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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
El<strong>la</strong> levantaba <strong>la</strong> cabeza <strong>de</strong> rato en rato igual que si saliera <strong>de</strong>l agua, miraba <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> con<br />
extraviados ojos húmedos sonámbulos, cogía su vaso y se lo llevaba a <strong>la</strong> boca y bebía, murmuraba<br />
algo incomprensible y se sumergía otra vez. ¿Y Cayo Mierda, y él? él bebía con regu<strong>la</strong>ridad,<br />
participaba con monosí<strong>la</strong>bos en <strong>la</strong> conversación y se portaba como si fuera <strong>la</strong> cosa más natural que<br />
Ambrosio estuviera sentado ahí bebiendo con ellos.<br />
—Así se pasaba el rato —dijo Ambrosio: su mano se sosegó, volvió a <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>—. Los tragos<br />
me quitaron <strong>la</strong> vergüenza y ya le soportaba su miradita y le contestaba sus bromas. Sí me gusta el<br />
whisky don, c<strong>la</strong>ro que no es <strong>la</strong> primera vez que tomo whisky don.<br />
Pero ahora don Fermín no lo escuchaba o parecía que no: lo tenía retratado en los ojos,<br />
Ambrosio los miraba y se veía ¿veía? Queta asintió, y <strong>de</strong> repente don Fermín tomó apurado el<br />
conchito <strong>de</strong> su vaso y se paró: estaba cansado, don Cayo, era hora <strong>de</strong> irse. Cayo Bermú<strong>de</strong>z también<br />
se levantó:<br />
—Que lo lleve Ambrosio, don Fermín —dijo, recogiendo un bostezo en su puño cerrado—,<br />
No necesito el auto hasta mañana.<br />
—Quiere <strong>de</strong>cir que no sólo sabía —dijo Queta, moviéndose—. Por supuesto, por supuesto.<br />
Quiere <strong>de</strong>cir que Cayo Mierda preparó todo eso.<br />
—No sé —<strong>la</strong> cortó Ambrosio, volteándose, <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> repente agitada, mirándo<strong>la</strong>. Hizo una<br />
pausa, volvió a tumbarse <strong>de</strong> espaldas—. No sé si sabía, si lo preparó. Quisiera saber. Él dice que<br />
tampoco sabe. ¿A usted no le ha?<br />
—Sabe ahora, eso es lo único que yo sé —se rió Queta—. Pero ni yo ni <strong>la</strong> loca le hemos<br />
podido sonsacar si lo preparó. Cuando quiere, es una tumba.<br />
—No sé —repitió Ambrosio. Su voz se hundió en un pozo y renació <strong>de</strong>bilitada y turbia—. Él<br />
tampoco sabe. A veces dice sí. Tiene que saber; otras no, pue<strong>de</strong> que no sepa. Yo lo he visto ya<br />
bastantes veces a don Cayo y nunca me ha hecho notar que sepa.<br />
—Estás completamente loco —dijo Queta—. C<strong>la</strong>ro que ahora sabe. Ahora quién no.<br />
Los acompañó hasta <strong>la</strong> calle, or<strong>de</strong>nó a Ambrosio mañana a <strong>la</strong>s diez, dio <strong>la</strong> mano a don Fermín<br />
y regresó a <strong>la</strong> casa cruzando el jardín. Ya estaba por amanecer. Había unas rayitas azules atisbando<br />
en el cielo y los policías <strong>de</strong> <strong>la</strong> esquina murmuraron buenas noches con unas voces estropeadas por<br />
el <strong>de</strong>svelo y los cigarrillos.<br />
—Y ahí otra cosa más rara —susurró Ambrosio—. No se sentó atrás, como le correspondía,<br />
sino junto a mí. Ahí sospeché ya, pero no podía creer que fuera cierto. No podía ser, tratándose <strong>de</strong><br />
él.<br />
—Tratándose <strong>de</strong> él —<strong>de</strong>letreó Queta, con asco. Se <strong>la</strong><strong>de</strong>o—. ¿Por qué eres tú tan servil, tan?<br />
—Pensé es para <strong>de</strong>mostrarme un poco <strong>de</strong> amistad —susurró Ambrosio—. A<strong>de</strong>ntro te traté<br />
como a un igual. Ahora te sigo tratando lo mismo. Pensé algunos días le dará por el criollismo, por<br />
tutearse con el pueblo. No, no sé qué pensé.<br />
—Sí —dijo don Fermín, cerrando <strong>la</strong> puerta con cuidado y sin mirarlo—. Vamos a Ancón.<br />
—Le vi su cara y parecía el <strong>de</strong> siempre, tan elegante, tan <strong>de</strong>cente —dijo quejumbrosamente<br />
Ambrosio—. Me puse muy nervioso ¿ve? ¿A Ancón dijo, don?<br />
—Sí, a Ancón —asintió don Fermín, mirando por <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> el poquito <strong>de</strong> luz <strong>de</strong>l cielo—.<br />
¿Tienes bastante gasolina?<br />
—Yo sabía don<strong>de</strong> vivía, lo había llevado una vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> oficina <strong>de</strong> don Cayo —se quejó<br />
Ambrosio—. Arranqué y en <strong>la</strong> avenida Brasil me atreví a preguntarle. ¿No va a su casa <strong>de</strong><br />
Miraflores, don?<br />
—No, voy a Ancón —dijo don Fermín, mirando ahora a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte; pero un momento <strong>de</strong>spués se<br />
volvió a mirarlo y era otra persona ¿ve?—. ¿Tienes miedo <strong>de</strong> ir solo conmigo hasta Ancón? ¿Tienes<br />
miedo que te pase algo en <strong>la</strong> carretera?<br />
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