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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

TRES<br />

I<br />

LLEGÓ a <strong>la</strong> redacción poco antes <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cinco y se estaba quitando el saco cuando sonó el<br />

teléfono al fondo <strong>de</strong> <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Vio qué Arispe levantaba el aparato, movía <strong>la</strong> boca, echaba una ojeada<br />

a los escritorios vacíos y lo veía: Zavalita, por favor. Cruzó <strong>la</strong> redacción, se <strong>de</strong>tuvo ante <strong>la</strong> mesa<br />

colmada <strong>de</strong> puchos, papeles, fotos y rollos <strong>de</strong> pruebas.<br />

—Los conchudos <strong>de</strong> policiales no vienen hasta <strong>la</strong>s siete —dijo Arispe—. Vaya usted, tome<br />

los datos y se los pasa <strong>de</strong>spués a Becerrita.<br />

—General Garzón 311 —leyó Santiago en el papel—. Jesús María ¿no?<br />

—Vaya bajando, yo les paso <strong>la</strong> voz a Periquito y a Darío —dijo Arispe—. Debe haber fotos<br />

<strong>de</strong> el<strong>la</strong> en el archivo. ¿La Musa chaveteada? —dijo Periquito en <strong>la</strong> camioneta, mientras cargaba su<br />

cámara—. Vaya notición.<br />

—Hace años cantaba en Radio el Sol —dijo Darío, el chofer—. ¿Quién <strong>la</strong> mató?<br />

—Un crimen pasional, parece —dijo Santiago—. Nunca oí hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> el<strong>la</strong>.<br />

—Le saqué fotos cuando salió Reina <strong>de</strong> <strong>la</strong> Farándu<strong>la</strong>, una real hembra —dijo Periquito—.<br />

¿Haces policiales ahora, Zavalita?<br />

—Era el único en <strong>la</strong> redacción cuando le dieron el dato a Arispe —dijo Santiago—. Me<br />

servirá <strong>de</strong> escarmiento para no llegar más a <strong>la</strong> hora.<br />

La casa estaba junto a una botica, había dos patrulleros y gente aglomerada en <strong>la</strong> calle, ahí<br />

viene “La Crónica” gritó un chiquillo. Tuvieron que mostrar los carnets <strong>de</strong>l diario a un policía y<br />

Periquito fotografió <strong>la</strong> fachada, <strong>la</strong> escalera, el primer rel<strong>la</strong>no. Una puerta abierta, piensa, humo <strong>de</strong><br />

cigarrillos.<br />

—A usted no lo conozco —dijo un gordo <strong>de</strong> papada, vestido <strong>de</strong> azul, examinando el carnet—<br />

¿Qué fue <strong>de</strong> Becerrita?<br />

—No estaba en el diario cuando nos l<strong>la</strong>maron —y Santiago sintió el olor raro, carne humana<br />

transpirada, piensa, frutas podridas—. No me conoce porque trabajo en otra sección, Inspector.<br />

El f<strong>la</strong>sh <strong>de</strong> Periquito re<strong>la</strong>mpagueó, el <strong>de</strong> <strong>la</strong> papada pestañó y se hizo a un <strong>la</strong>do. Entre <strong>la</strong>s<br />

personas que murmuraban, Santiago vio un fragmento <strong>de</strong> pared empape<strong>la</strong>da <strong>de</strong> azul c<strong>la</strong>ro, losetas<br />

sucias, un ve<strong>la</strong>dor, un cubrecama negro. Permiso, dos hombres se apartaron, sus ojos subieron y<br />

bajaron y subieron muy rápido, <strong>la</strong> silueta tan b<strong>la</strong>nca piensa, sin <strong>de</strong>tenerse en los coágulos, en los<br />

<strong>la</strong>bios rojinegros <strong>de</strong> <strong>la</strong>s heridas fruncidas, en <strong>la</strong> maraña <strong>de</strong> cabellos que ocultaba su cara, en <strong>la</strong> mata<br />

<strong>de</strong> vello negro agazapada entre <strong>la</strong>s piernas. No se movió, no dijo nada. Los arcoiris <strong>de</strong> Periquito<br />

estal<strong>la</strong>ban a <strong>de</strong>recha e izquierda, ¿se le podía fotografiar <strong>la</strong> cara, Inspector?, una mano apartó <strong>la</strong><br />

maraña y apareció un rostro cerúleo e intacto, con sombras bajo <strong>la</strong>s pestañas corvas. Gracias,<br />

Inspector, dijo Periquito, ahora en cuclil<strong>la</strong>s junto a <strong>la</strong> cama, y el chorrito <strong>de</strong> luz b<strong>la</strong>nca brotó otra<br />

vez. Diez años soñándote con el<strong>la</strong>, Zavalita, si Anita supiera creería que te enamoraste <strong>de</strong> <strong>la</strong> Musa y<br />

tendría celos.<br />

—Se nota que el amigo periodista es nuevo —dijo el <strong>de</strong> <strong>la</strong> papada—. No se nos vaya a<br />

<strong>de</strong>smayar, joven, ya tenemos bastante trabajo con esta señora.<br />

Las caras ve<strong>la</strong>das por el humo se re<strong>la</strong>jaron en sonrisas, Santiago hizo un esfuerzo y también<br />

sonrió. Al tocar el <strong>la</strong>picero <strong>de</strong>scubrió que su mano estaba sudando; cogió <strong>la</strong> libreta, sus ojos<br />

volvieron a mirar: manchones, senos que se <strong>de</strong>rramaban, pezones escamosos y sombríos como<br />

lunares. El olor entraba a raudales por su nariz y lo mareaba.<br />

—Hasta el ombligo se lo abrieron —Periquito cambiaba <strong>la</strong>s bombil<strong>la</strong>s con una so<strong>la</strong> mano, se<br />

mordía <strong>la</strong> lengua—. Qué tal sádico.<br />

—También le abrieron otra cosa —dijo el <strong>de</strong> <strong>la</strong> papada, con sobriedad—. Acércate, Periquito;<br />

usted también, joven, vean qué cosa bárbara.<br />

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