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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

—Nos importaban <strong>la</strong>s mismas cosas, odiábamos <strong>la</strong>s mismas cosas, y nunca estábamos <strong>de</strong><br />

acuerdo en nada —dice Santiago—. Eso era formidable, también.<br />

—¿Por qué estaba amargado, entonces? —dice Ambrosio—. ¿Por <strong>la</strong> muchacha?<br />

—Nunca <strong>la</strong> veía a so<strong>la</strong>s —dice Santiago—. No estaba amargado; a ratos un gusanito en el<br />

estómago, nada más.<br />

—Usted quería enamorar<strong>la</strong> y no podía, teniendo ahí al otro —dice Ambrosio. Sé lo que se<br />

siente estando cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> mujer que uno quiere y no pudiendo hacer nada.<br />

—¿Te pasó eso con Amalia? —dice Santiago.<br />

—Vi una pelícu<strong>la</strong> con ese tema —dice Ambrosio.<br />

La Universidad era un reflejo <strong>de</strong>l país, <strong>de</strong>cía Jacobo, hacía veinte años esos profesores a lo<br />

mejor eran progresistas y leían, <strong>de</strong>spués por tener que trabajar en otras casas y por el ambiente se<br />

habían mediocrizado y aburguesado, y ahí, <strong>de</strong> pronto, viscoso y mínimo en <strong>la</strong> boca <strong>de</strong>l estómago: el<br />

gusanito. También era culpa <strong>de</strong> los alumnos, <strong>de</strong>cía Aída, les gustaba este sistema, y si todos tenían<br />

<strong>la</strong> culpa no había más remedio que conformarnos <strong>de</strong>cía Santiago, y Jacobo: <strong>la</strong> solución era <strong>la</strong><br />

reforma universitaria. Un cuerpo diminuto y ácido en <strong>la</strong> maleza <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>conversacion</strong>es, súbito en el<br />

calor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s discusiones, interfiriendo, <strong>de</strong>sviando, malogrando <strong>la</strong> atención con ráfagas <strong>de</strong> me<strong>la</strong>ncolía<br />

o nostalgia. Cátedras parale<strong>la</strong>s, co—gobierno, universida<strong>de</strong>s popu<strong>la</strong>res, <strong>de</strong>cía Jacobo: que entrara a<br />

enseñar todo el que fuera capaz, que los alumnos pudieran tachar a los malos profesores, y como el<br />

pueblo no podía venir a <strong>la</strong> Universidad que <strong>la</strong> Universidad fuera al pueblo.<br />

¿Me<strong>la</strong>ncolía <strong>de</strong> esos imposibles diálogos a so<strong>la</strong>s con el<strong>la</strong> que <strong>de</strong>seaba, nostalgia <strong>de</strong> esos<br />

paseos a so<strong>la</strong>s con el<strong>la</strong> que inventaba? Pero si <strong>la</strong> Universidad era un reflejo <strong>de</strong>l país San Marcos<br />

nunca iría bien mientras el Perú fuera tan mal, <strong>de</strong>cía Santiago, y Aída si se quería curar el mal <strong>de</strong><br />

raíz no había que hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> reforma universitaria sino <strong>de</strong> Revolución. Pero ellos eran estudiantes y<br />

su campo <strong>de</strong> acción era <strong>la</strong> Universidad, <strong>de</strong>cía Jacobo, trabajando por <strong>la</strong> reforma trabajarían por <strong>la</strong><br />

Revolución: había que ir por etapas y no ser pesimista.<br />

—Estaba usted celoso <strong>de</strong> su amigo —dice Ambrosio—. Y los celos son lo más venenoso que<br />

hay.<br />

—A Jacobo le pasaría lo mismo que a mí —dice Santiago—. Pero los dos disimulábamos. El<br />

también sentiría ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecerlo <strong>de</strong> una mirada mágica para quedarse solo con <strong>la</strong> muchacha<br />

—se ríe Ambrosio.<br />

—Era mi mejor amigo —dice Santiago—. Yo lo odiaba, pero a <strong>la</strong> vez lo quería y lo admiraba.<br />

—No <strong>de</strong>bes ser tan escéptico —dijo Jacobo—. Eso <strong>de</strong> todo o nada es típicamente burgués.<br />

—No soy escéptico —dijo Santiago—. Pero hab<strong>la</strong>mos y hab<strong>la</strong>mos y ahí nos quedamos.<br />

—Es cierto, hasta ahora no pasamos <strong>de</strong> <strong>la</strong> teoría —dijo Aída—. Deberíamos hacer algo más<br />

que conversar.<br />

—Solos no po<strong>de</strong>mos —dijo Jacobo—. Primero tenemos que ponernos en contacto con los<br />

universitarios progresistas.<br />

—Hace dos meses que entramos y no hemos encontrado a ninguno —dijo Santiago—. Estoy<br />

por creer que no existen.<br />

—Tienen que cuidarse y es lógico —dijo Jacobo—. Tar<strong>de</strong> o temprano aparecerán.<br />

Y, en efecto, sigilosos, recelosos, misteriosos, poco a poco habían ido apareciendo, como<br />

sombras furtivas: ¿estaban en primero <strong>de</strong> Letras, no? Entre c<strong>la</strong>ses ellos acostumbraban sentarse en<br />

alguna banca <strong>de</strong>l patio <strong>de</strong> <strong>la</strong> Facultad, parecía que estaban haciendo una colecta, o dar vueltas<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>la</strong> pi<strong>la</strong> <strong>de</strong> Derecho, para comprarles colchones a los estudiantes presos, y allí<br />

cambiaban a veces unas pa<strong>la</strong>bras con alumnos <strong>de</strong> otras faculta<strong>de</strong>s u otros años, que los tenían en los<br />

ca<strong>la</strong>bozos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Penitenciaría durmiendo en el suelo, y en esos rápidos diálogos huidizos, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> <strong>de</strong>sconfianza, abriéndose camino a través <strong>de</strong> <strong>la</strong> sospecha, ¿nadie les había hab<strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> colecta<br />

todavía?, advertían o creían advertir una sutil exploración <strong>de</strong> su manera <strong>de</strong> pensar, no se trataba <strong>de</strong><br />

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