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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

Los guardias apartaron los caballetes y el jeep atravesó el Parque Universitario. Sobre los<br />

ondu<strong>la</strong>ntes crespones había unas cartulinas b<strong>la</strong>ncas, Estamos <strong>de</strong> Duelo por <strong>la</strong> Libertad, y unas tibias<br />

y ca<strong>la</strong>veras dibujadas con pintura negra.<br />

—Yo les metería ba<strong>la</strong>, pero el coronel Espina quiere rendirlos por hambre —dijo el Teniente.<br />

—¿Cómo andan <strong>la</strong>s cosas en provincias? —dijo Bermú<strong>de</strong>z—. En el Norte habrá líos, me<br />

imagino. Ahí los apristas son fuertes.<br />

—Todo tranquilo, eso <strong>de</strong> que el Apra contro<strong>la</strong>ba el Perú era un gran cuento —dijo el<br />

Teniente—. Ya vio, los lí<strong>de</strong>res corrieron a asi<strong>la</strong>rse en <strong>la</strong>s embajadas. Nunca se ha visto una<br />

revolución más pacífica, señor Bermú<strong>de</strong>z. Y esto <strong>de</strong> San Marcos se <strong>de</strong>spachaba en un minuto si <strong>la</strong><br />

superioridad quisiera.<br />

No había <strong>de</strong>spliegue militar en <strong>la</strong>s calles <strong>de</strong>l centro. Sólo en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za Italia aparecieron <strong>de</strong><br />

nuevo soldados encasquetados. Bermú<strong>de</strong>z bajó <strong>de</strong>l jeep, se <strong>de</strong>sperezó, dio unos pasos, esperó al<br />

Teniente mirándolo todo con abulia.<br />

—¿No ha entrado nunca al Ministerio? —lo animó el Teniente—. El edificio es viejo pero<br />

hay oficinas elegantísimas. La <strong>de</strong>l coronel tiene cuadros y todo.<br />

Entraron y no habían pasado dos minutos cuando <strong>la</strong> puerta se abrió como si hubiera habido un<br />

terremoto a<strong>de</strong>ntro, y don Cayo y <strong>la</strong> Rosa salieron dando tumbos, y el Buitre <strong>de</strong>trás, sapos y culebras<br />

y embistiendo como un toro, algo macanudo dicen, don. Su furia no era contra <strong>la</strong> hija <strong>de</strong> <strong>la</strong> Túmu<strong>la</strong>,<br />

a el<strong>la</strong> parece que no le pegaba, sólo a su hijo. Lo tumbaba <strong>de</strong> un puñetazo, lo levantaba <strong>de</strong> un<br />

patadón, y así hasta <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za <strong>de</strong> Armas. Ahí lo agarraron porque si no lo mataba. No se conformaba<br />

<strong>de</strong> que se le hubiera casado así, y siendo mocoso, y sobre todo con quién. Ni se conformó nunca,<br />

por supuesto, ni volvió a ver a don Cayo, ni a darle medio. Don Cayo tuvo que empezar a ganarse<br />

los frejoles para él y para <strong>la</strong> Rosa. Ni siquiera el colegio terminó el que el Buitre <strong>de</strong>cía será el futuro<br />

cráneo. Si en vez <strong>de</strong>l cura los hubiera casado un alcal<strong>de</strong>, el Buitre en un dos por tres arreg<strong>la</strong>ba el<br />

asunto, pero ¿qué arreglo había con Dios, don? Siendo doña Catalina <strong>la</strong> beata que era, a<strong>de</strong>más.<br />

Consultarían, el cura les diría no hay nada que hacer, <strong>la</strong> religión es <strong>la</strong> religión y hasta que <strong>la</strong> muerte<br />

los separe. Así que al Buitre no le quedó más remedio que <strong>de</strong>sesperarse. Dicen que le dio una paliza<br />

al curita que los casó, que <strong>de</strong>spués no querían darle <strong>la</strong> absolución y que <strong>de</strong> penitencia le hicieron<br />

pagar una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s torres <strong>de</strong> <strong>la</strong> nueva iglesia <strong>de</strong> Chincha.<br />

O sea que hasta <strong>la</strong> religión sacó su lonja <strong>de</strong> este asunto, don. A <strong>la</strong> parejita el Buitre no <strong>la</strong> vio<br />

más. Parece que cuando se sintió morir preguntó ¿tengo nietos?<br />

Tal vez si hubiera tenido lo hubiera perdonado a don Cayo, pero <strong>la</strong> Rosa no sólo se le había<br />

vuelto un cuco, don, para colmo no se llenó nunca. Dicen que para que su hijo no heredara, el<br />

Buitre comenzó a botar lo que tenía en borracheras y limosnas, que si <strong>la</strong> muerte no lo agarra<br />

<strong>de</strong>sprevenido también hubiera rega<strong>la</strong>do <strong>la</strong> casita que tenía <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> Iglesia. No le dio tiempo,<br />

don. ¿Que por qué siguió tantos años con <strong>la</strong> indiota?<br />

Eso le <strong>de</strong>cía todo el mundo al Buitre: se le pasará el camote y <strong>la</strong> mandará <strong>de</strong> nuevo don<strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Túmu<strong>la</strong> y usted recuperará a su hijo. Pero no lo hizo, por qué sería.<br />

Por <strong>la</strong> religión no creo, don Cayo no iba a <strong>la</strong> iglesia.<br />

¿Por hacer rabiar al padre, don? ¿Porque lo odiaba al Buitre, dice usted? ¿Para <strong>de</strong>fraudarlo,<br />

para que viera cómo se hacían humo <strong>la</strong>s esperanzas que tenía puestas en él? ¿Jo<strong>de</strong>rse para matar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cepción al padre? ¿Usted cree que por eso, don? ¿Hacerlo sufrir costara lo que costara, aunque<br />

sea convirtiéndose él mismo en basura? Bueno, yo no sé, don, si usted cree será por eso.<br />

No se ponga así, don, si estábamos conversando <strong>de</strong> lo más bien, don. ¿Se siente mal? Usted<br />

no está hab<strong>la</strong>ndo <strong>de</strong>l Buitre y don Cayo sino <strong>de</strong> usted y <strong>de</strong>l niño Santiago ¿no don? Está bien, me<br />

callo, don, ya sé que no está hab<strong>la</strong>ndo conmigo. No he dicho nada, don, no se ponga así, don.<br />

—¿Cómo es Pucallpa? —dice Santiago.<br />

—Un pueblito que no vale nada —dice Ambrosio—. ¿No conoce, niño?<br />

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