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vargas_llosa,_mario-conversacion_de_la_catedral

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C o n v e r s a c i ó n e n l a c a t e d r a l M a r i o V a r g a s L l o s a<br />

China a comer al Parral, a tomar una copa en algún bar <strong>de</strong> aire luctuoso. Durante esa época, <strong>la</strong><br />

pareja se había llevado muy bien, y una noche en el Negro—Negro Carlitos puso <strong>la</strong> mano en el<br />

brazo <strong>de</strong> Santiago: ya pasamos <strong>la</strong> prueba difícil, Zavalita, tres meses sin tormentas, cualquier día me<br />

caso con el<strong>la</strong>. Y otra noche, borracho: estos meses he sido feliz, Zavalita. Pero los líos<br />

recomenzaron cuando <strong>la</strong> Compañía <strong>de</strong> <strong>la</strong>s Binbambún se disolvió y <strong>la</strong> China empezó a bai<strong>la</strong>r en "El<br />

Pingüino", una boite que abrió Pedrito Aguirre en el centro. En <strong>la</strong>s noches, al salir <strong>de</strong> “La Crónica”,<br />

Carlitos arrastraba a Santiago por los portales <strong>de</strong> <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za San Martín, por Ocoña, hasta el viscoso<br />

recinto tétricamente <strong>de</strong>corado <strong>de</strong> "El Pingüino". Pedrito Aguirre no les cobraba consumo mínimo,<br />

les rebajaba <strong>la</strong>s cervezas y les aceptaba vales. Des<strong>de</strong> el Bar, observaban a los experimentados<br />

piratas <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche limeña tomar al abordaje a <strong>la</strong>s mamberas.<br />

Les mandaban papelitos con los mozos, <strong>la</strong>s sentaban en sus mesas. Algunas veces, cuando<br />

llegaban, <strong>la</strong> China ya había partido y Pedrito Aguirre daba una palmada fraternal a Carlitos: se<br />

había sentido mal, se fue acompañando a Ada Rosa, le avisaron que su madre está en el hospital.<br />

Otras, <strong>la</strong> encontraban en una ve<strong>la</strong>da mesa <strong>de</strong>l fondo, escuchando <strong>la</strong>s risotadas <strong>de</strong> algún príncipe <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> bohemia, ovil<strong>la</strong>da en <strong>la</strong>s sombras junto a algún elegante maduro <strong>de</strong> patil<strong>la</strong>s canosas, bai<strong>la</strong>ndo<br />

apretada en los brazos <strong>de</strong> un joven apolíneo. Y ahí estaba <strong>la</strong> cara <strong>de</strong>mudada <strong>de</strong> Carlitos: su contrato<br />

<strong>la</strong> obliga a aten<strong>de</strong>r a los clientes Zavalita, o en vista <strong>de</strong> <strong>la</strong>s circunstancias vámonos al bulín Zavalita,<br />

o sólo sigo con el<strong>la</strong> por masoquismo Zavalita. Des<strong>de</strong> entonces, los amores <strong>de</strong> Carlitos y <strong>la</strong> China<br />

habían vuelto al carnicero ritmo anterior <strong>de</strong> reconciliaciones y rupturas, <strong>de</strong> escándalos y pugi<strong>la</strong>tos<br />

públicos. En los entreactos <strong>de</strong> su romance con Carlitos, <strong>la</strong> China se exhibía con abogados<br />

millonarios, adolescentes <strong>de</strong> buen apellido y semb<strong>la</strong>nte rufianesco y comerciantes cirrosos. Acepta<br />

lo que venga con tal que sean padres <strong>de</strong> familia, <strong>de</strong>cía venenosamente Becerrita, no tiene vocación<br />

