01.12.2012 Views

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

<strong>de</strong>recho. Y tu nombre se me vino a <strong>la</strong> boca y lo solté. Sin pensar. Ya ves, te hablo francamente.<br />

¿Hice una estupi<strong>de</strong>z?<br />

Bermú<strong>de</strong>z había sacado otro cigarrillo, lo había encendido. Chupó encogiendo un poco <strong>la</strong><br />

boca, se mordió apenas el <strong>la</strong>bio inferior. Miró <strong>la</strong> brasa, el humo, <strong>la</strong> ventana, los mu<strong>la</strong>dares <strong>de</strong> los<br />

techos limeños.<br />

—Yo sé que si quieres tú eres mi hombre —dijo el coronel Espina.<br />

—Ya veo que tienes confianza en tu viejo condiscípulo —dijo, al fin, Bermú<strong>de</strong>z, tan bajo que<br />

el coronel avanzó <strong>la</strong> cabeza—. Haber elegido a este provinciano frustrado y sin experiencia para ser<br />

tu brazo <strong>de</strong>recho, es todo un honor, Serrano.<br />

—Déjate <strong>de</strong> ironías —Espina dio un golpecito en <strong>la</strong> mesa—. Dime si aceptas o no.<br />

—Una cosa así no se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> tan rápido —dijo Bermú<strong>de</strong>z—. Dame unos días para darle<br />

vueltas.<br />

—No te doy ni media hora, vas a contestarme ahora mismo —dijo Espina—. El Presi<strong>de</strong>nte<br />

me espera a <strong>la</strong>s seis en Pa<strong>la</strong>cio. Si aceptas, vienes conmigo para que te lo presente. Si no, pue<strong>de</strong>s<br />

regresarte a Chincha.<br />

—Las funciones <strong>de</strong> Director <strong>de</strong> Gobierno me <strong>la</strong>s imagino —dijo Bermú<strong>de</strong>z—. En cambio, no<br />

me imagino el sueldo.<br />

—Un sueldo básico y unos gastos <strong>de</strong> representación —dijo el coronel Espina—. Unos cinco o<br />

seis mil soles, calculo. Ya sé que no es mucho.<br />

—Es bastante para vivir mo<strong>de</strong>stamente —sonrióapenas Bermú<strong>de</strong>z—. Como yo soy un<br />

hombre mo<strong>de</strong>sto, me alcanzaría.<br />

—Ni una pa<strong>la</strong>bra más, entonces —dijo el coronel Espina—. Pero todavía no me has<br />

contestado. ¿He hecho una estupi<strong>de</strong>z?<br />

—Eso sólo pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo el tiempo, Serrano —sonrió otra vez Bermú<strong>de</strong>z, a medias.<br />

¿Si el Serrano nunca reconoció a Ambrosio? Cuando Ambrosio era chofer <strong>de</strong> don Cayo subió<br />

al auto mil veces, don, mil veces lo había llevado a su casa. Tal vez lo reconocería, pero el caso es<br />

que nunca se lo <strong>de</strong>mostró, don. Como él era Ministro entonces, se avergonzaría <strong>de</strong> haber sido<br />

conocido <strong>de</strong> Ambrosio cuando no era nadie, no le haría gracia que Ambrosio supiera que él estuvo<br />

enredado en el rapto <strong>de</strong> <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong>. Lo borraría <strong>de</strong> su cabeza para que esta cara negra no le<br />

trajera malos recuerdos, don. Las veces que se vieron trató a Ambrosio como a un chofer que se ve<br />

por primera vez. Buenos días, buenas tar<strong>de</strong>s, y el Serrano lo mismo. Ahora que le iba a <strong>de</strong>cir una<br />

cosa, don. Es verdad que <strong>la</strong> Rosa se puso indiota y se llenó <strong>de</strong> lunares, pero en el fondo su historia<br />

daba compasión ¿no, don? Después <strong>de</strong> todo era su mujer ¿no es cierto? Y <strong>la</strong> <strong>de</strong>jó en Chincha y el<strong>la</strong><br />

no pudo gozar <strong>de</strong> nada cuando don Cayo se volvió importante. ¿Que qué fue <strong>de</strong> el<strong>la</strong> todos estos<br />

años? Cuando don Cayo se vino a Lima el<strong>la</strong> se quedó en <strong>la</strong> casita amaril<strong>la</strong>, a lo mejor todavía sigue<br />

ahí ahuesándose. Pero a el<strong>la</strong> no <strong>la</strong> abandonó como a <strong>la</strong> señora Hortensia, sin un medio.<br />

Le pasaba su pensión, a Ambrosio le dijo muchas veces hazme recuerdo que tengo que<br />

mandarle p<strong>la</strong>ta a Rosa, negro. ¿Qué hizo el<strong>la</strong> todos estos años? Quién sabe, don. Su vida <strong>de</strong> siempre<br />

sería, una vida sin amigas ni parientes. Porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el matrimonio no volvió a ver a nadie <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

ranchería, ni siquiera a <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong>.<br />

Se lo prohibiría don Cayo, seguro. Y <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong> se <strong>la</strong>s pasaba maldiciendo a su hija porque no<br />

<strong>la</strong> recibía en su casa. Pero ni por ésas, don; no entró a <strong>la</strong> sociedad <strong>de</strong> Chincha, qué esperanza, quién<br />

se iba a estar juntando con <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> lechera aunque fuera mujer <strong>de</strong> don Cayo y se pusiera zapatos<br />

y se <strong>la</strong>vara <strong>la</strong> cara a diario. Si todos <strong>la</strong> habían visto arreando el burro y repartiendo porongos. Y,<br />

a<strong>de</strong>más, sabiendo que el Buitre no <strong>la</strong> reconocía como nuera. No tuvo más remedio que encerrarse en<br />

un cuartito que tomó don Cayo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Hospital San José, y llevar vida <strong>de</strong> monja. No salía casi<br />

nunca, <strong>de</strong> vergüenza, porque en <strong>la</strong> calle <strong>la</strong> seña<strong>la</strong>ban, o <strong>de</strong> miedo al Buitre quizá. Después ya sería<br />

por costumbre. Ambrosio <strong>la</strong> había visto algunas veces, en el mercado, o sacando una batea a <strong>la</strong> calle<br />

y fregando ropa, arrodil<strong>la</strong>da en <strong>la</strong> vereda. Así que <strong>de</strong> qué le sirvió tanta viveza, don, tanta mañosería<br />

31

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!