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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
ninguno, Zavalita, fuiste feliz al escritorio <strong>de</strong> Arispe, feliz a <strong>la</strong> boca <strong>de</strong>l lobo. Excitación,<br />
emociones, sangre: jodido hacía rato, Zavalita.<br />
—¿Quiere pasar a policiales por unos días? —dijo Arispe—. Becerrita lo rec<strong>la</strong>ma.<br />
—¿Ahora se pue<strong>de</strong> elegir? —murmuró ácidamente Becerrita—. Cuando yo entré a “La<br />
Crónica”, nadie me preguntó mi opinión. Vaya a recorrer Comisarías, vamos a abrir una sección<br />
policial y usted se encargará.<br />
Hace veinticinco años que me tienen en lo mismo y todavía no me han preguntado si me<br />
gusta.<br />
—Un día le fermentará el malhumor aquí, mi señor —Arispe se tocó el corazón con su lápiz<br />
rojo— y esto estal<strong>la</strong>rá como un cascarón. A<strong>de</strong>más, si te sacaran <strong>de</strong> <strong>la</strong> página policial te morirías <strong>de</strong><br />
pena, Becerrita. Tú eres el as <strong>de</strong> <strong>la</strong> página roja en el Perú.<br />
—No sé <strong>de</strong> qué me sirve si cada semana me protestan una letra —gruñó Becerrita, sin<br />
mo<strong>de</strong>stia—. Preferiría que no me a<strong>la</strong>baran tanto y me subieran el sueldo.<br />
—Veinticinco años corriéndose gratis a <strong>la</strong>s putas más caras, emborrachándose gratis en los<br />
mejores bulines y todavía se queja, mi señor —dijo Arispe—. Qué nos toca a los que tenemos que<br />
bai<strong>la</strong>r con nuestro pañuelo cada vez que nos tomamos un trago o nos tiramos una hembra.<br />
Había cesado el tableteo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s máquinas, cabezas risueñas seguían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los escritorios el<br />
diálogo <strong>de</strong> Arispe y Becerrita, que había comenzado a sonreír híbridamente, a soltar pequeños<br />
espasmos <strong>de</strong> esa risa ronca y antipática que se convertía en trueno <strong>de</strong> hipos, eructos e invectivas<br />
cuando estaba borracho, piensa.<br />
—Ya estoy viejo —dijo, por fin—. Ya no chupo, ya no me gustan <strong>la</strong>s mujeres.<br />
—Cambiaste <strong>de</strong> gustos a <strong>la</strong> vejez —dijo Arispe, y miró a Santiago—. Cuí<strong>de</strong>se, ya veo por qué<br />
lo pidió Becerrita para su página.<br />
—Qué buen humor se gastan los jefes <strong>de</strong> redacción —gruñó Becerrita—. ¿Qué hay <strong>de</strong> lo<br />
otro? ¿Me das <strong>la</strong> página <strong>de</strong>l centro y a Periquito?<br />
—Te los doy, pero trátamelos bien —dijo Arispe—. Quiero que me sacudas a <strong>la</strong> gente y me<br />
subas el tiraje. Esto es merme<strong>la</strong>da fina, mi señor.<br />
Becerrita asintió, dio media vuelta, <strong>la</strong>s máquinas comenzaron a teclear <strong>de</strong> nuevo, y seguido<br />
por Santiago se encaminó hacia su escritorio. Estaba al fondo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí observaba <strong>la</strong>s espaldas <strong>de</strong><br />
todos, piensa, era uno <strong>de</strong> sus temas. Venía borracho y se p<strong>la</strong>ntaba en el centro <strong>de</strong> <strong>la</strong> redacción, se<br />
abría el saco, y, los puños en <strong>la</strong>s rechonchas ca<strong>de</strong>ras, a mí siempre me mandan al culo <strong>de</strong> todo! Los<br />
redactores se encogían en sus asientos, hundían <strong>la</strong>s narices en <strong>la</strong>s máquinas, ni Arispe se atrevía a<br />
mirarlo piensa, mientras Becerrita pasaba revista con lentos ojos enfurecidos a los atareados<br />
reporteros, ¿<strong>de</strong>spreciaban su página y lo <strong>de</strong>spreciaban a él, no?, a los reconcentrados correctores,<br />
¿por eso lo habían arrinconado en el culo <strong>de</strong> <strong>la</strong> redacción?, al absorto cabecero Hernán<strong>de</strong>z, ¿para<br />
que les viera el culo a los señores <strong>de</strong> locales, el culo a los señores <strong>de</strong> cables?, paseándose <strong>de</strong> un <strong>la</strong>do<br />
a otro como un <strong>de</strong>sasosegado general antes <strong>de</strong> <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>, ¿para que recibiera en <strong>la</strong> jeta los pedos <strong>de</strong><br />
los señores redactores?, y aventando al techo <strong>de</strong> rato en rato su carcajada tormentosa. Pero una vez<br />
que Arispe le propuso cambiar <strong>de</strong> escritorio se indignó, piensa: <strong>de</strong> mi rincón sólo me sacan muerto,<br />
carajo. Su escritorio era bajito y un poco contrahecho, como él piensa, pringoso como el terno<br />
p<strong>la</strong>tinado que solía llevar adornado con <strong>la</strong>mparones <strong>de</strong> grasa. Se había sentado, encendía un<br />
cigarrillo enclenque, Santiago esperaba <strong>de</strong> pie, emocionado <strong>de</strong> que te hubiera pedido a ti, Zavalita,<br />
excitado ya por los artículos que escribirías: al mata<strong>de</strong>ro como quien se va a una fiesta, Carlitos.<br />
—Bueno, ya nos <strong>la</strong> metieron y hay que moverse —Becerrita levantó el teléfono, marcó un<br />
número, habló con <strong>la</strong> agria boca pegada al aparato, su mano regor<strong>de</strong>ta <strong>de</strong> uñas negruzcas<br />
borroneaba una caril<strong>la</strong>.<br />
—Siempre andabas buscando emociones fuertes —dijo Carlitos—. En cierta forma, te dieron<br />
gusto.<br />
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