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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

piensa, Ivonne le daba palmaditas en el brazo, alentándo<strong>la</strong>. La pobre andaba muy mal, muy mal,<br />

sobre todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que perdió su trabajo en Monmartre, sobre todo porque <strong>la</strong> Paqueta se había<br />

portado como una canal<strong>la</strong>. La había echado a <strong>la</strong> calle sabiendo que se moría <strong>de</strong> hambre, <strong>la</strong> pobre.<br />

Tenía sus aventuras pero ya no conseguía un amante, alguien que le pasara una mensualidad y le<br />

pagara <strong>la</strong> casa. Y <strong>de</strong> repente se había puesto a llorar, Carlitos, no por <strong>la</strong>s preguntas <strong>de</strong> Becerrita sino<br />

por <strong>la</strong> Musa.<br />

O sea que todavía existía <strong>la</strong> lealtad, al menos entre algunas putas, Zavalita.<br />

—La pobre estaría completamente arruinada ya —se entristeció Becerrita, <strong>la</strong> mano en el<br />

bigotito, los ojitos titi<strong>la</strong>ntes fijos en Queta—. Por el trago, por <strong>la</strong> pichicata, quiero <strong>de</strong>cir.<br />

—¿Va a poner eso también? —sollozó Queta—. ¿Encima <strong>de</strong> los horrores que publican sobre<br />

el<strong>la</strong> cada día, eso también?<br />

—Que andaba fregada, que era medio polil<strong>la</strong>, que tomaba y ja<strong>la</strong>ba lo han dicho todos los<br />

periódicos —suspiró Becerrita—. Nosotros somos los únicos que hemos <strong>de</strong>stacado <strong>la</strong> parte buena.<br />

Que fue una cantante famosa, que <strong>la</strong> eligieron Reina <strong>de</strong> <strong>la</strong> Farándu<strong>la</strong>, que era una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s mujeres<br />

más guapas <strong>de</strong> Lima.<br />

—En vez <strong>de</strong> escarbar tanto su vida, <strong>de</strong>bían preocuparse más <strong>de</strong>l que <strong>la</strong> mató, <strong>de</strong>l que <strong>la</strong> mandó<br />

matar—sollozó Queta y se tapó <strong>la</strong> cara con <strong>la</strong>s manos—. De ellos no hab<strong>la</strong>n, <strong>de</strong> ellos no se atreven.<br />

¿En ese momento, Zavalita? Piensa: sí, ahí. La cara petrificada <strong>de</strong> Ivonne, piensa, el recelo y<br />

el <strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> sus ojos, los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Becerrita inmovilizados en el bigotito, el codo <strong>de</strong> Periquito<br />

en tu ca<strong>de</strong>ra, Zavalita, alertándote. Los cuatro se habían quedado quietos, mirando a Queta, que<br />

sollozaba muy fuerte. Piensa: los ojitos <strong>de</strong> Becerrita perforando los pelos rojizos, l<strong>la</strong>meando.<br />

—Yo no tengo miedo, yo escribo todo, el papel aguanta todo —susurró al fin Becerrita, con<br />

dulzura—. Si tú te atreves, yo me atrevo. ¿Quién fue? ¿Quién crees que fue?<br />

—Si eres tan estúpida <strong>de</strong> meterte en un lío, allá tú —<strong>la</strong> cara <strong>de</strong> espanto <strong>de</strong> Ivonne, Carlitos, su<br />

terror, el grito que dio—. Si esas estupi<strong>de</strong>ces que se te ocurren, si esa estupi<strong>de</strong>z que has inventado ...<br />

—Tú no entien<strong>de</strong>s, Madama —<strong>la</strong> vocecita casi llorosa <strong>de</strong> Becerrita, Carlitos—. El<strong>la</strong> no quiere<br />

que <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> su amiga que<strong>de</strong> así, en nada. Si Queta se atreve, yo me atrevo. ¿Quién crees que<br />

fue, Queta?<br />

—No son estupi<strong>de</strong>ces, usted sabe que no es invento, señora —sollozó Queta, y alzó <strong>la</strong> cara y<br />

lo soltó, Carlitos—. Usted sabe que el matón <strong>de</strong> Cayo Mierda <strong>la</strong> mató.<br />

Todos los poros a sudar, piensa, todos los huesos a crujir. No per<strong>de</strong>r ni un gesto, ni una sí<strong>la</strong>ba,<br />

no moverse, no respirar, y en <strong>la</strong> boca <strong>de</strong>l estómago el gusanito creciendo, <strong>la</strong> culebra, los cuchillos,<br />

igual que esa vez, piensa, peor que esa vez. Ay, Zavalita.<br />

—¿Ahora se va a poner a llorar? —dice Ambrosio—. Ya no tome más, niño.<br />

—Si tú quieres lo publico, si tú quieres lo digo tal cual, si no quieres no pongo nada —<br />

murmuró Becerrita—. ¿Cayo Mierda es Cayo Bermú<strong>de</strong>z? ¿Estás segura que él <strong>la</strong> mandó matar? Ese<br />

pen<strong>de</strong>jo está viviendo lejos <strong>de</strong>l Perú, Queta.<br />

Ahí estaba <strong>la</strong> cara <strong>de</strong>formada por el l<strong>la</strong>nto, Zavalita, los ojos hinchados enrojecidos, <strong>la</strong> boca<br />

torcida <strong>de</strong> angustia, ahí estaban <strong>la</strong> cabeza y <strong>la</strong>s manos negando: Bermú<strong>de</strong>z no.<br />

—¿Qué matón? —insistió Becerrita— ¿Lo viste, estabas ahí?<br />

—Queta estaba en Huacachina —lo interrumpió Ivonne, amenazándolo con el índice—. Con<br />

un senador, si quieres saber con quien.<br />

—No veía a Hortensia hacía tres días —sollozó Queta—. Me enteré por los periódicos. Pero<br />

yo sé, no estoy mintiendo.<br />

—¿De dón<strong>de</strong> salió ese matón? —repitió Becerrita, sus ojitos pegados a Queta, tranquilizando<br />

a Ivonne con una mano impaciente——. No publicaré nada, Madama, sólo lo que Queta quiera que<br />

diga. Si el<strong>la</strong> no se atreve, por supuesto que tampoco yo.<br />

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