<strong>de</strong> puta sino <strong>de</strong> adúltera. Pero esas aventuras sólo duraban pocos días, <strong>la</strong> China acababa siempre por<br />

l<strong>la</strong>mar a “La Crónica”. Ahí <strong>la</strong>s sonrisas irónicas <strong>de</strong> <strong>la</strong> redacción, los guiños pérfidos sobre <strong>la</strong>s<br />

máquinas <strong>de</strong> escribir, mientras Carlitos, <strong>la</strong> cara ojerosa besando el teléfono, movía los <strong>la</strong>bios con<br />

humildad y esperanza. La China lo tenía en <strong>la</strong> bancarrota total, se andaba prestando dinero <strong>de</strong> medio<br />

mundo y hasta <strong>la</strong> redacción llegaban cobradores con vales suyos. En el Negro—Negro le cance<strong>la</strong>ron<br />

el crédito, piensa, a ti te estaría <strong>de</strong>biendo lo menos mil soles, Zavalita.<br />

Piensa: veintitrés, veinticuatro, veinticinco años. Recuerdos que reventaban como esos globos<br />

<strong>de</strong> chicle que hacía <strong>la</strong> Teté, efímeros como los reportajes <strong>de</strong> <strong>la</strong> Pol<strong>la</strong> cuya tinta habría borrado el<br />

tiempo, Zavalita, inútiles como <strong>la</strong>s caril<strong>la</strong>s aventadas cada noche a los basureros <strong>de</strong> mimbre.<br />

—Qué va a ser una artista ésa —dice Ambrosio—. Se l<strong>la</strong>ma Margot y es una polil<strong>la</strong> más<br />

conocida que <strong>la</strong> ruda. Todos los días cae por “La Catedral”.<br />

QUETA estaba haciendo tomar al gringo <strong>de</strong> lo lindo: whisky tras whisky para él y para el<strong>la</strong><br />

copitas <strong>de</strong> vermouth (que eran té aguado). Te conseguiste una mina <strong>de</strong> oro, le había dicho Robertito,<br />

ya llevas doce fichas. Queta sólo entendía pedazos confusos <strong>de</strong> <strong>la</strong> historia que el gringo le venía<br />

contando con risotadas y mímica. Un asalto a un banco o a una tienda o a un tren que él había visto<br />

en <strong>la</strong> vida real o en el cine o leído en una revista y que, el<strong>la</strong> no comprendía por qué, le provocaba<br />

una sedienta hi<strong>la</strong>ridad. La sonrisa en <strong>la</strong> cara, una <strong>de</strong> sus manos ro<strong>de</strong>ando el cuello pecoso, Queta<br />

pensaba mientras bai<strong>la</strong>ban ¿doce fichas, nada más? Y en eso asomó Ivonne tras <strong>la</strong> cortina <strong>de</strong>l Bar,<br />

hirviendo <strong>de</strong> rimmel y <strong>de</strong> colorete. Le guiñó un ojo y su mano <strong>de</strong> garras p<strong>la</strong>teadas <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó. Queta<br />

acercó <strong>la</strong> boca al oído <strong>de</strong> vellos rubios: ya vuelvo, amor, espérame, no te vayas con nadie. ¿What,<br />

qué, did you say?, dijo él risueño, y Queta apretó su brazo con afecto: ahorita, volvía ahorita.<br />

Ivonne <strong>la</strong> esperaba en el pasadizo, con <strong>la</strong> cara <strong>de</strong> <strong>la</strong>s gran<strong>de</strong>s ocasiones: uno importantísimo,<br />

Quetita.<br />

—Está ahí en el saloncito; con Malvina —le examinaba el peinado, el maquil<strong>la</strong>je, el vestido,<br />

los zapatos—. Quiere que vayas tú también.<br />

—Pero yo estoy ocupada —dijo Queta, seña<strong>la</strong>ndo hacia el Bar—. Ese ...<br />

—Te vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el saloncito, le gustaste —reverberaron los ojos <strong>de</strong> Ivonne—. No sabes <strong>la</strong><br />

suerte que tienes.<br />

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