Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
recibitos. Ambrosio los había manoseado sin verlos, Amalia, y se había sentado frente al escritorio:<br />
qué ma<strong>la</strong>s noticias le daba, don Hi<strong>la</strong>rio.<br />
—Malísimas —había reconocido él—. El momento está tan malo para los negocios que <strong>la</strong><br />
gente no tiene p<strong>la</strong>ta ni para morirse.<br />
—Voy a <strong>de</strong>cirle una cosa, don Hi<strong>la</strong>rio —había dicho Ambrosio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un momento, con<br />
todo respeto—. Fíjese, seguro usted tiene razón. Seguro que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco el negocio dará<br />
ganancias.<br />
—Segurísimo —había dicho don Hi<strong>la</strong>rio—. El mundo es <strong>de</strong> los pacientes.<br />
—Pero yo ando mal <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta y mi mujer espera otro hijo —había continuado Ambrosio—. Así<br />
que aunque quisiera tener paciencia, no puedo.<br />
Una sonrisita intrigada y sorprendida había redon<strong>de</strong>ado <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> don Hi<strong>la</strong>rio, que seguía<br />
abanicándose con una mano y había empezado a hurgarse el diente con <strong>la</strong> otra: dos hijos no era<br />
nada, lo bravo era llegar a <strong>la</strong> docena como él, Ambrosio.<br />
—Así que voy a <strong>de</strong>jarle "Ataú<strong>de</strong>s Limbo” para usted solito —había explicado Ambrosio—.<br />
Prefiero que me <strong>de</strong>vuelva mi parte. Para trabajar<strong>la</strong> por mí cuenta, don. A ver si tengo más suerte.<br />
Entonces había empezado con sus cocorocós, Amalia, y Ambrosio se había cal<strong>la</strong>do, como<br />
para concentrarse mejor en <strong>la</strong> matanza <strong>de</strong> todo lo que estaba cerca: <strong>la</strong> yerba, los árboles, Amalita<br />
Hortensia, el cielo. No se había reído. Había observado a don Hi<strong>la</strong>rio que se estremecía en su sil<strong>la</strong>,<br />
abanicándose <strong>de</strong> prisa, y esperado con parsimoniosa seriedad que <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> reírse.<br />
—¿Así que creías que era una cuenta <strong>de</strong> ahorro? —había tronado al fin, secándose <strong>la</strong><br />
transpiración <strong>de</strong> <strong>la</strong> frente, y <strong>la</strong> risa lo había vencido <strong>de</strong> nuevo. ¿Que uno ponía y sacaba <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ta<br />
cuando quería?<br />
—Cocorocó, quiquiriquí —dice Ambrosio—. Lloró <strong>de</strong> risa, se puso colorado <strong>de</strong> risa, se cansó<br />
<strong>de</strong> reírse. Y yo esperando, tranquilo.<br />
—No es tontería ni viveza pero no sé qué es —había golpeado <strong>la</strong> mesa don Hi<strong>la</strong>rio,<br />
congestionado y húmedo—. Dime qué es lo que crees que soy. ¿Cojudo, imbécil, qué soy yo?<br />
—Primero se ríe, <strong>de</strong>spués se enoja —había dicho Ambrosio—. No sé qué le pasa á usted, don.<br />
—Si te digo que el negocio se hun<strong>de</strong> ¿qué cosa es lo que se está hundiendo? —se había hasta<br />
puesto a hacer adivinanzas, Amalia, y había mirado a Ambrosio con lástima—. Si tú y yo ponemos<br />
en un bote quince mil soles cada uno y el bote se hun<strong>de</strong> en el río ¿qué cosa es lo que se hun<strong>de</strong> con el<br />
bote?<br />
—¿Ataú<strong>de</strong>s Limbo? no se ha hundido —había afirmado Ambrosio—. Ahí sigue enterita<br />
frente a mi casa.<br />
—¿Quieres ven<strong>de</strong>r<strong>la</strong>, traspasar<strong>la</strong>? —había preguntado don Hi<strong>la</strong>rio—. Yo encantado, ahora<br />
mismo. Sólo tienes que encontrar un manso que quiera cargar con el muerto. No alguien que te dé<br />
los treinta mil que metimos, eso ni un loco. Alguien que <strong>la</strong> acepte rega<strong>la</strong>da y quiera hacerse cargo<br />
<strong>de</strong>l idiota y lo que se <strong>de</strong>be a los carpinteros.<br />
—¿Quiere <strong>de</strong>cir que nunca más voy a ver ni un sol <strong>de</strong> los quince mil que le di? —había dicho<br />
Ambrosio.<br />
—Alguien que al menos me <strong>de</strong>vuelva <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ta extra que te he a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntado —había dicho don<br />
Hi<strong>la</strong>rio—. Mil doscientos ya, aquí están los recibitos. ¿O ya ni te acordabas?<br />
—Quéjate a <strong>la</strong> policía, <strong>de</strong>núncialo —había dicho Amalia—. Que lo obliguen a <strong>de</strong>volverte tu<br />
p<strong>la</strong>ta.<br />
Esa tar<strong>de</strong>, mientras Ambrosio fumaba un cigarrillo tras otro, insta<strong>la</strong>do en <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> <strong>de</strong>sfondada,<br />
Amalia había sentido ese inubicable escozor, esos vacíos ácidos en <strong>la</strong> boca <strong>de</strong>l estómago <strong>de</strong> sus<br />
peores momentos con Trinidad: ¿iban a comenzar otra vez <strong>la</strong>s <strong>de</strong>sgracias aquí? Habían comido<br />
mudos y luego se había presentado doña Lupe a conversar, pero al verlos tan serios se había<br />
<strong>de</strong>spedido al ratito. En <strong>la</strong> noche, acostados, Amalia le había preguntado qué vas a hacer. No sabía<br />
299