verlo más por <strong>la</strong> empresa, no quería tener <strong>de</strong> chofer a un ma<strong>la</strong>gra<strong>de</strong>cido como tú, podía pasar<br />
el lunes a cobrar.<br />
Sí, ya habían comenzado <strong>de</strong> nuevo. Pero había sentido más cólera contra Ambrosio que contra<br />
don Hi<strong>la</strong>rio y entrado al cuarto corriendo:<br />
—Por qué te <strong>de</strong>jaste tratar así, por qué te achicaste así. Por qué no fuiste a <strong>la</strong> policía y lo<br />
acusaste.<br />
—Por ti —había dicho Ambrosio mirándo<strong>la</strong> con pena—. Pensando en ti. ¿Ya te olvidaste?<br />
¿Ya ni te acuerdas por qué estamos en Pucallpa? No fui a <strong>la</strong> policía por ti, me achiqué por ti.<br />
El<strong>la</strong> se había puesto a llorar le había pedido perdón y en <strong>la</strong> noche había vomitado <strong>de</strong> nuevo.<br />
—Me dio seiscientos soles <strong>de</strong> in<strong>de</strong>mnización —dice Ambrosio—. Con eso duramos no sé,<br />
cómo un mes. Me <strong>la</strong>s pasé buscando trabajo. En Pucallpa es más fácil encontrar oro que trabajo. Por<br />
fin conseguí un trabajito <strong>de</strong> hambre, como colectivero a Yarinacocha. (*) Y al tiempito vino el<br />
puntil<strong>la</strong>zo, niño,<br />
300