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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

pensando que había querido pasar el resto <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida en el callejón cuando murieron su hijito y<br />

Trinidad. Esa noche se <strong>de</strong>spertó antes <strong>de</strong>l amanecer: qué te importa que no venga más, bruta, mejor<br />

para ti. Pero estaba llorando.<br />

—EN ese caso, voy a verme obligado a recurrir al Presi<strong>de</strong>nte, don Cayo —el doctor Arbeláez<br />

se calzó los anteojos, en los puños duros <strong>de</strong> su camisa <strong>de</strong>stel<strong>la</strong>ban unos gemelos <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta—: He<br />

procurado mantener <strong>la</strong>s mejores re<strong>la</strong>ciones con usted, jamás le he tomado cuentas, he aceptado que<br />

<strong>la</strong> Dirección <strong>de</strong> Gobierno me subestime totalmente en mil cosas. Pero no <strong>de</strong>be olvidar que yo soy el<br />

Ministro y que usted está a mis ór<strong>de</strong>nes.<br />

Él asintió, los ojos c<strong>la</strong>vados en los zapatos. Tosió, el pañuelo contra <strong>la</strong> boca. Alzó <strong>la</strong> cara,<br />

como resignándose a algo que lo entristecía.<br />

—No vale <strong>la</strong> pena que moleste al Presi<strong>de</strong>nte —dijo, casi con timi<strong>de</strong>z—. Yo me permití<br />

explicarle el asunto. Naturalmente, no me hubiera atrevido a negarme a su solicitud, sin el respaldo<br />

<strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte.<br />

Lo vio cogerse <strong>la</strong>s manos, quedar absolutamente inmóvil, mirándolo con un odio minucioso y<br />

<strong>de</strong>vastador.<br />

—De modo que ya habló con el Presi<strong>de</strong>nte —le temb<strong>la</strong>ban el mentón, los <strong>la</strong>bios, <strong>la</strong> voz—<br />

Usted le habrá presentado <strong>la</strong>s cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su punto <strong>de</strong> vista, c<strong>la</strong>ro.<br />

—Voy a hab<strong>la</strong>rle con franqueza, doctor —dijo él, sin malhumor, sin interés—. Estoy en <strong>la</strong><br />

Dirección <strong>de</strong> Gobierno por dos razones. La primera, porque me lo pidió el General. La segunda,<br />

porque él aceptó mi condición: disponer <strong>de</strong>l dinero necesario y no dar cuenta a nadie <strong>de</strong> mi trabajo,<br />

sino a él en persona. Perdóneme que se lo diga con cru<strong>de</strong>za, pero <strong>la</strong>s cosas son así.<br />

Miró a Arbeláez, esperando. Su cabeza era gran<strong>de</strong> para su cuerpo, sus ojitos miopes lo<br />

arrasaban <strong>de</strong>spacio, milimétricamente. Lo vio sonreír haciendo un esfuerzo que <strong>de</strong>scompuso su<br />

boca.<br />

—No pongo en duda su trabajo, sé que es sobresaliente, don Cayo —hab<strong>la</strong>ba <strong>de</strong> una manera<br />

artificiosa y ja<strong>de</strong>ante, su boca sonreía, sus ojos lo fulminaban, incansables—. Pero hay problemas<br />

que resolver y usted tiene que ayudarme. El fondo <strong>de</strong> seguridad es exorbitante.<br />

—Porque nuestros gastos son exorbitantes —dijo él—. Se lo voy a <strong>de</strong>mostrar, doctor.<br />

—Tampoco dudo Que usted utiliza esa partida con <strong>la</strong> mayor responsabilidad —dijo el doctor<br />

Arbeláez—. Simplemente ...<br />

—Lo que cuestan <strong>la</strong>s directivas sindicales adictas, <strong>la</strong>s re<strong>de</strong>s <strong>de</strong> información en centros <strong>de</strong><br />

trabajo, Universida<strong>de</strong>s y en <strong>la</strong> administración —recitó él, mientras sacaba un expediente <strong>de</strong> su<br />

maletín y lo ponía sobre el escritorio—. Lo que cuestan <strong>la</strong>s manifestaciones, lo que cuesta conocer<br />

<strong>la</strong>s activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong>l régimen aquí y en el extranjero.<br />

El doctor Arbeláez no había mirado el expediente; lo escuchaba acariciando un gemelo, sus<br />

ojitos odiándolo siempre con morosidad.<br />

—Lo que cuesta ap<strong>la</strong>car a los <strong>de</strong>scontentos, a los envidiosos y a los ambiciosos que surgen<br />

cada día <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l mismo régimen —recitaba él—. La tranquilidad no sólo es cuestión <strong>de</strong> palo,<br />

doctor, también <strong>de</strong> soles. Usted pone ma<strong>la</strong> cara y tiene razón. De esas cosas feas me ocupo yo, usted<br />

no tiene siquiera que enterarse. Échele una ojeada a estos papeles y me dirá <strong>de</strong>spués si usted cree<br />

que se pue<strong>de</strong>n hacer economías sin poner en peligro <strong>la</strong> seguridad.<br />

—PERO ¿sabe usted por qué don Cayo le aguanta al señor Lozano sus vivezas con los jabes y<br />

los bulines, don? —dijo Ambrosio.<br />

Dicho y hecho, el señor Lozano había perdido su buen humor: en este país todos se <strong>la</strong>s<br />

querían dar <strong>de</strong> vivos, era <strong>la</strong> tercera vez que Pereda venía con el cuentecito <strong>de</strong>l cheque. Ludovico e<br />

Hipólito, mudos, se miraban <strong>de</strong> reojo: carajo, como si él hubiera nacido ayer. No les bastaba hacerse<br />

ricos explotando <strong>la</strong> arrechúra <strong>de</strong> <strong>la</strong> gente, a<strong>de</strong>más querían explotarlo a él. No se iba a po<strong>de</strong>r, se iba a<br />

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