You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />
V<br />
TODA <strong>la</strong> semana Amalia estuvo cavilosa, ida. En qué piensas <strong>de</strong>cía Carlota, y Símu<strong>la</strong> quien<br />
se ríe a so<strong>la</strong>s <strong>de</strong> sus malda<strong>de</strong>s se acuerda, y <strong>la</strong> señora Hortensia dón<strong>de</strong> estás, vuelve a <strong>la</strong> tierra. Ya<br />
no se sentía furiosa con él, ya no sentía cólera consigo misma por haber salido con él. Lo odias y se<br />
te pasa, pensaba, y al ratito lo odias y otra vez se te pasa, por qué eres tan loca.<br />
Una noche soñó que el domingo, a <strong>la</strong> hora <strong>de</strong> <strong>la</strong> salida, lo encontraría en el para<strong>de</strong>ro,<br />
esperándo<strong>la</strong>. Pero ese domingo Carlota y Símu<strong>la</strong> tenían un bautizo y a el<strong>la</strong> le tocó salir sábado.<br />
¿Adón<strong>de</strong> iría? Fue a buscar a Gertrudis, no <strong>la</strong> veía hacía meses. Llegó al <strong>la</strong>boratorio cuando salían y<br />
Gertrudis <strong>la</strong> llevó a su casa a almorzar. Ingrata, tanto tiempo, <strong>de</strong>cía Gertrudis, había ido a Mirones<br />
un montón <strong>de</strong> veces y <strong>la</strong> señora Rosario no sabía <strong>la</strong> dirección don<strong>de</strong> trabajas, cuéntame cómo te va.<br />
Estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle que había visto a Ambrosio <strong>de</strong> nuevo pero se arrepintió, le había rajado<br />
tanto <strong>de</strong> él antes. Quedaron en verse el domingo próximo. Regresó a San Miguel todavía con luz y<br />
fue a ten<strong>de</strong>rse a su cama. Después <strong>de</strong> todo lo que te hizo todavía piensas en él, bruta. En <strong>la</strong> noche se<br />
soñó con Trinidad. La insultaba y al final le advertía, lívido: muerta te espero. El domingo Símu<strong>la</strong> y<br />
Carlota salieron temprano y <strong>la</strong> señora poco <strong>de</strong>spués, con <strong>la</strong> señorita Queta. Lavó el servicio, se<br />
sentó en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, prendió <strong>la</strong> radio. Todo eran carreras o fútbol y se aburría cuando tocaron <strong>la</strong> puerta<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina. Sí, era él.<br />
—¿No está <strong>la</strong> señora? —con su gorra y su uniforme azul <strong>de</strong> chofer.<br />
—¿También le tienes miedo a <strong>la</strong> señora? —dijo Amalia, seria.<br />
—Don Fermín me mandó hacer unos encargos y me escapé para verte un ratito —dijo él,<br />
sonriéndole, como si no hubiera oído—. Dejé el carro a <strong>la</strong> vuelta. Ojalá que <strong>la</strong> señora Hortensia no<br />
lo reconozca.<br />
—O sea que más tiempo pasa y más miedo le tienes a don Fermín —dijo Amalia.<br />
La sonrisa se le esfumó <strong>de</strong> <strong>la</strong> cara, hizo un gesto <strong>de</strong>sanimado y se <strong>la</strong> quedó mirando sin saber<br />
qué hacer. Se echó atrás <strong>la</strong> gorra y le sonrió con esfuerzo: se estaba arriesgando a que lo<br />
resondraran por venir a verte y tú me recibes así, Amalia. Lo que pasó había pasado ya, Amalia, se<br />
había borrado. Que hiciera como si recién se conocieran, Amalia.<br />
—¿Crees que vas a hacerme lo mismo otra vez? —se oyó <strong>de</strong>cir Amalia, temb<strong>la</strong>ndo—. Te<br />
equivocas.<br />
El no le dio tiempo a retroce<strong>de</strong>r, ya <strong>la</strong> había cojido <strong>de</strong> <strong>la</strong> muñeca y <strong>la</strong> miraba a los ojos,<br />
pestañeando.<br />
No trató <strong>de</strong> abrazar<strong>la</strong>, no se acercó siquiera. La tuvo sujeta un momento, hizo un gesto raro y<br />
<strong>la</strong> soltó.<br />
—A pesar <strong>de</strong>l textil, a pesar <strong>de</strong> que no te he visto años, para mí tú has seguido siendo mi<br />
mujer –roncó Ambrosio y Amalia sintió que se le paraba el corazón. Pensó va a llorar, voy a<br />
llorar—. Para que te lo sepas, te sigo queriendo como antes.<br />
Se <strong>la</strong> quedó mirando <strong>de</strong> nuevo y el<strong>la</strong> retrocedió y cerró <strong>la</strong> puerta. Lo vio vaci<strong>la</strong>r un momento;<br />
luego se acomodó <strong>la</strong> gorra y se fue. El<strong>la</strong> volvió a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> y alcanzó a verlo volteando <strong>la</strong> esquina.<br />
Sentada junto a <strong>la</strong> radio, se sobaba <strong>la</strong> muñeca, asombrada <strong>de</strong> no sentir cólera. ¿Sería cierto, <strong>la</strong><br />
seguiría queriendo? No, era mentira. ¿A lo mejor se había enamorado <strong>de</strong> el<strong>la</strong> <strong>de</strong> nuevo, ese día que<br />
se encontraron en <strong>la</strong> calle? Afuera no había ningún ruido, <strong>la</strong>s cortinas estaban corridas, una reso<strong>la</strong>na<br />
verdosa entraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el jardín. Pero su voz parecía sincera, pensaba, sintonizando una y otra<br />
estación. Ningún radioteatro, todo eran carreras y fútbol.<br />
—ANDA a almorzar —le dijo a Ambrosio, cuando el auto frenó en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za San Martín—.<br />
Vuelve <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> hora y media.<br />
Entró al Bar <strong>de</strong>l Hotel Bolívar y se sentó cerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta. Pidió un gin y dos cajetil<strong>la</strong>s <strong>de</strong><br />
Inca. En <strong>la</strong> mesa vecina conversaban tres tipos y alcanzaba a oír, muti<strong>la</strong>dos, los chistes que<br />
137